A finales de los años cincuenta, un pueblecito de Wisconsin se convirtió en la auténtica comidilla de Estados Unidos gracias a las fechorías de uno de sus vecinos. El tipo en cuestión era un cincuentón algo taciturno y asocial que respondía al nombre de Ed Gein y que vivía en la remota granja en la que creció junto a su madre. Cuando se quedó huérfano, la enfermedad mental que sufría se agravó y su solitario mundo le llevó a buscar un reencuentro con su dominante y puritana progenitora. Fue entonces cuando asesinó a un par de mujeres a las que consideraba prostitutas, como pensaría su propia madre, y resultó detenido por la policía, que se llevó las manos a la cabeza ante sus atrocidades —entre otras, vestirse con la piel desollada de una de sus víctimas y bailar a la luz de la luna haciéndose pasar por la señora que lo parió—.

Los horribles crímenes de Gein inspiraron la creación de películas tan distintas entre sí como ‘El silencio de los corderos’, sobre un asesino en serie que mata a sus víctimas después de prepararlas minuciosamente y arrancarles la piel, y La matanza de Texas‘, protagonizada por un grupo de jóvenes inocentes que tienen la mala suerte de cruzar sus pasos con una disfuncional familia de caníbales torturadores. El director de esta última, Tobe Hooper, la empezó a concebir mientras hacía las compras navideñas en la sección de ferretería de unos grandes almacenes llenos de gente. “Estaba sudando, quería irme de allí”, contó al respecto. “Miré hacia arriba y vi una estantería con motosierras. Entonces pensé: si pongo en marcha la motosierra, esta gente se moverá y podré irme de aquí. Obviamente, no lo hice. Pero salí de allí y en el coche de vuelta seguí pensando en ello y las ideas empezaron a venirme. Cuando llegué a casa, me puse ‘Goodbye Yellow Brick Road’ de Elton John y empecé a anotar ideas”.

El exiguo presupuesto con que el cineasta contaba al comenzar a preparar el proyecto —alrededor de 60.000 dólares— le obligó a encargarse prácticamente de todo y a apostar por un equipo técnico y artístico poco experimentado. La intensidad del rodaje, donde hubo jornadas de hasta 26 horas seguidas, unida al calor insoportable que golpeó Texas aquel verano de 1973, convirtió la experiencia en algo difícil de olvidar para sus protagonistas. Uno de los que peor lo pasó fue el actor de origen islandés que encarnaba al gigante Leatherface, Gunnar Hansen. Al disponer tan solo de un vestuario para su personaje, no pudo lavar el atuendo durante el tiempo en que participó en la filmación, por temor a que cambiase de tono. Como es lógico, el olor que a los pocos días desprendía el hombre detrás de la máscara hizo que el resto de integrantes del equipo evitaran compartir mesa con él durante las comidas.

Un terror muy pegado a la realidad

Para el profesor y escritor Rubén Higueras Flores, autor del libro ‘La matanza de Texas: Tobe Hooper’, el estreno mundial de este clásico del cine de horror, en octubre de 1974, cambió de manera radical y definitiva el devenir de ese género: “Además de dotar al cine de terror de un tratamiento estético realista que se desprendía de algunos de los códigos del terror clásico (rasgo que caracteriza a parte del cine de terror moderno de la época, como ‘La noche de los muertos vivientes’ o ‘La última casa a la izquierda’), el filme rehúsa dotar al terror de naturaleza sobrenatural y obliga a su público a enfrentarse con la constante representación en pantalla de la destrucción del cuerpo humano y la abyección de lo cadavérico, que domina la puesta en escena. Y a ello se suma, al igual que en los otros filmes citados, un manifiesto discurso crítico hacia la Norteamérica de la época”.

En este mismo sentido, Antonio Míguez, profesor y crítico cinematográfico que recientemente publicó el ensayo ‘Eso no estaba en mi libro de cine de terror’, apunta que el famoso ‘slasher’ puso sobre la mesa el lado oscuro del sistema estadounidense. “Estados Unidos fue la arcadia de la civilización después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, después de la derrota de Vietnam se empezó a reinterpretar ese sistema ultraneoliberal e imperialista donde, además, estaban proliferando sectores de carácter más abierto y progresista y se abría paso el feminismo”, señala. “El salvajismo de Estados Unidos se plasmó a través de esos personajes ‘redneck’, esos paletos que seguramente votarían a los republicanos y hoy día apoyarían a Donald Trump, aunque también te digo que no pienso que exista mucha diferencia entre Trump y los demócratas. En definitiva, era una crítica soterrada al gobierno y a la idiosincrasia estadounidense. Se quería manifestar que, dentro de ese país idealizado en los años cincuenta, con aquellas chicas pin-up y esposas tradicionales, también había personas en estado semisalvaje, gente que ha ejercido como soldado en la guerra y que vota igual que tú, que podrían esconder a un potencial asesino”.

