El ataque de Israel en la madrugada del sábado contra Irán fue histórico, no solo porque representó el primer ataque aéreo directo de Israel sobre la República Islámica, sino también porque dejó claro que el próximo objetivo potencial de Israel podría ser el programa nuclear iraní.
La operación tenía tres objetivos principales. El primero era enviar un mensaje firme tras los ataques sin precedentes de Irán contra Israel a principios de este año. Desde abril, Irán ha disparado directamente más de 500 misiles y drones contra Israel.
Este hecho exigía una respuesta contundente para demostrar a Irán que hay un costo por atacar a Israel, y que debía pensarlo bien antes de volver a considerar ese tipo de ataques. Los líderes políticos y militares israelíes reconocieron que una represalia era esencial para mostrar que Israel no tiene miedo de actuar y que no será limitado por la influencia de Estados Unidos, como Irán podría haber creído.
En Israel, se percibe que el ataque del sábado logró transmitir ese mensaje, a pesar de que Irán haya respondido con amenazas de represalias. La operación fue una advertencia cuidadosamente calculada, mostrando que Israel puede penetrar el espacio aéreo iraní y golpear objetivos clave.
Los residentes de Teherán se despertaron el 26 de octubre y continuaron con sus actividades diarias, tras haber sido perturbados por los ataques israelíes que resonaron en toda la ciudad.
El segundo objetivo de la operación era demostrar la capacidad militar de Israel, enviando un mensaje tanto a Irán como al resto del mundo de que la Fuerza Aérea israelí es capaz de llevar a cabo operaciones sostenidas a más de 1.200 millas de distancia. Más de 100 aeronaves participaron en esta operación, incluidos F-35, F-15, F-16 y drones, organizados en una secuencia de ataques precisos realizados en varias oleadas.
En la primera oleada, los aviones israelíes neutralizaron los radares y sistemas de defensa aérea en Siria e Irak, despejando el camino para las fases siguientes. Una vez dentro del espacio aéreo iraní, las fuerzas israelíes desmantelaron más radares y emplazamientos de misiles antiaéreos, preparando el terreno para el ataque final, que se centró en las instalaciones de producción de misiles balísticos de Irán.
Este enfoque por fases demostró que Israel tiene la capacidad de penetrar en el espacio aéreo iraní y erosionar las defensas iraníes, permitiendo que sus pilotos alcancen los objetivos sin encontrar mayores obstáculos.
Además, la cuidadosa selección de los objetivos fue clave. Al atacar las instalaciones de producción de misiles balísticos, Israel afectó la capacidad de Irán para reemplazar los misiles usados en ataques anteriores.
Sin la capacidad de reponer rápidamente su arsenal, Irán enfrenta un desafío si busca intensificar sus ataques. Igualmente importante fue la eliminación de los sistemas de radar y de misiles tierra-aire (SAM).
Esto otorga a Israel un “cielo abierto” temporal sobre Irán, una ventaja estratégica en caso de que en los próximos meses decidan atacar otros objetivos de alto valor, como refinerías o instalaciones nucleares.
El sistema más significativo derribado fue el S-300 de fabricación rusa, considerado uno de los más avanzados del mundo. Irán adquirió cuatro baterías S-300 en un acuerdo de 800 millones de dólares firmado en 2007. Aunque Rusia inicialmente retrasó la entrega debido a la presión de Israel y Estados Unidos, los sistemas llegaron a Irán en 2016.
Tras el primer ataque directo de Irán contra Israel en abril, la Fuerza Aérea israelí lanzó una operación simbólica contra una unidad de radar S-300 cerca de Isfahán, al sur de Teherán. Se informó que en este ataque se destruyeron al menos otros tres sistemas S-300.
Aunque esta operación no tuvo como objetivo instalaciones nucleares, los líderes iraníes ahora saben que la fuerza aérea israelí es capaz de violar su espacio aéreo y llevar a cabo ataques a gran escala sin encontrar resistencia significativa.
Este logro no debe ser subestimado. Si estas avanzadas defensas no pueden detener a Israel, surge la pregunta: ¿qué lo hará? El ataque israelí infligió un doble golpe, debilitando tanto las defensas de Irán como la reputación del equipamiento militar ruso.
Mientras que Ucrania ha logrado neutralizar los sistemas S-400 más avanzados de Rusia, con el ataque israelí, el equipo ruso ha sufrido un golpe aún mayor a su prestigio.
Ahora surgen dudas reales sobre la fiabilidad de estos sistemas “avanzados”. Para Irán, la presión para responder es palpable.
Teherán busca salvar su reputación, posiblemente mediante un ataque de represalia con misiles contra Israel, pero los líderes iraníes saben que tal acción desataría una respuesta israelí aún más devastadora.
Los próximos ataques israelíes podrían centrarse en las instalaciones nucleares de Irán, objetivos que Israel evitó en esta operación. La complejidad de atacar estas instalaciones, protegidas en búnkeres reforzados, es significativa. Los estrategas militares israelíes saben que un ataque directo a estas instalaciones podría llevar a Irán a acelerar su búsqueda de una bomba nuclear.
El régimen podría movilizar a la población iraní, gran parte de la cual se opone a los ayatolás, utilizando las acciones de Israel como motivo para acelerar la carrera hacia la bomba nuclear.
Un ataque a gran escala también podría tener repercusiones no deseadas, tanto para las ambiciones nucleares de Irán como para la estabilidad regional.
Por este motivo, Israel ha optado por una estrategia más medida, desarrollando sus capacidades de forma metódica y preparándose tanto diplomática como militarmente para un eventual ataque al programa nuclear iraní.
El ejército israelí ha demostrado que puede llegar al territorio iraní y neutralizar las defensas aéreas, pasos clave en una posible campaña contra las instalaciones nucleares.
Si Irán persiste en su agresión, Israel podría dar el siguiente paso: atacar la infraestructura y componentes clave de las ambiciones nucleares iraníes. La posibilidad de que esto suceda dependerá, en gran medida, de la próxima decisión que tome Irán.