«He visto más muerte en los cuatro meses que llevo aquí que en toda mi vida en Perú». Se lo asegura a El Periódico de España una joven veinteañera de Lima que vive de okupa en un edificio de apartamentos turísticos en un polígono a las afueras de Madrid. Lo llaman Hotel Lola Flores. Porque se encuentra en la calle del mismo nombre y porque cada noche hay jarana. Un gueto incontrolable, repleto de basura, que firma cada mes en las páginas de sucesos. Esta semana hasta en dos ocasiones.
Empezando por el final: una mujer de 25 años y nacionalidad venezolana murió la noche del lunes en uno de sus habitáculos insalubres por inhalación de monóxido de carbono. Según ha podido saber este periódico, el gas fue liberado por un generador de electricidad en mal estado. Una herramienta imprescindible en un edificio sin suministros. La difunta, nacida en 1999, residía con su pareja, también venezolano, que fue atendido por el Samur y pudo salvar la vida.
Son las imágenes del siguiente vídeo: un nutrido grupo de sanitarios de Madrid tratando de recuperar a la joven, practicándole sin éxito las maniobras de reanimación cardiopulmonar. La acumulación de gases obligó a la posterior evacuación del edificio, un hotel fantasma con casi todas las habitaciones llenas y nadie en el registro de llegadas.
Zona hotelera
El hotel, que nunca llegó a funcionar como tal, es un laberinto de varios edificios interconectados, todos en ruinas. Ocupa varios números de la calle Lola Flores, en el distrito de San Blas-Canillejas, justo al lado del aeropuerto de Barajas. Los aviones aterrizando o despegando de fondo, acompañan la rutina diaria de personas en la indigencia que recogen chatarra con carritos o recién llegados a España que no tienen techo donde quedarse.
El edificio okupado está rodeado por otros hoteles que sí funcionan. Los típicos alojamientos satélite para quien hace escala breve en Madrid y no quiere irse lejos de la terminal. En la puerta de uno de ellos, «robando wi-fi» según reconocen ellos mismos, dos chicos latinos que malviven en el edificio de Lola Flores, que está ocupado por un número indeterminado de personas y casi todas son latinoamericanas.
«No se puede contar cuántos habitantes somos, porque aquí la gente viene y va. Yo llegué de Perú hace unos meses y vine aquí porque tengo un familiar viviendo en otra habitación. Entré en una que estaba vacía y ahí vivo con mi primo. Hay algunas que están amuebladas. En la mía solamente había un colchón viejo», recuerda. Ahora se ha hecho con un hornillo a gas de segunda mano para poder cocinar. Utensilios usados que, como el generador que mató a la mujer venezolana el lunes, tienen todos los números para acabar provocando otro fatal accidente tarde o temprano.
El olor a orina y a basura, que está por todas partes, anticipa la llegada al hotel. Gente que entra sin preguntar, cargada de bultos, y se tapa la cara por si hay cámaras cerca. Sobre todo en los últimos días, cuando la zona se ha llenado de periodistas. Porque el fallecimiento de la joven de Venezuela el lunes por la noche no ha sido el único suceso de los últimos días en el hotel. La noche anterior hubo una reyerta en la que mataron a un colombiano.
Por el fútbol
El detonante fue un partido de fútbol que se estaba disputando a más de 8.000 kilómetros de allí entre el América de Cali y el Once Caldas, de la liga colombiana. Una discusión futbolera entre dos hinchas de equipos rivales acabó con uno de ellos degollado. Las asistencias ya se lo encontraron muerto cuando llegaron, con varias heridas de arma blanca en el cuello. Sucedió la noche del domingo 24. La policía aún no ha practicado detenciones.
«Es difícil que lo encuentren. Hay gente que vive aquí solamente unos días y luego se marcha. Porque encuentra trabajo y vivienda, o porque se mete en algún lío y escapa», nos dice otro de los habitantes, de nacionalidad venezolana. No hay ningún registro de que esas personas hayan pasado por ahí en ningún momento. Las únicas identificaciones las practica la policía cuando pasa algo gordo. Como otra pelea el pasado 5 de noviembre entre una docena de inquilinos que acabaron a navajazos. Seis jóvenes, uno de ellos menor de edad, fueron detenidos por participar en la reyerta. Uno de ellos resultó herido grave.
El pasado 17 de septiembre también hubo navajazos, esa vez también con resultado de muerte. La víctima fue un español de 26 años llamado David, que recibió una puñalada en la axila que le seccionó la arteria braquial, provocando que se desangrase y muriese en el acto. El motivo del encontronazo, según cuentan los vecinos, fue un tema de drogas; otro de los grandes males que azotan este gueto en las afueras.
Tapiando
«Aquí hay gente con niños y así no se puede vivir. Sin agua, sin electricidad, sin limpieza. Yo tengo una pequeña de 7 años y estoy harta de ir a los Servicios Sociales a que me ayuden, pero no me hacen caso», concluye una de las chicas peruanas que nos atiende en el interior del edificio. La atmósfera es irrespirable. Al final, unas voces con acento español nos conminan a salir del edificio cuanto antes.
Son agentes de la Policía Nacional, que nos ponen en alerta de lo peligroso de andar por la zona en estas fechas. Muchas de las habitaciones ya están tapiadas y tienen precinto policial. Como no pueden desahuciar, esperan a tener constancia de que hay una habitación vacía y proceden a tapiar, para que no entre nadie e ir evacuando poco a poco el piso. «Pero les da igual, vendrá alguien necesitado de habitación y tirará la tapia. Al final tendrán que derribar el edificio, pero hasta que eso no pase…», aventura uno de los agentes. Parece que el problema del hotel okupa tiene visos de prolongarse por mucho tiempo.