La comunidad yazidí llora a sus muertos y busca a miles de desaparecidos. Han pasado diez años desde que los terroristas del autoproclamado Estado Islámico cometieron una de las mayores matanzas de civiles en Irak, calificada de genocidio por las Naciones Unidas. Fue en los primeros días del mes de agosto de 2014, cuando los extremistas islámicos arrasaron el distrito de Sinjar, patria chica de este pequeño grupo étnico religioso, situado en la provincia de Nínive, en el norte del país. Equipos de forenses de la ONU trabajan aún en la localización y exhumación de fosas comunes donde yacen los cuerpos de personas que fueron ejecutadas. La mayoría de los que lograron escapar de la barbarie viven desde entonces en campos de desplazados en la región autónoma del Kurdistán iraquí.
Cuando sucedió la matanza, el grueso de las tropas de Estados Unidos ya se había retirado de Irak y parte de Siria e Irak estaban bajo el control del Estado Islámico, incluido Mosul, la segunda ciudad iraquí, situada a apenas un centenar de kilómetros de Sinjar. El espectacular avance de los extremistas llegó incluso a las puertas de Bagdad, sin encontrar apenas resistencia. Había nacido el califato, cuya superficie era el equivalente a la del Reino Unido.
En Sinjar, los radicales islámicos asesinaron y torturaron a miles de personas, además de obligar a niños y adolescentes a sumarse a sus filas y secuestrar a niñas y mujeres para utilizarlas y venderlas como esclavas sexuales. Entre los muertos también hubo cristianos y musulmanes de confesión chií. El libro ‘Yo seré la última’, de la premio Nobel de la Paz yazidí, Nadia Murad, da cuenta de la barbarie.
«Sin justicia, se repetirá»
Murad fue secuestrada y convertida en esclava sexual. Su madre y seis hermanos fueron asesinados. «Los autores de la violencia sexual contra las mujeres y niñas yazidís y de otras etnias todavía no han sido procesados por sus crímenes. Sin justicia, ese genocidio se repetirá contra nosotros y otras comunidades vulnerables”, dijo Murad cuando recibió el Nobel en 2018.
De etnia kurda, los yazidís profesan una singular religión monoteísta que comparte elementos con otras creencias, como el zoroastrismo, el cristianismo o el sufismo. Su principal santuario se encuentra en Lalish, una aldea situada en el Kurdistán iraquí que sirve de centro de peregrinaje. Se estima que la comunidad está formada por algo más de un millón de seguidores en todo el mundo, la gran mayoría concentrados en Irak, Siria, Armenia y Georgia.
Actualmente, en el Kurdistán iraquí hay más de veinte campos de desplazados que acogen a 183.000 personas, la gran mayoría yazidís, según cifras de la Organización Mundial de Migraciones (OIM). Pero estos asentamientos tienen los días contados. El Gobierno de Bagdad ha dado de plazo hasta finales de este año para que se desmantelen todos los campamentos, a lo que se opone el Gobierno de Erbil, capital de la región autónoma kurda de Irak. Los campos de desplazados que había en el resto del territorio iraquí se cerraron en el 2020.
Reacios a volver
Según la OIM, tan solo el 43% de las aproximadamente 300.000 personas que huyeron del genocidio de Sinjar han regresado a su lugar de origen. El resto se niega a hacerlo. Gran parte del distrito sigue en ruinas, carece de servicios mínimos y de oportunidades económicas para subsistir. Y lo que es aún más importante, muchos desplazados temen volver al lugar donde fueron testigos de actos de salvajismo contra familiares y vecinos.
Las organizaciones de derechos humanos yazidís estiman en más de 2.700 las personas que permanecen aún desaparecidas desde el genocidio. El número se ha ido reduciendo a medida que se han ido excavando las fosas comunes que proliferan en el distrito, más de 90, según Bagdad. De momento se han exhumado 68, que contenían los restos de más de 700 personas, con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados. De todas la víctimas, solo 243 han sido identificadas y devueltas a sus familiares. La misión del equipo de forenses de la ONU es reunir pruebas de los crímenes perpetrados por el Estado Islámico para que sus responsables puedan ser juzgados.
Otro factor que impide a los desplazados regresar a Sinjar es la falta de seguridad en la zona, que actualmente está bajo el control del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), guerrilla que combate desde hace décadas contra el estado turco y que tiene en territorio iraquí uno de sus feudos. Los bombardeos de la aviación turca en el distrito son frecuentes. El PKK cuenta con el apoyo de los milicianos de su filial local yazidí, las Unidades de Resistencia de Sinjar. Hay una tercera fuerza que contribuye a la inestabilidad de la región, la Fuerza de Movilización Popular, una amalgama de grupos armados chiís iraquís, respaldados por Irán. Estos grupos fueron la fuerza de choque que logró expulsar del distrito al Estado Islámico en 2015, con la ayuda de la aviación de Estados Unidos.
Irak se encuentra entre los países del mundo con una cifra más alta de personas desaparecidas, buena parte durante el régimen de Sadam Husein. Se estima que los restos de unas 400.000 están sepultados en fosas comunes.