Leo que una vez alguien dijo: “si quieres construir una gran ciudad, funda una universidad y espera 200 años”. La cita viene como anillo al dedo en un momento como el actual, cuando en Madrid las alarmas se han disparado a cuenta de la financiación de los centros de estudios superiores. Sin entrar en la polémica, no hay duda de que España tiene muchos problemas y uno de ellos es el educativo. 

Pero conviene no empezar la casa por el tejado, de modo que habrá que prestar atención a la situación de los niveles precedentes. ¿Quién no ha pensado que los inconvenientes de productividad, los déficits laborales y otras muchas cosas se solucionarían dando más importancia a que los alumnos leyeran bien, supieran cálculo, algo de historia y geografía? 

También sería una solución a un vicio casi endémico hoy: las corruptelas en la política. No, no piensen que hablaré de tirar de la manta, ni de los dimes y diretes. Solo que cuando uno no entra en política como consecuencia de su bagaje cultural o profesional -o sea, lo hace sin ningún tipo de equipaje o preparación-, entonces las tentaciones son más recurrentes. 

Al final, la cuestión tiene que ver con los valores. Y a tenor de cómo se van sucediendo las cosas y la crítica a la meritocracia, el futuro no parece muy despejado de nubes. La cultura, la formación, el saber otorga no solo estatus, sino capacidad para capear los problemas y solucionarlos. Un político formado no es solo una garantía de eficacia: es también un seguro contra la corrupción.

Digámoslo a las claras: los problemas -casi todos- se solucionan con más educación. Y repitamos lo dicho: no hay que ser un lince para proponer un plan académico que no sea bochornoso. Sin reivindicar el antiguo e infinito bachillerato, podría comenzarse con ser más exigente, repetir curso cuando no se llega a un mínimo y primar más la razón que el sentimiento. 

Para Simone Weil, el estudio no era tanto una forma de saber cuanto de entrenamiento mental. Ella, tan mística, creía que una persona que no ha estado dejándose las pestañas en un problema de álgebra o traduciendo un misterioso verso de los presocráticos no podía introducirse por la vía contemplativa. No estaba capacitada para hacer oración. 

“Digámoslo a las claras: los problemas -casi todos- se solucionan con más educación”

Sin quitarle la razón, los rendimientos del estudio son también más prosaicos. Y quizá no es descabellado suponer que quien se sabe la lista de los reyes godos encarnará una mejor disposición para sacrificarse, lo primero, y después, no cejar en el empeño de encontrar una solución cuando irrumpa una crisis. 

Y es que está claro: si uno nunca suspende, a pesar de su poca dedicación al estudio, ni tampoco es castigado cuando transgrede las normas, ¿cómo aprenderá que sus actos tienen consecuencias y que ha de asumir su responsabilidad? ¿Quién somos nosotros para exigir a un político que dimita si nunca ha aprendido a asumir las repercusiones de sus actos? 

Desde un punto de vista económico, además, la educación es muy rentable. Hace unas semanas se ha publicado un estudio en el que se compara la evolución reciente de dos países, China y la India. En 1970, ambos eran similares en cuanto a riqueza; hoy despunta el gigante asiático. 

Según los expertos, las diferencias de desarrollo tienen una causa evidente: la política educativa. China ha apostado por empezar por los cimientos: desde los cincuenta, intentó promocionar la educación en primaria y secundaria, con proyectos a largo plazo que ahora, más de medio siglo después, están probándose muy efectivos. Por el contrario, la India impulsó las universidades. 

Los datos ofrecidos indican que, en 1980, menos de un 2% de jóvenes chinos estaba matriculado en estudios superiores; en cambio, la gran mayoría contaba con formación primaria. En la India, menos proporción hacía estudios iniciales y llegaba a la universidad el 8%. 

“Según los expertos, las diferencias de desarrollo entre China y la India tienen una causa evidente: la política educativa”

Lo que arroja la investigación es que existe un vínculo entre el analfabetismo y el desarrollo económico. Es cierto que no hay que obviar la apertura económica de estas dos potencias, pero se calcula que, a finales de la década de los ochenta, el porcentaje de la población que no sabía leer y escribir en la India alcanzaba casi el 70%, mientras que en China era el 22%. 

La India está intentando encaminarse por la senda del desarrollo y promocionar estudios básicos; China, a pesar de contratiempos coyunturales, es una potente máquina. El hecho de que Estados Unidos y Europa estén perdiendo capacidad de iniciativa y quedando atrás puede estar vinculado a la falta de exigencia y de preparación de los jóvenes. 

Se suele decir que la pólvora está inventada. No hay muchos secretos y uno piensa que quizá sea hora de preguntar a gente con sentido común y sin intereses espurios por el modo de salir de nuestro atolladero. Y no confiar en las máquinas. 

Empecemos por la educación, es decir, por poner y asegurar las primeras piedras.  

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