El animal más aterrador

Desafortunadamente poco o nada se nos enseña en las escuelas sobre múltiples cuestiones que son las realmente más importantes para la vida de las personas, tales como la gestión de las emociones, las relaciones humanas, la enorme importancia del respeto a la naturaleza, a todas sus criaturas y toda su diversidad, identificar el bien y el mal, y aprender a defenderse de la maldad, el derecho a la felicidad, la inteligencia emocional, y tantas y tantas otras. Y cuando se ha intentado, como en aquella materia Educación para la Ciudadanía, en tiempos de Zapatero, la oposición es tan agresiva y canalla que todo acaba en nada.

Ni tampoco se nos enseña a querer saber, a buscar conocimiento, ni tampoco a comprender que todos los ámbitos de la realidad están relacionados los unos con los otros. De tal manera que crecemos consiguiendo, los que tienen buena memoria, algunas pinceladas inconexas sobre determinadas materias, pero sin apenas saber relacionarlas, lo cual es lo más importante; porque la realidad no está dividida en compartimentos estancos, sino que está conectada a sus múltiples y variadas parcelas o ámbitos absolutamente interrelacionados.

El gran sabio hindú Jiddu Krishnamurti decía que “la educación no es la simple adquisición de conocimientos, ni la colección de datos, sino ver el significado de la vida como un todo; un todo que no puede entenderse desde un solo punto de vista, que es lo que intentan hacer muchos gobiernos, las religiones organizadas y los partidos autoritarios”. De tal modo que no se puede entender bien algo si no se entiende también todo lo que está interrelacionado con ese algo. Saber mucho sólo sobre un único aspecto de la realidad es otra forma de ignorancia.

Imposible comprender en profundidad, por ejemplo, al nazismo, o, en general, a cualquier dictadura, si no se tiene constancia (además, por supuesto, de los procesos políticos, sociales, y económicos del contexto concreto) de la personalidad perturbada (siempre narcisista y psicopática) de Hitler, o de cualquier gurú, tirano o dictador, y también de sus socios y adláteres; y si no se tiene constancia de los procesos psicológicos que les caracterizan (ausencia de empatía, desprecio del otro, parasitismo, narcisismo, carencia de culpa y de remordimientos, capacidad de manipulación, afán de control, ausencia total de sentido moral, de distinción entre el bien y el mal, etc., lo cual les permite llevar a cabo las atrocidades que todos ellos cometen, y que cualquier ser con conciencia y empatía es incapaz de cometer).

De hecho, estas características “anómalas”, aunque muy frecuentes en una parte de la especie humana, suelen pasar absolutamente desapercibidas, porque no hay información; y ni siquiera se tienen apenas en cuenta a la hora de estudiar o analizar cualquier disciplina o acción humana. Y, en general, como verdaderos analfabetos emocionales, la mayoría de la gente se rige por nociones básicas y primarias en base a una “moral” impuesta que, en realidad está planificada siguiendo criterios de intereses; los intereses de quiénes nos la imponen. Y seguimos pautas absolutamente falsas para movernos en el terreno pantanoso de las creencias, que acaban basándose en tópicos aprendidos, ya digo, tan impuestos como primarios, banales y falsos.

Por ejemplo, nos enseñan a temer a los animales a los que se cataloga como fieras salvajes, atribuyéndoles la voracidad y la perversidad que sólo es atribuible a esa parte de la especie humana a la que aludo, y despojándoles de cualquier consideración moral (todos aprendemos esto desde la más tierna infancia cuando nos enseñan el antropocentrismo cristiano). No hay psicópatas, ni sociópatas ni narcisistas en ninguna especie animal no humana. Es meridianamente evidente que los humanos somos, en conjunto, la especie más cruel, depredadora, destructiva y peligrosa que existe. Y no, por cierto, la más inteligente; tengamos la humildad de reconocer que inteligencia es sobre todo proteger lo que nos da la vida, y no lo hacemos. Ninguna otra especie destruye el planeta que nos acoge, ni contamina el aire ni la tierra ni las aguas. Decía el escritor norteamericano Lovekraft que “todos los monstruos son humanos” (all monster are human).

Por supuesto que hay gente buena, y hay personas exquisitamente maravillosas, afortunadamente; pero hay un porcentaje determinado de seres humanos tan voraces que, aunque son minoría, es una minoría que acaba gobernando el mundo y haciendo las leyes (como dice Robert Hare). Son esa parte de la población capaz de esa maldad extrema; en lenguaje psicológico serían los psicópatas, y en lenguaje político serían, en general, las extremas derechas, los totalitarios o fascistas. En el último informe sobre la riqueza de Oxfam Intermón revela que el 1 por cien más rico posee más riqueza que el 95% de la población mundial. En el informe anterior (2019-2021) ese porcentaje era del 63%. Patético, vergonzoso y muy triste. Y claramente psicopático.

Y, en este contexto de ultra capitalismo y neoliberalismo descabellados, de auge del pensamiento fascista y de las extremas derechas (que facilitan, por ejemplo, que un personaje de discurso perturbado, totalitario, radical y muy peligroso acabe de eurodiputado en el Parlamento europeo), y de incremento consecuente de la desigualdad económica y social, el actor inglés Jude Law, ha tenido una respuesta contundente, inteligente y lúcida cuando, en el magazine de televisión americano The Late Show con Stephen Colbert, éste le preguntó: ¿Cuál es el animal más aterrador? El ser humano fascista, contestó el actor.

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