“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y, en ese claroscuro, surgen los monstruos”. La cita pertenece a Antonio Gramsci, el teórico italiano del marxismo de la primera mitad del siglo XX, pero bien podría utilizarse para describir el estado del mundo actual. La Asamblea General de la ONU celebrada esta semana en Nueva York ha servido para constatar el momento caótico por el que atraviesan las relaciones internacionales. No solo por la proliferación de conflictos armados –más de medio centenar activos, según el Global Peace Index, la cifra más elevada desde la Segunda Guerra Mundial–, sino principalmente por el arraigado desdén hacia las normas e instituciones creadas desde entonces para prevenir la barbarie. Ni siquiera sus principales abanderados las están respetando, un descrédito que ha herido de muerte a toda la credibilidad del sistema.

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