Cartel original de la película. Archivo


Asimismo, Míguez recuerda que, a principios de la década de los setenta, se produjo un cambio de paradigma en el cine, que se volvió más visceral y realista a raíz del bombardeo de noticias en prensa al que eran sometidos a diario los ciudadanos estadounidenses, expuestos de pronto a la contemplación de imágenes de una inusitada violencia hasta la fecha. “El cine clásico del Hollywood dorado seguía siendo hasta cierto punto cándido en su manera de representar la violencia. Sin embargo, las familias americanas de esa época se acostumbraron a almorzar viendo imágenes de cuerpos descuartizados y niñas quemándose vivas en el telediario. De pronto hubo un cambio de mentalidad respecto a la violencia, y el cine tuvo que estar acorde con la brutalidad que se estaba mostrando en el mundo porque, de lo contrario, ya no conseguiría impactar tanto como lo hacía antes”.

Sugestión sangrienta

En realidad, tampoco hay tanta sangre en ‘La matanza de Texas’, que sin embargo suele aparecer encabezando los listados de los principales títulos del subgénero ‘gore’. La explicación radica, según Higueras Flores, en que Hooper pretendía que la temida MPAA (Motion Picture Association of America) concediera a su cinta la clasificación PG (con supervisión de los padres) no mostrando excesivas cantidades de sangre: “De hecho, la mayor presencia de hemoglobina se da en las paredes que decoran la casa de la familia de psicópatas o esparcida por la anatomía de la actriz protagonista durante el clímax”. ¿A qué se debe, entonces, que el filme permanezca en la memoria colectiva como uno de los más sangrientos y desagradables jamás realizado?

El grupo de amigos, antes de ser pasto de los Sawyer. Archivo


En opinión del autor, al intenso estado de sugestión en el que Hooper sume a su público mediante la conjunción “de un inteligente uso del montaje que impele al espectador a rellenar las acciones elididas o que quedan fuera de campo, unos planos sobrecogedoramente próximos a las expresiones de intenso dolor de los intérpretes, unas imágenes con un look decididamente sucio (la granulosa fotografía de Daniel Pearl posee una funcionalidad sinestésica, pues transmite tanto el asfixiante calor del verano tejano como la insalubridad que se respira en el interior de la casa), la adopción de rasgos formales más propios del cine documental y del ‘cinéma vérité’ que del cine de ficción, y una banda sonora conformada por incómodos efectos sonoros, entre otros recursos”.

Casi nadie mostró interés al principio en distribuir el filme, que acabó en manos de Bryanston Distributing, una empresa fundada por Louis Peraino, hijo de uno de los capos de las Cinco Familias mafiosas de Nueva York, que adquirió cierta notoriedad por poner en circulación la película porno ‘Garganta profunda’. “Peraino aceptó distribuirla en todo el mundo tras reunirse con Ron Bozman, director de producción, y Warren Skaaren, comisario cinematográfico de Texas”, relató en su momento el periodista cultural Alistair Ryder. “Posteriormente, los productores de la película demandaron a Peraino por no pagarles su parte íntegra de los beneficios. Se le condenó a pagarles 500.000 dólares, pero para entonces su empresa ya se había declarado en quiebra. No fue hasta que New Line Cinema adquirió los derechos en 1983, casi unadécada después del estreno de la primera película, cuando por fin cobraron”.

Pese a no entusiasmar a la crítica, el proyecto de Hooper recaudó más de 30 millones de dólares en Estados Unidos, lo que la convirtió en uno de los títulos independientes más exitosos de la historia del séptimo arte. Y aún hoy, cinco décadas después de su realización, continúa influyendo en nuevas generaciones de cineastas e infundiendo terror a aquellos espectadores que se acercan a ella por primera vez. “Su asesino se ha convertido en un icónico personaje del cine de terror”, apunta Higueras Flores, “y se continúan produciendo secuelas y comercializando ‘merchandising’ de muy diverso tipo sobre la película”, desde fotografías del rodaje hasta pósteres y muñecos de todo pelaje.

A modo de curiosidad menciona que en 1983 llegó a comercializarse un videojuego para Atari basado en el filme. “Lo llamativo del caso”, apostilla, “es que, pese a lo que pueda presuponerse, el jugador no adoptaba el papel de algún joven que ha de huir del acecho de los psicópatas, sino que se ponía en la piel de un virtual Leatherface, al que debía guiar en una persecución campo a través con el fin de despedazar a los jóvenes que intentaban huir de él, ayudándole a sortear los obstáculos que se encontraba por el camino y procurando que su sierra mecánica no se quedara sin gasolina con la que funcionar cuando alcanzase a alguna de sus víctimas. Sin lugar a dudas, ‘La matanza de Texas’ forma parte de la cultura popular y del imaginario cinematográfico contemporáneo”. El público estadounidense podrá volver a disfutarla en salas las próximas semanas, cuando se acerque Halloween. A la espera de saber si pasará lo mismo en España, la cinta está disponible en plataformas de ‘streaming’ como Filmin o Amazon Prime.

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