Los vecinos de la Colònia de Sant Jordi no pueden dejar de recordar la figura de Erika Röhrig, la mujer que el miércoles por la tarde murió asesinada a manos de su yerno, un individuo de origen portugués que no tiene muy buena fama por la zona. La víctima, suiza de 74 años, llevaba más de media vida residiendo en este núcleo costero. Llegó con su marido, alemán, y ambos montaron un restaurante llamado Casanova, que hace más de quince años que cerró sus puertas. Pero este negocio permitió al matrimonio abrirse paso en la Colònia de Sant Jordi, donde conocían a mucha gente. El marido murió hace más de diez años y ella vivía con su hija en esta finca apartada donde se produjo la tragedia.
La hija, que también nació en Alemania, llevaba mucho tiempo saliendo con el individuo portugués. El hombre, de 47 años, tiene fama de violento, ya que ha protagonizado numerosas peleas, muchas de ellas en el mismo domicilio donde se produjo la tragedia. Los vecinos señalan que a Erika no le gustaba el hombre que llevaba años saliendo con su hija y mucho menos que viviera con ella en su domicilio. «El problema es que él no tenía dónde ir y no quería irse de la casa», explica una vecina.
La víctima y su marido habían comprado un terreno a las afueras de la Colònia de Sant Jordi y con mucho esfuerzo y trabajo construyeron una casa, donde el hombre vivió hasta sus últimos días. La pareja vivía tranquilamente en esta casa, que estaba muy bien cuidada, pero acudía casi a diario al núcleo turístico. La ausencia del marido no rompió la tradición y Erika caminaba todos los días de su casa a la Colònia, acompañada de su perro.
En la urbanización donde ocurrió este crimen, casi todos los residentes conocían los problemas que estaba teniendo la mujer con el novio de su hija, debido a las constantes discusiones y agresiones que mantenía con su hija. La joven había intentado varias veces romper la relación, pero nunca conseguía deshacer este vínculo. La mujer había pedido varias veces la ayuda de la Guardia Civil, que detuvo en algunas ocasiones al súbdito portugués.
En estos momentos, en teoría, estaban separados, pero el individuo no se había cambiado de domicilio. «Cuando escuché los gritos creía que había matado a la hija, pero me equivoqué y la muerta era su madre», lamenta una vecina de la urbanización.
La hija trabaja en un bar muy conocido de la Colònia de Sant Jordi, casualmente en la misma calle donde hace años sus padres montaron su negocio de restauración. La mujer, según confirman varios vecinos, ha acudido este jueves a su puesto de trabajo, donde ha estado sirviendo a los clientes. Horas más tarde se marchó.
Los vecinos también conocían muy bien al detenido, al que señalaron como una persona violenta y conflictiva. «Se mezclaba con lo peor de la Colònia de Sant Jordi», señala un vecino, que todavía no había aceptado la idea de que ya no volvería a cruzarse más con Erika por la mañana, con la que solía coincidir prácticamente todos los días. «Es un día muy triste», lamenta.