Varios niños utilizan sus teléfonos móviles. / Shutterstock

El otro día, en un Club de Lectura, salió el tema de la economía del lenguaje escrito en los canales de comunicación. Recordé cuando tuve móvil por primera vez, allá por el dos mil, y cómo me comía vocales y consonantes porque en los SMS de entonces te cobraban por letra. De esta forma «tqm» sustituía al «te quiero mucho» de toda la vida o «bn» a «bien» o «-mal» a «menos mal». Con los veinte euros al mes de saldo que te ponía tu madre tenías que hacer malabares. Otra forma de supervivencia de aquel momento era «dar un toque». Así el destinatario sabía que no te quedaba un duro ni para SMS ni para llamadas. El comentario de uno de los contertulios me sacó del baúl de mis recuerdos: «Pero hoy en día, que WhatsApp te permite escribir todo lo que quieras y hasta poner negrita y cursiva, ¿por qué siguen economizando en el lenguaje escrito?» El problema está en que no solo hay una pérdida de riqueza en esta forma de comunicación, sino también una merma de interés en la oralidad.

Fuente