La verdad sea dicha, no tenía muchas ganas de escribir sobre fútbol y, me van ustedes a perdonar, pero no lo voy a hacer, como excepción, como extraordinarios son los momentos en que vivimos. Sí, el cuerpo me pide hablar de la DANA, o mejor dicho de sus consecuencias, físicas y mentales. Estando en la zona norte, la prácticamente intocada por el fenómeno meteorológico, que ha sin embargo arrasado l’Horta Sud y otras zonas, como Utiel, Requena o Chiva, mi sufrimiento es casi inexistente, comparado con los que han perdido todo. Pero, tengo una amiga que ha tenido que enterrar a su madre, tras tres días sin poder sacarla de casa, como tengo otros que han salvado por los pelos a sus progenitores.
También los que hay que ya no tienen casa, por no hablar de vehículos varios. Así que algo si padezco, siquiera por empatía. He hecho lo que he podido y voy a intentar cooperar lo mejor posible con el gran Ricard Camarena, que ha estado al pie del cañón y que prepara unas cenas benéficas para recaudar fondos. Así estoy ahora, llamando a todos los que puedo para que formen parte de los que tendrán, como yo, que apoquinar para ayudar, en lo posible, a quienes irá destinada la recaudación.
Cada uno ayuda en lo que puede, pero algunos no hacen nada por colaborar a mitigar la catástrofe. El grito de mi titular no es solo una parte del himno regional valenciano, sino el que me sale de las entrañas cuando he visto lo acaecido en nuestra desdichada política. En casos como este, como en el de la pandemia y los otros (así como los que vendrán, desgraciadamente) es cuando hay que olvidar colores y partidos.
No es, y lo siento como ciudadano, lo que ha ocurrido. Aquí todos intentan culpar, sin el ánimo puesto en lo que debería ser: solo estar juntos y contribuir. Los que me conocen seguramente me reñirán por volver a decir algo que suelo comentar, y no es otra cosa que haber votado a catorce, sí catorce, partidos distintos, desde que, en 1979, tuve ocasión de ejercer mi derecho a elegir representantes públicos.
Nunca he votado como un talibán de un partido, o como un hooligan futbolístico, sino con la ecuanimidad, espero, de quien está pensando en quien será mejor para mi municipio, comunidad autónoma, Estado o en la Unión Europea. Tengo amigos que están en todo el arco parlamentario y procuro discutir (en el sentido francés, de debatir y no de enfrentarse) con cada uno de ellos.
Pero, en esta tragedia solo veo malos modos, propios de los grandes dramas de Esquilo o de Shakespeare, donde políticos y reyes son a cada cual más enrevesado y malvado, y, por lo tanto, me abochorna el espectáculo que están dando todos y cada uno, intentando sacar provecho para arañar votos, para las próximas elecciones…
Me recordaban estos días all famoso cuadro de Goya, dentro de su temática de ‘cuadros negros’, el Duelo a garrotazos, que cada vez que lo veo en mis visitas al museo del Prado, me da un sobresalto, pero procuro pensar que es agua pasada. Mas no lo es, y ahora vuelve esa España negra, tan moderna ella, tan a la última en todo, pero que no deja de ser la misma, con wi-fi, coches eléctricos e Inteligencia Artificial… De hecho, esta última parece cada vez más artificial y la veo poco en algunos humanos.
Sacarse la foto del momento, o ponerse barro para parecer que se ha estado en la «zona cero» (como algún ‘periodista’ – sic- hizo) no es ayudar para nada sino mero postureo, que no ha de ser acogido sino con abucheos, no violencia, aunque el enfado se puede entender, y con desdén para quienes solo quieren aprovechar el instante.
Sin embargo, no quiero ser negativo, sino acabar con una nota absolutamente optimista. Las decenas de miles de voluntarios, sobre todo los más jóvenes, que han desbordado todos los planes de ayuda, porque eran tantos que no se preveía la avalancha y, ahí también se falló en estructurarla. Estos son los que sí llegaron «tots a una veu» y que me hacen, ahora en el otoño de mi vida, ahuyentar a los fantasmas del mal y creer que, todavía, hay esperanza.
Siento esta diatriba, pero no podía por menos que escribir sobre el cataclismo físico y la debacle política. En quince días, volveré a hablar de deporte, porque la vida es así. Esto lo entendí cuando, al fallecer mi padre y luego mi madre, en cada caso, vi que el mundo seguía, incapaz de entender mi dolor. Quizá esto sea lo que nos la fortaleza a los humanos… Y recomiendo, para acabar, la novela de Rocío Lardinois, «Los chicos tuertos». Cuídense, por favor.
Suscríbete para seguir leyendo