Vivir con TDAH es como nadar contracorriente. Si te lo diagnostican, sobre todo en la infancia, puede ser llevadero. Pero ser adulto y no tener ni idea de que se padece un trastorno del neurodesarrollo que provoca déficit de atención, impulsividad e hiperactividad –es decir, ser “neurodivergente”, en una sociedad “neurotípica”– puede provocar “choques continuos”, según explica Marta Iriarte, una barcelonesa con 59 años que no supo que tenía TDAH hasta hace dos años.
Su caso es habitual dado que, como el TDAH era un trastorno poco conocido hasta hace unos años y está asociado a niños, pocos adultos fueron diagnosticados en la infancia y, aún hoy, muchos siguen con sus vidas, con síntomas más o menos evidentes, pero sin que ningún médico haya puesto nombre a su neurodivergencia.
De ahí que vivir con TDAH cause incomprensión, baja autoestima, depresión o adicciones, así como problemas académicos, laborales y en las relaciones personales, tal como evidencian tres personas con TDAH que han decidido contar sus experiencias a El Periódico con el fin de sensibilizar sobre un déficit aún hoy muy incomprendido y desconocido, sobre todo en la etapa adulta. “Somos los clásicos niños pesados y adultos incomprendidos, que siempre llegan tarde, nerviosos e impulsivos”, afirman.
Marta Iriarte: “Me machacaba porque nunca llego a la hora, no tengo tiempo para todo y dejo las cosas a medias”
Marta Iriarte Canosa (59 años, Barcelona) “jamás en la vida” pensó que podía tener TDAH porque “existe un sesgo de género que impide reconocer los síntomas en mujeres, y socialmente, nos esforzamos más en enmascarar dificultades y en desarrollar estrategias para que no se nos note”. Pero esta circunstancia le ha generado “dolor emocional toda la vida”, según explica con tristeza, al no ser consciente, hasta los 57 años, de que sus dificultades respondían a un patrón de neurodivergencia.
Uno de sus principales síntomas es la “ceguera del tiempo”, en referencia a que la incapacidad para gestionar el paso del tiempo le genera problemas para organizarse y planificar el futuro. Todo ello dentro de una actividad frenética porque, desde muy joven, el activismo ha sido parte de su vida pero entrando cíclicamente en colapso y ‘burn out’ –síndrome del quemado– por no poder llegar a todo. “Me machacaba porque no llegaba nunca a la hora, no tenía tiempo para todo, dejaba las cosas a medias y me culpaba de todo, lo que me provocaba sensación de superficialidad constante, baja autoestima y mucha ansiedad”.
Su vida ha sido tan complicada debido “al choque constante contra una sociedad neurotípica” que en su juventud sufrió adicciones a las drogas, lo que la llevó a la cárcel un año
Una vorágine que la incapacitaba cada vez más, le provocaba fobia social, sentir que no encajaba en ningún sitio e incluso le impedía conducir. Marta pone de ejemplo nimiedades como su impaciencia en los semáforos o el transporte. Como “siempre iba tarde”, no soportaba tener que esperar la luz verde o al siguiente autobús. “Me generaba frustración y nervios, aunque no he sido consciente hasta ahora, antes no lo entendía, como tantas otras cosas”.
Su vida ha sido tan complicada debido “al choque constante contra una sociedad neurotípica” que en su juventud sufrió adicciones a las drogas, lo que la llevó a la cárcel durante un año. Paradójicamente, esto le sirvió de recuperación, y al salir, entró en la administración, lo que le ha permitido tener estabilidad. Se caracteriza por ser perfeccionista y entregada en sus tareas, pero cree que en la empresa privada la habrían despedido porque la “ceguera del tiempo” y demás divergencias le hubieran pasado factura.
La medicación y la terapia de grupo le han ayudado, al borde de los 60 años, a “aceptarse y a desarrollar estrategias para sobrevivir”
Marta se “reconoció” como TDHA durante una de sus noches de insomnio. Leyó sobre el trastorno y se identificó. A partir de ahí, buscó ayuda, encontró la Fundación Adana, donde la orientaron al servicio de Psiquiatría del Vall d’Hebron, que descubrió que también combina con un Trastorno del Espectro Autista (TEA). Ser consciente de su neurodivergencia le “ha salvado la vida”, según afirma con contundencia. La medicación y la terapia de grupo le han ayudado, al borde de los 60 años, a “aceptarse y a desarrollar estrategias para sobrevivir”. “Estoy en el camino de la recuperación: aprendiendo a quererme y a valorarme, porque el TDHA y el Espectro Autista no son una enfermedad, ni un trastorno que se deba curar, son una neurodivergencia, que hay que aceptar, reconocer y sacarle las ventajas que aporta”, subraya.
