Casi todas las biografías de estrellas del rock tratan de convencerte sobre lo especial que se sentían aquellos músicos antes incluso de saltar a la fama. Sus memorias tienden a ser una legítima búsqueda por empequeñecer sus vergüenzas y exaltar sus logros. No es el caso de William y Jim Reid, los hermanos escoceses que fundaron a principios de los 80 The Jesus & Mary Chain, una de las bandas fundamentales para entender el origen y la evolución de ese género tan abstracto e inabarcable que es el indie.
«No creo que hayamos nacido para ser famosos de verdad. A lo sumo, para una extraña versión marginal de la celebridad. Éramos demasiado tímidos para ser el centro de atención», confiesa William Reid en Incomprendidos: The Jesus & Mary Chain (Contra), el libro que recoge por primera vez la historia sin filtros del grupo.
Aunque son pioneros de los géneros que marcaron el nacimiento de la música indie, no hay un sitio claro para ellos. En su música están los inicios de sonidos como el post-punk, el shoegaze, el noise pop, el grunge o el britpop. Han influenciado directa o indirectamente a bandas como My Bloody Valentine, The Smashing Pumpkins, Blur o incluso Los Planetas, pero nadie diría que su nombre figura con letras doradas en la historia del rock, quizá lo haga más bien como una recurrente nota al pie.
Precisamente sobre esta condición de ‘incomprendidos’ oscila esta biografía construida a partir de una especie de conversación recogida por el periodista musical Ben Thomson en la que los hermanos Reid se responden y complementan un relato crudo en contenido, pero ágil y divertido en forma. Conociendo de primera mano su versión, podemos entender mejor, por ejemplo, cómo se ganaron la fama de ser uno de los grupos más odiados de la escena punk o por qué perdieron su condición de auténticos indies fichando por una multinacional como Warner.
The Jesus & Mary Chain: orígenes
El germen de The Jesus & Mary Chain, como el de tantos otros grupos británicos, llegó con el regalo de un tocadiscos y el descubrimiento de la música que hicieron unos años antes cuatro genios de Liverpool. «Daba igual que los Beatles ya no existieran como grupo; a mí me encantaban. Y fue la primera vez que la música supuso algo muy importante para mí y para William, y poco a poco empezó a unirnos más», recuerda Jim.
Aunque nacieron en Glasgow, pronto la familia Reid se mudó a East Killbride antes de que les pudieran echar de una vivienda social con baño comunitario. Allí los hermanos crecieron de forma paralelamente asimétrica. Mientras William se metía en una banda juvenil para sentirse aceptado y no ser invisible para las chicas, su hermano Jim, tres años menor, trataba de pasar desapercibido. Ambos, tímidos crónicos, encontraron en la música la única salida interesante a la vida pobre e infeliz que les esperaba, trabajando en una fábrica de lunes a viernes y emborrachándose en el pub los fines de semana.
Con ello soñaban desde la distancia, los días que su padre les dejaba ver el programa Top of the pops y el rock glam entraba en sus vidas. A William le gustaba Bowie, Jim prefería a Slade, después llegó el punk con The Clash y Sex Pistols y más tarde la epifanía que significó descubrir a The Velvet Underground.
«Lo que nos unía a Jim y a mí no era tanto que nos gustara el mismo tipo de música — en concreto el punk—, sino que hablábamos de ella… durante horas y horas», cuenta William. Y mientras charlaban cómo serían sus hipotéticos grupos, cada uno el suyo, fue creciendo la idea del que terminarían formando entre los dos.
Gracias a las trescientas libras que les dio su padre al ser despedido de la fábrica de Caterpillar pudieron comprarse un cuatro pistas que se estropeaba cada dos por tres, una guitarra Gretsch Tennessean a un colega por 20 libras y un inestable pedal fuzz Shin-ei por otras 10 que terminaría por definir su sonido. Solo faltaba establecer los roles y un cara o cruz que perdió Jim determinó que él sería el cantante y William se quedaría con la guitarra, aparte de compositor de la mayoría de las canciones.
«No había nada de ese rollo de si tengo tanto talento por qué nadie se da cuenta. Todo era en plan agacha la cabeza e intenta pasar desapercebido» (Jim Reid)
Como ocurre con casi todas los grandes bandas, la elección del nombre tiene menos mística de lo que nos gustaría creer. Se le ocurrió a William en una lluvia de ideas y a Jim no le sonaba para nada a nombre de grupo, era perfecto para ellos.
Pero triunfar en una escena escocesa donde el post-punk brillaba por su ausencia no iba a ser tan fácil. Lo intentaron colocando en las calles pósters con montajes en los que oscurecían las ventanas de su habitación para fingir que estaban tocando en directo. La realidad es que para dar su primer bolo tuvieron que irse a Londres, donde Bobby Gillespie, batería de la banda y frontman de Primal Scream les había citado con el incipiente fundador de Creation Records, Allan McGee, que los fichó nada más escucharlos.
