Nacido en Beirut hace 63 años y líder indiscutible de Hizbulá durante más de tres décadas, Hasán Nasrallah, al que Israel da este sábado por muerto, tuvo su primer contacto con el activismo durante la guerra civil libanesa de 1975 a 1990. Era aún un adolescente, pero ese fue su despertar religioso y político. Mientras dedicaba su tiempo a estudiar en el seminario chiita en el valle libanés de la Becá, Nasrallah empezó también a militar en el movimiento político chiita de Amal. Su potencial y su cercanía al filósofo iraquí chiita Mohamed Baqir al Sadr (luego asesinado por el régimen de Sadam Huséin) le llevó a convertirse en el delegado político de Amal en la Becá. A raíz de la invasión israelí del Líbano en 1982 y tras varias decepciones ante las alianzas del líder de Amal, Nabih Berri, el grupo se escindió nació Hizbulá, el Partido de Dios en árabe. Financiada por Irán, llegaba al Líbano la Resistencia Islámica.
El joven Nasrallah fue de los primeros en sumarse al nuevo grupo de resistencia contra los invasores israelís. Hizbulá representaba a la comunidad chií en un Líbano multiconfesional a la vez que compartía una estrecha relación con su progenitor iraní. La década siguiente fue testigo del meteórico ascenso de Nasrallah dentro del partido-milicia. Aunque no fue conocido por su valentía en el campo de batalla, sus dotes administrativas, estratégicas y de liderazgo le valieron el puesto de presidente del Consejo Ejecutivo del máximo órgano de gobierno de Hizbulá, el Consejo Consultivo (Shura), a los 27 años.
Cuando las tropas israelís asesinaron al entonces secretario general Abás al Musawi en 1992, hubo muy pocas dudas de que tenía que ser su amigo y aliado Nasrallah su sucesor. Desde entonces, aquel devoto adolescente se había convertido en uno de los hombres más influyentes de la región. Al final de la guerra civil, consiguió reestructurar la milicia para que su facción política ocupara posiciones destacadas en las instituciones del Líbano. Lo consiguió hasta tal punto que hoy son los representantes de Hizbulá quienes bloquean la resolución de la investigación por la explosión en el puerto de Beirut de hace más de tres años.
Ejército envidiable
Bajo su mandato, Hizbulá se convirtió en un Ejército envidiable en la región. Cuenta con más de 100.000 combatientes organizados en unidades especializadas. A medida que se han mejorado las capacidades de inteligencia y cuentan con un gran arsenal de miles de cohetes apuntando a Israel, han acelerado el ritmo de las operaciones. Su participación en la guerra de Siria al lado del dictador Bashar el Asad le permitió mantenerse en el trono. Erigido como la resistencia de Israel, el empate en la guerra de 2006 multiplicó la popularidad de Nasrallah. Se le veía como un líder imbatible, dispuesto a sacrificar hasta a su hijo por una causa mayor. A los 46 años, Nasrallah se convirtió en un héroe de guerra y una de las figuras más emblemáticas del mundo árabe.
Pero, en los últimos años, su fama como estratega militar, líder político e icono carismático que levantaba pasiones más allá de las fronteras libanesas se había ido desdibujando. Hizbulá es considerada organización terrorista por varios países, incluido Estados Unidos, la Unión Europea y la Liga Árabe. A su vez, el Líbano sufre una de las peores crisis económicas de los últimos 150 años, según el Banco Mundial.
Escondido en su búnker por temor a sufrir el mismo destino que muchos de sus colegas, Nasrallah ha sido visto estos últimos años como un engranaje más de la corrupción que se ha comido al Estado libanés. En un país donde tres cuartas partes de la población están bajo el umbral de la pobreza, muchos consideraban que seguir gastando recursos en una resistencia inútil contra el «enemigo sionista» ha perdido el sentido cuando son incapaces de traer comida a la mesa.
Aun así, toda la región seguía observando con respeto a Nasrallah. «El Líbano no puede soportar una guerra y todo lo que ocurra en caso de que Hizbulá nos fuerce a entrar en ella será culpa de ellos, haciéndoles perder aún más popularidad”, explicaba hace unos a EL PERIÓDICO la economista Layal Mansour Ichrakieh, justo cuando todo el país contenía el aliento para escuchar el que fue su último discurso a la población.
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