Me han puesto una incidencia por mal comportamiento porque el profesor me tiene manía. He suspendido porque la maestra ha preguntado temas que no entraban para el examen. Me ha llegado una multa por exceso de velocidad y la culpa es de la policía, que sigue consignas recaudatorias. No salgo a jugar al campo porque el míster está contra mí. Jamás promociono porque mis jefes tienen enchufados a otros. Mi superior no me pide que le pase propuestas de mejora porque no me tiene en cuenta. Me aburro con mi pareja porque ya no me hace caso ni me habla como antes. Ya no me siento deseada y es porque mi marido sólo tiene energía para trabajar. Los pantalones no me entran y me aprietan en la cintura porque la lavadora los ha encogido. Mis compañeros nunca me llaman para tomar café juntos porque son unos sectarios y, desde que les canté las cuarenta, me hacen el vacío. El chico con el que me lie hace unos días no me ha vuelto a llamar porque estoy convencida de que le impongo demasiado. Mis hijos son unos maleducados porque en el colegio no son lo suficientemente estrictos. El inspector de trabajo me ha sancionado porque los funcionarios van contra los autónomos. Esa chica no ha querido venirse conmigo a casa porque todas las tías son iguales y sólo se aprovechan de los hombres. No puedo entregarte el informe a tiempo porque los de informática no me han hecho la modificación que pedí. Tampoco te he pasado los resultados porque el de finanzas no me responde al mensaje que le envié hace un mes. El cliente del restaurante se ha quejado porque, nada más entrar, ya he visto que venía de mal humor. No consigo retener a los trabajadores porque los jóvenes de hoy en día no saben lo que es el compromiso.
Hay personas que nunca admitirán su responsabilidad en nada, que siempre echarán balones fuera y que son incapaces de asumir que podría ser que ellos fueran gran parte del problema que tanto critican.
Coincido en el vestuario del gimnasio con una mujer de conversación previsible. Previsible porque siempre, desde hace más de cuatro años, me machaca con el mismo discurso. Que las instalaciones están muy sucias. Que con lo que pagamos esa desidia es impresentable. Que se queja y que nadie le hace caso. Que va a poner una mala reseña en Google. Que está claro que no contratan al suficiente personal de limpieza. Es curioso porque la última vez que estuve con ella, hace tan solo tres días, volvió a soltarme la misma cantinela mientras se peinaba su larga melena, hacía bolas con el pelo que se quedaba en el cepillo (que no era poco) y las tiraba al suelo. Se lavó las manos, dejó la encimera empapada y ni se dignó a tirar a la basura el papel con el que se las secó. «Puede que algo de responsabilidad tengamos nosotras, ¿no?», le dije apuntando hacia su basurilla. Desde entonces, no me saluda, pero no la culparé por ello. Sé que me considera una lenguaraz impertinente. Mejor.
Éste es un mensaje para quienes siempre responsabilizan a los demás de sus males: vade retro, por favor. O, como dice mi amiga Joana: aporta o aparta.
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