La maldición de vender su alma al mainstream
Otro de los temas que más controversia ha generado a lo largo de su carrera y sobre el que hablan largo y tendido los hermanos Reid es sobre la venta de su alma al diablo Warner. «Puede que en el 84 no quisiéramos seguir siendo un grupo indie, pero no porque tuviéramos aires de grandeza, sino porque preferíamos las botas de tacón de Marc Bolan a lo que fuera el equivalente de unas Birkenstock macrobióticas a comienzos de los ochenta,» justifica Jim.
Cuando aquellos hermanos raritos de pelo rizado despeinado, introvertidos y algo colgados tenían la maqueta de su primer álbum, el duelo por sacarles enfrentó al sello por excelencia de la escena alternativa londinense, Rough Trade, y a la subdivisión que Warner acababa de sacar para seguir siendo relevantes en el underground, Blanco y Negro. Por muy raritos que fueran, ya sabían lo que era comerse los mocos y tocar para cuatro gatos, por muy contradictorio que pueda parecer, si habían apostado por dedicarse a la música era para convertirse en estrellas.
Jim habla sobre la «falta de ambición» que había por aquella época en la música indie, pero también con perspectiva reconoce el grave error que significó para ellos firmar con una multinacional. Para sacar Psychocandy (1985), tal y como lo habían concebido, tuvieron que prometer a Warner que en el siguiente álbum se dejarían meter mano.
La realidad es que la multinacional se desencantó al ver el poco tirón comercial de la banda, relegando su posición en la discográfica a un segundo plano en el que les dejaban libertad para sacar su música, pero sin promoción ni relevancia real dentro de la firma. En ese momento, viendo lo que Rough Trade estaba haciendo con grupos como The Smiths, se arrepintieron de su decisión.
Padres no reconocidos del indie
Eran indies pero no lo suficiente, su actitud era punk pero también querían hacer pop y salir en televisión, pertenecían a una multinacional que no les hacía caso y al mismo tiempo su música estaba influenciando directa e indirectamente a los nuevos grupos que salían del underground, pero ellos no terminaban de ganarse la popularidad que creían que merecían.
«Había un tipo de mentalidad indie que casi rechazaba el éxito porque lo veía como algo demasiado ostentoso o vergonzoso. Creo que era una actitud muy de clase media, perpetrada por chavales que pensaban que era muy cool ir con ropa de mercadillo, cuando en realidad podían permitirse ropa nueva de Benetton. Ya sé que esto suena a pataleta, pero creo que es una diferencia fundamental. Los músicos de clase obrera que sabíamos lo que era no tener nada -como William, Douglas, Bobby o yo— no comulgábamos con esas chorradas. Queríamos ser superestrellas y nos daba igual que se notara, y eso atrajo hacia nosotros una hostilidad muy real», reflexiona Jim.
Ambos se preguntan en el libro por qué nadie se acordaba de ellos al reconocerlos como influencia. Reniegan del indie de entonces, pero igualmente se ven como padres no reconocidos del género.
Especialmente Jim, recuerda con algo de despecho lo que pasó después de la Gira Rollerecoaster, en la que intentaron emular las primeras giras punk en las que podías ver a la vez a grupos como The Clash, junto a los Buzzcocks o The Jam. En su caso, la gira juntó, bajo el apadrinamiento de The Jesus & The Mary Chain a Dinosaur Jr., My Bloody Valentine y Blur. le molesta que no se
«Dethroned» era un reflejo de cómo nos sentíamos en esa época, y además fue bastante premonitorio, porque el proceso de grabación de ese álbum coincidió con los comienzos del britpop. Siempre nos habíamos sentido outsiders, pero cuando salió ese disco fue como si nos encerraran al otro lado de un muro y tiraran la llave. Lo peor fue que muchos de los grupos que estaban saliendo me gustaban bastante. (Jim)
El grupo más odiado del punk
Gente con problemas para socializar que se drogaba y se emborrachaba para soportar el mal trago de relacionarse con los demás.
Directos caóticos y marcados por el alcohol con público con ganas de matarles, espirales de violencia. Tuvieron que cambiar su imagen de Hooligan, la gente sabía que en sus conciertos se liaba y de ahí surgían hordas de gente con ganas de problemas. Sus fans les perseguían para pegarles. Esto fue en 1985. Poco antes de publicar su primer álbum. Un grupo que incitaba a las masas violentas a destrozar equipos.
