Jueves, 28 de noviembre de 2024. 10.20 horas. Sala del jurado. Ciudad de la Justicia de València. Es la octava y última sesión del juicio contra David S. O., alias Tuvi, por el asesinato de Wafaa Sebbah. A petición de la fiscal, Carmen Nicasio Aliaga, los once miembros del jurado, cinco hombres y cuatro mujeres de los que nueve son titulares y dos, suplentes, ven en el monitor gigante de la sala el vídeo grabado por la Guardia Civil durante el dificultoso levantamiento del cadáver de Wafaa. El cuerpo de la joven de 19 años, tiroteada, acuchillada, torturada, violada y asfixiada el 17 de noviembre de 2019 en Carcaixent, ha permanecido 19 meses en el fondo de un pozo de 16 metros de profundidad, doce de ellos de caída libre y otros cuatro, una mezcla de agua y lodo destinado al riego y que se llena y vacía por el nivel freático.
Por eso, porque había partes sumergidas y otras no, el cuerpo está tan deteriorado y el tubo de pozo es tan estrecho, que solo puede ser recuperado cargándolo, por partes, en una cesta de plástico izada una y otra vez con un sistema de poleas improvisado por la Guardia Civil. Las imágenes son demoledoras. Se escucha a los agentes. Dos de las mujeres del jurado apartan la mirada, uno de los hombres, joven, muestra gestos claros de indisposición. No puede seguir mirando.
Tuvi mira atento a la pantalla
El acusado, sin embargo, observa atentamente la pantalla, con el interés que cabría prestarle a un documental con el que uno nada tiene que ver. Pero no lo es. Es el vídeo de un hecho real, el de la recuperación del cuerpo de su víctima. Solo aparta la mirada, muy al final, cuando los agentes extraen parte de los restos y los van colocando en una sábana en el suelo, a modo de sudario, en el orden necesario para devolverle la forma humana.
Ese gesto impasible, impertérrito, es el mismo que ha mostrado a lo largo de las dos semanas escasas que ha durado el juicio, y que se completará esta semana, con la deliberación por parte del jurado, que este lunes recibe el objeto del veredicto, la batería de preguntas redactada por la magistrada presidenta de del tribunal con hechos favorables y desfavorables al reo; las respuestas, motivadas, serán la vía para que determinen si, como sostienen las acusaciones pública y particulares, asesinó a la joven dejándola sin capacidad de defensa y aumentando perversamente su dolor después de haberla agredido sexualmente, y que para ocultar ese delito la tiró, aún viva, al fondo del pozo, en esa orgía sádico-sexual tan bien descrita por el jefe de la sección de análisis de la conducta de la Guardia Civil en el juicio, o si, como dice su abogado defensor, solo la mató -homicidio sin agravantes- porque «tenía el nervio suelto», sin asumir la retahíla de lesiones detectadas por los forenses en la autopsia -al menos siete disparos con una carabina de perdigones y tres cuchillas-, de las que se conocen solo las que dejaron marca en los huesos, porque los tejidos blandos habían desaparecido casi por completo.
«Es un psicópata»
La frialdad en el gesto, la apatía en el habla, la ausencia de sentimientos, la mirada vacía –»los psicópatas», recordó en el juicio Juan Carlos Navarro, el penalista que junto a su colega Jesús Ruiz de Valbuena defiende a la familia, «se distinguen por su falta de empatía y la incapacidad para experimentar emociones»– son la firma de la personalidad de David S. O., desplegada dentro y fuera de la sala de vistas. En el juicio, solo una vez ha cambiado esa máscara inexpresiva por un conato de llanto: cuando su abogado volvió a pedir al jurado que impidiese «que un chico joven de buena familia y buena posición económica pase el resto de su vida en la cárcel»; el plan de futuro no le gustó.
Y fuera, exactamente igual. Ha sido su actitud durante todo el proceso, incluidos los momentos más terribles. Uno de los hechos que más perplejos dejó a quienes estuvieron presentes en el levantamiento del cuerpo de Wafaa -ese que se proyectó el jueves pasado en la sala de vistas- y que fueron conscientes de las torturas y sufrimiento de la chica a medida que iban viendo las señales en sus restos, fue cuando el acusado, sentado en una silla y esposado mientras se llevaba a cabo esa diligencia, espetó, sin más inflexión en la voz que la urgencia de lo físico: «Tengo hambre. ¿Cuándo me van a dar el bocadillo?».