“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y, en ese claroscuro, surgen los monstruos”. La cita pertenece a Antonio Gramsci, el teórico italiano del marxismo de la primera mitad del siglo XX, pero bien podría utilizarse para describir el estado del mundo actual. La Asamblea General de la ONU celebrada esta semana en Nueva York ha servido para constatar el momento caótico por el que atraviesan las relaciones internacionales. No solo por la proliferación de conflictos armados –más de medio centenar activos, según el Global Peace Index, la cifra más elevada desde la Segunda Guerra Mundial–, sino principalmente por el arraigado desdén hacia las normas e instituciones creadas desde entonces para prevenir la barbarie. Ni siquiera sus principales abanderados las están respetando, un descrédito que ha herido de muerte a toda la credibilidad del sistema.
La señales del desorden mundial están por todas partes. En la invasión rusa de Ucrania, la primera guerra estatal de conquista en territorio europeo en más de medio siglo. En la hambruna masiva provocada en Sudán por la brutalidad de sus dos bandos en conflicto, apoyados por múltiples actores foráneos. En la exasperante parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU, incapaz de cumplir remotamente con su mandato de preservar la paz y la estabilidad mundial. O en la hostilidad beligerante que los poderosos dedican a los tribunales internacionales cuando se atreven a poner en el punto de mira a cualquiera que no sea un criminal de guerra africano.
“El nivel de impunidad en el mundo es políticamente indefendible y moralmente intolerable”, dijo esta semana el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, al abrir la Asamblea General. “Pueden pisotear la ley internacional. Pueden violar la Carta de Naciones Unidas. Pueden invadir otro país, devastar sociedades enteras o ignorar absolutamente el bienestar de su propia gente. Y no pasará nada”. Gaza es el ejemplo más flagrante, donde a ojos de muchos se está enterrando el “orden basado en reglas” que ingeniaron principalmente EEUU y sus aliados europeos para moldear el mundo de la posguerra a su imagen y semejanza. Una arquitectura legal que puso la democracia, los derechos humanos y el libre mercado en el centro. Y que, si bien, nunca fue perfecta ni universalmente respetada, sigue siendo el único cortafuegos vigente contra la violencia extrema.
Retorciendo las reglas
Pero esa barbarie se está ahora perpetrando en Gaza sin restricciones. “La campaña de represalias de Israel contra Hamás ha estado caracterizada por un patrón de crímenes de guerra y violaciones del derecho internacional”, ha dicho la secretaria general de Amnistía Internacional, Agnès Callamard. Varios de los países que corrieron a sancionar a Rusia por violar las normas del orden internacional en Ucrania, arman, financian y dan cobertura diplomática al asalto de Israel en Gaza. Tanto países de la Unión Europea como EEUU, que no deja de retorcer las reglas para justificar su postura.
Cuando 13 de los 15 jueces del Tribunal Internacional de Justicia determinaron que existen «indicios plausibles de genocidio» en la Franja, la Administración Biden amenazó con sancionar al tribunal. Cuando el Consejo de Seguridad aprobó finalmente una resolución de “alto el fuego inmediato” tras varios bloqueos de EEUU, corrió a decir que no era vinculante, cuando todas las resoluciones del Consejo lo son. Por no aceptar la Casa Blanca ni siquiera ha aceptado que Israel haya cometido graves violaciones humanitarias, en contra de la evaluación de todas las organizaciones relevantes del ramo, incluidas las israelíes, o la propia ONU.
“Esos dobles estándares socavan la credibilidad de estadounidenses y europeos cuando piden a terceros países que sigan las reglas. No puedes exigir a otros que cumplan si tú no lo haces”, asegura Sven Biscop, profesor de política exterior en la universidad belga de Gante. La consecuencia la expresó esta semana el presidente turco en la ONU. “Los valores que Occidente dice defender están muriendo, la verdad está muriendo y con ellas las esperanzas de la humanidad en un mundo más justo”, dijo Recep Tayyip Erdogan. Meses antes lo había expresado en otros términos un diplomático del G7. “Hemos perdido definitivamente la batalla en el Sur Global. Todo el trabajo que hicimos sobre Ucrania se ha perdido. Olvídense de las reglas y del orden mundial. Ni siquiera quieren escucharnos”, le dijo al ‘Financial Times’.
La «guerra contra el terror» cómo germen del todo vale
Algunos expertos han trazado el origen del colapso en curso a la “guerra contra el terror”, la respuesta de EEUU y sus aliados a los atentados del 11-S en Nueva York. “Una campaña que normalizó la idea de que todo es permisible en lucha contra los ‘terroristas’. En su guerra en Gaza, Israel ha tomado prestados el ethos, la estrategia y las tácticas de aquel marco”, escribió Callamard hace unos meses en ‘Foreign Policy.’ Nada se respeta. Ni hospitales, ni colegios, ni civiles desplazados, ni trabajadores humanitarios o periodistas. Israel lo ha llevado al extremo en Gaza, pero también lo hizo Rusia en Siria y ahora en Ucrania, o China para justificar sus abusos contra las minorías musulmanas en Xinjiang. Atrocidades justificadas a menudo como “lucha contra el terrorismo”.
“La sensación es que el viejo sistema está en una profunda decadencia y lo nuevo todavía no acaba de llegar”, afirma a este diario Mathew Burrows, quien trabajara para la CIA durante un cuarto de siglo. “Parte importante del problema es que EEUU se está alejando del sistema que levantó. Para la mayoría de estadounidenses la ONU es un cuerpo muy foráneo y el ánimo imperante hoy en el país es más proteccionista y más centrado en nuestro propio interés”.
Los riesgos de este mundo sin ley, donde la impunidad es la norma, son evidentes. Particularmente a medida que la democracia y la globalización retroceden en el mundo, renacen las pasiones nacionalistas y se avanza hacia una multipolaridad borrosa, con un creciente protagonismo de las potencias de tamaño medio. “Con la aplicación universal del derecho internacional en su lecho de muerte y nada que la reemplace todavía, salvo el crudo interés nacional y la codicia descarnada, la desafección extendida será explotada por todos aquellos dispuestos a fomentar una inestabilidad todavía mayor”, escribió Agnès Callamard desde Amnistía Internacional.
De la reforma de ese sistema atrofiado y occidentalocéntrico se ha vuelto a hablar estos días en la Asamblea, pero nada se concreta. Los poderosos no quieren perder sus privilegios. Y, entre medio, el mundo arde sin visos de remisión.
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