La versión más falsa de la libertad de expresión consiste en aplicarla solo a los pronunciamientos que nos parecen aceptables. La variante más cacareada desde el volterianismo amplía el concepto a los enunciados que nos desagradan. Sin embargo, la visión más refinada adjudica la libre exposición a los manifiestos que nos resultan absolutamente indiferentes. El liberal genuino defiende a Lalachus sin necesidad de soportarla, sintetiza y economiza. Esta excursión debe servir de consuelo a quienes no han visitado la página charliehebdo.fr ni una sola vez, durante la década transcurrida desde el atentado que acabó con la vida de doce trabajadores de la revista satírica.
El pasado martes, Macron ejercitó la cabriola de homenajear una década después a los dibujantes fallecidos, al mismo tiempo que despedía sin ninguna crítica a Jean-Marie Le Pen para no incomodar a su hija Marine, que se enteró de la muerte de su padre porque se lo anunció un periodista camino de Mayotte. El presidente francés confirmaba que todos fuimos Charlie, pero solo durante unas horas, el tiempo máximo que podemos conceder a un acontecimiento antes de ser arrollados por el siguiente.
El eslogan #jesuischarlie se sustituyó por #jefuischarlie, tan próximo al #yofuicharlie. Ante la equiparación de Charlie y Jean-Marie por parte de Macron, se erige la barricada de la portada de la revista, ayer mismo. El patriarca Le Pen declara en caricatura que «estoy a favor del calentamiento del planeta», rodeado de hornos crematorios. Para acabar por el principio, quienes no se han molestado en repasar las enseñanzas de la publicación en el aniversario de los asesinatos han contribuido a la versión más sofisticada de la libertad de expresión, dejarla que fluya sin estorbar. Tampoco examinamos con detención el mecanismo de la lavadora o el frigorífico, artefactos que han salvado tantas vidas humanas. Dicho sea en homenaje a Wolinski, donde los islamistas no asesinaron a un hombre sino a un sentido del humor.
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