Lisa Barbier: “Fui una niña pesada, una adolescente desafiante y en mi vida laboral todo me aburría”
Lisa Barbier Schadewaldt (47 años, Mallorca) sufre lo que podría considerarse un TDAH en adulto “de libro”. Fue una niña “pesada, hiperactiva, a la que nadie aguantaba” pero no fue diagnosticada hasta que tuvo 34 años. Antes pasó por una infancia “traumática”, una adolescencia “desafiante” y una vida laboral llena de tropiezos, dado que no “aguantaba” un mismo trabajo más de ocho meses. “Todo me aburría y tenía problemas para socializar con mis compañeros, lo que me hacía dejar trabajo tras trabajo”, explica.
Por ello, a los 25 años sufrió una “crisis existencial”, cargada de ansiedad y depresión, que le hizo replantearse su vida y empeñarse en su mayor deseo: ser médico. Con “muchísimo esfuerzo”, consiguió el acceso a la universidad para mayores de 25 años y terminar la carrera de Medicina en 10 años, porque “lo que los demás estudiaban en media hora”, a ella le costaba “tres horas”. El déficit, entre otras cosas, le impide concentrarse en lo que lee.
Ser diagnosticada fue como «despertar de una pesadilla» porque le recetaron un fármaco que le permitía leer los párrafos de corrido, sin tenerlos que releer y releer cuando estaba en sexto de Medicina
Cuando estaba en sexto de Medicina, vio que “no llegaba” y consultó a una psiquiatra alemana que supo ver lo que, en España, no habían detectado otros especialistas. “Me diagnosticó TDAH y me mandó un fármaco que representó un antes y un después, fue tomarlo y leer los párrafos de corrido, sin tenerlos que releer y releer, fue como despertar de una pesadilla”, comenta. Aun así, ha tenido que presentarse al acceso al examen MIR cinco veces y, finalmente, está estudiando la especialidad de Médico de Familia, pero en un año más del programa formativo oficial, dado que le han concedido una prórroga debido a su neurodivergencia.
“Encontrar a gente como yo me ha supuesto un cambio radical, ahora me siento comprendida”
Con la medicación, Lisa ha conseguido aminorar los síntomas, pero todavía tiene que apuntar “absolutamente todo” lo que le narran los pacientes porque, si no, sufre olvidos importantes. Y, en ocasiones, no es capaz de encontrar las palabras adecuadas. Pero también tiene fortalezas, como “la empatía y la paciencia” con los pacientes con dificultades y la “tenacidad a la hora de buscar soluciones”.
También le ayuda participar en la terapia grupal que organiza la Fundación InGada, donde ha dado con “su verdadera familia”. “Encontrar a gente como yo me ha supuesto un cambio radical, ahora me siento comprendida”, explica entre lágrimas.
Josep Guardia: “Mi padre no quería medicarme porque pensaba que era un vago”
Josep Guardia Duaigües (28 años, Lleida) es el único de los tres adultos con TDAH que participan en este reportaje que fue diagnosticado en la infancia, con apenas 8 años, pero también es el más joven y, por tanto, cuando fue al colegio, el trastorno era más conocido, sobre todo entre los profesionales. De hecho, fue su profesora la que avisó a sus padres de que debían consultar a un especialista porque Josep era “hiperactivo, nervioso e interrumpía siempre en clase”.
El problema es que su madre, que también es médico, aceptó el diagnóstico y que Josep tomara los fármacos indicados para el déficit. Pero su padre no porque, como muchos otras personas, desconocía y minimizaba el TDAH. “Él pensaba que era un vago, que solo tenía que ponerle empeño, y, como se divorció de mi madre, no me dejaba tomar la medicación, no la consumí de manera estable”, indica Josep.
A Josep Guardia le ha costado estudiar y terminar la educación obligatoria porque, aún hoy, es incapaz de terminar un libro, si es difícil o largo
En consecuencia, le ha costado estudiar y terminar la educación obligatoria porque, aún hoy, es incapaz de acabar un libro si es difícil o largo. Las dificultades para comprender, leer o hablar son, junto con la impulsividad y el nerviosismo, sus principales síntomas. Además, no tenía interés académico, “era de los que me sentaba detrás y molestaba en clase”, explica.
Sin embargo, a medida que ha ido madurando, sí ha tenido ganas de aprender y de superar las dificultades a base de trabajo y esfuerzo. Ha acabado un ciclo superior de Asesoría e Imagen y trabaja como peluquero. “Cuando volví a estudiar, me di cuenta de que necesitaba ayuda, consulté con un psiquiatra y es cuando me prescribieron un tratamiento estable que hace que me sienta mejor, pero si no pones de tu parte, la medicación por sí sola, no te soluciona la vida”, avisa.
Además, ha tenido que probar varios fármacos, dado que uno de ellos le quitaba el hambre y le causaba sensación de dependencia. Ha decidido contar su caso a El Periódico porque quiere “visualizar” la existencia de TDAH en adultos. “Ahora se trata más, hay más concienciación entre los médicos y los profesores, pero todavía falta mucho, demasiadas personas siguen pensando que es una enfermedad inventada”, denuncia.
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