La política exterior ha definido las elecciones presidenciales de Estados Unidos en muy contadas ocasiones, como cuando la crisis de los rehenes de Irán se sumó a la estanflación para dejar a Jimmy Carter como presidente de un solo mandato. Los asuntos globales y la relación de los estadounidenses con ellos, no obstante, sí suelen pesar a menudo, siquiera de forma marginal, a la hora de que tomen sus decisiones en las urnas.
En una carrera tan ajustada como la que libran Donald Trump y Kamala Harris, que se puede decantar por unas decenas de miles de votos en los estados bisagra, ese peso puede ser determinante. Y ese potencial impacto se entiende con sondeos como uno realizado por el Instituto para Asuntos Globales y YouGov, donde el 53% mostró confianza en que Harris seguirá una política exterior que beneficia a gente como ellos, frente al 47% que lo dijo de Trump. Pero en los estados bisagra el porcentaje se invierte.
La significación de la política exterior crece, además, en un momento de turbulencias globales como la guerra en Gaza, que con su extensión al Líbano acerca un conflicto regional a plena escala, o la guerra en Ucrania. Se deja sentir en una época de sacudidas y reajustes en un mundo cada vez más multipolar, un tiempo en el que además está moviéndose la visión que los propios estadounidenses tienen del papel de su país en relación con el mundo.
Ucrania y Gaza
Cuando la economía y el coste disparado de la vida son la cuestión fundamental para el electorado, cada vez son más quienes en EEUU cuestionan los equilibrios entre ayuda al extranjero y gasto doméstico. Y en ningún asunto queda ese planteamiento más expuesto que en lo que respecta a la guerra de Ucrania.
Desde que Vladimir Putin lanzó la invasión en febrero de 2022, Washington ha dado más de 100.000 millones de dólares al gobierno de Kiev, la primera vez desde el Plan Marshall en que un país europeo es el principal receptor de ayuda estadounidense. Buena parte del dinero para Ucrania se está gastando en EEUU, pagando a fábricas de armamento y a sus trabajadores y contribuyendo a modernizar el propio arsenal estadounidense. Pero aumenta el rechazo.
Según un sondeo del centro Pew en julio, más estadounidenses piensan que ese apoyo es demasiado (26%) que los que creen que es correcto (29%) o no suficiente (19%). Y entre republicanos y demócratas se abre un abismo: el 47% de los primeros creen que la ayuda es excesiva frente al 13% entre los segundos.
El otro gran conflicto que sacude al mundo, la guerra lanzada por Israel tras los ataques de Hamás del 7 de octubre, pone en juego factores diferentes en estas elecciones. Entre la población árabe-estadounidense y musulmana, así como entre jóvenes, minorías y los más progresistas, se ha extendido la indignación porque la Administración de Joe Biden haya mantenido el apoyo inquebrantable a Israel mientras se profundiza la tragedia humanitaria en Gaza. Y cómo voten las 700.000 personas que en primarias demócratas castigaron a Biden, o quienes siguen saliendo a campus o calles en protestas, puede resultar determinante, especialmente pero no solo en Michigan, uno de los siete estados bisagra.
El papel en el mundo
En el radar de los estadounidenses están también la complicada relación de competencia y rivalidad con China, un país al que el 81% de los republicanos, el 50% de los independientes y el 56% demócratas ven como una “amenaza crítica”. Están también Irán y Corea del Norte o la relación con Latinoamérica y África, un asunto vinculado a la inmigración pero también a los duelos con Moscú y Pekín. Pero más allá de casos concretos, en materia de política exterior laten otras corrientes de transformación.
Otro sondeo del centro Pew de finales del año pasado apuntaba a que el apoyo entre los estadounidenses a la intervención activa de su país en asuntos globales ha ido cayendo de forma sostenida y ha pasado del 53% en 2019 al 43% en 2023. Y en un artículo en ‘Foreign Affairs’ Condoleezza Rice, que fue secretaria de Estado con George W. Bush, aseguraba que “EEUU es un país distinto, exhausto por ocho décadas de liderazgo internacional”.
“El pueblo estadounidense también es diferente, con menos confianza en sus instituciones y en que el sueño americano sea viable”, añadía Rice. “Los internacionalistas tienen que admitir que hay algo que no ven de esos estadounidenses, como el minero o el trabajador del acero en paro que perdieron cuando los trabajos se fueron al extranjero. Y los olvidados no reaccionan bien al argumento de que deberían callarse y estar satisfechos con productos baratos chinos”.
Opciones contrapuestas
Son esos EEUU los que ahora se dirimen entre dos opciones políticas contrapuestas. Por una parte Trump, que con su populismo nacionalista de su ‘America Primero’ ha potenciado el aislacionismo y con una visión transaccional ha puesto en cuestión la relación con aliados tradicionales o alianzas como la OTAN. Por la otra Harris, que mantiene la idea de un papel de liderazgo de EEUU pero en una apuesta por el multilateralismo y sus instituciones.
La de la vicepresidenta es una línea continuista con la propuesta internacionalista que hizo Biden pero cobra también nuevos tintes. En aparente busca de los votantes independientes más conservadores o de los mismos republicanos moderados que en primarias dieron su voto a Nikki Haley, que golpeaba a Trump con especial dureza como débil en política exterior, Harris hoy suena como uno de los clásicos halcones republicanos.
Lo hacía en la convención de Chicago al prometer que como comandante en jefe aseguraría que EEUU siempre tiene “las fuerzas de combate más letales del mundo”. Y no es de extrañar que Liz Cheney, la antigua republicana que ha anunciado su voto por la demócrata, resumiera que fue un discurso que “podría haber dado Ronald Reagan o Bush”.
Son mucho más las figuras republicanas, de políticos a altos funcionarios o militares, los que tratan ahora de convencer por un voto a Harris frente a un Trump que, como decían en una carta, creen que es un peligro para la seguridad nacional por “su susceptibilidad a la adulación y la manipulación de Vladimir Putin y Xi Jinping, su inusual afinidad por otros líderes autoritarios y su caótica toma de decisiones en seguridad nacional”.
Pero ese paso no está exento de críticas y muchos denuncian que los demócratas se están apoyando en los mismos personajes que metieron a EEUU en guerras, realizaron pasos como la autorización de las torturas o apoyaron a dictadores y autócratas cuando era conveniente. Lo escribía Ziyad Motola, profesor de Howard University, en una columna de opinión en Al Jazeera, señalando a un caso concreto. “Lo que hace particularmente irritante el apoyo de Dick Cheney y cómo lo abraza el Partido Demócrata es la forma en que pasan por encima de los pecados pasados para retratarlo como un guardián de los valores estadounidenses”.