De Ian Curtis rajaron en la televisión belga solo por llevarle la contraria al presentador. Uno de los mejores conciertos que he visto fue uno de los Buzzcocks en el Glasgow Apollo, con Joy Division de teloneros en el otoño del 79. Cuando salieron Joy Division, se palpaba la electricidad en el ambiente. Yo pensaba: «¡Dios, esto debe de ser como ver a los Doors o algo así! Me voy a pasar el resto de mi vida contando a todo el mundo que vi a Joy Division en el Apolo. (Jim)
Así de pringaos éramos. No solo rechazamos la invitación de la gente de Warhol; estábamos tan de moda que un chulo que vivía en el barrio nos dijo: «Venid y elegid a la chica que queráis». En aquel momento yo tenía una novia en Londres, así que rechazamos ambas ofertas: «Lo siento, Andy, no vamos a salir porque estamos agotados», y nadie se acostó con una prostituta del piso de enfrente porque nuestras novias nos esperaban en casa y pensamos que no les haría mucha gracia. Normal que no hayamos entrado en el Rock and Roll Hall of Fame. (William)
Estábamos sentados en el camerino intentando asimilar lo que acababa de suceder, cuando de pronto entró Iggy. Ese tío era mi ídolo, y claramente estaba allí para limar asperezas, porque su tour manager le había dicho: «Ha habido un problema, pero si entras ahí y hablas con ellos seguro que se arregla», así que Iggy entró y dijo —y para que suene creíble hay que poner voz de Iggy—: «Hola tíos, ¿puedo hacer algo por vosotros?». Yo no sabía qué decir, porque me parecía que este tío al que tanto adorábamos nos había tratado de asco, pero tras una larga pausa me vinieron las palabras, y esas palabras fueron: «¿Qué tal si nos dejas probar sonido?». Nos miró muy flipado y dijo: «Joder, tíos, con las ganas que tenía de conoceros», y se fue. Me quedé hecho polvo. No fue un «momento muy guay» para nada. (Jim)
a Neil young William lo conoció colocado
Una de las cosas de las que más ganas tenía de hablar en este libro son las horribles experiencias que hemos tenido al conocer a nuestros héroes. A veces nos veíamos en situaciones increíbles y no sabíamos cómo desenvolvernos. Un ejemplo que tengo grabado en la memoria fue con los Ramones en la gira americana de Darklands, en el 87. Vinieron a un bolo nuestro en algún sitio de la costa oeste (seguramente San Francisco). Luego hubo una gran fiesta y dos de ellos se acercaron a saludarnos, pero yo me quede en un rincón pensando: «No puedo, no puedo hablar con estos tíos». (Jim)
En el Lollapalooza del 92. Cada vez me rayaba más esa supuesta positividad de los americanos, aunque suene muy mal lo que voy a decir, la experiencia del Lollapalooza me hizo entender mejor a esos tíos que se lían a pegar tiros en un centro comercial (Jim)
Lo aguantaban con cocaina y alcohol.
La «versión Sundance» de los Gallagher
La actitud de Warner hacia nosotros cambió durante la larga gestación de Darklands. Cuando el disco estuvo terminado, quedó claro que ya no éramos la potencial gallina de los huevos de oro, sino el burro que está pastando en el prado. Poco antes de que se publicara el álbum, hubo una reunión de marketing especialmente dolorosa en la que intentamos convencerlos de que podía ser buena idea hacer un poco de publicidad del disco. (Jim)
Lo más frustrante no era que las cantara él, sino que no corrigiera a la gente cuando daban por hecho que él era el autor de canciones compuestas por mí. Empecé a notar eso ya en los ochenta, cuando todo el mundo se acercaba a Jim y le felicitaba por «Some Candy Talking», y yo pensaba: «Joder, pero si es mía! ¡Es mía!». Pero en aquel momento aún no me importaba mucho. Desde el primer momento tomamos la decisión de que la autoría fuera Reid/Reid al 50/50, exactamente igual, para que nadie supiera quién había compuesto cada canción, y a mí me seguía pareciendo bien. (William)
Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran el remake hollywoodiense de nuestra pequeña peli indie sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance. Recuerdo que leí hace años una entrevista con Noel en la que venía a decir: «Cuando estamos de gira, después de actuar todo el mundo se va a un club y yo subo a mi habitación a componer el nuevo álbum». Pensé: «Joder, así fue mi vida en los noventa». componiendo canciones en su cuarto mientras el hermano pequeño está en el bar diciendo: «Si, nena, soy el cantante, venga, vamos». Y a la mañana siguiente todo el mundo te pregunta: «¿Dónde te metiste anoche?». «Estuve en mi habitación tocando la guitarra y analizando la diferencia entre un acorde con séptima y uno con séptima disminuido». Me fumaba un porro y podía pasarme cuatro horas dándole vueltas a eso… (William)
Lo que realmente nos separó en los dos o tres últimos años de la primera etapa del grupo fue que el mecanismo de autocorrección de los primeros años dejó de funcionar. Y si al principio una bronca quedaba olvidada en cuestión de minutos, ahora se prolongaba durante semanas. Jim se ofendía por cosas que yo no creía haber dicho con ánimo de ofender, aunque quizá en el fondo sí. Se le quedaban grabadas, y como los dos estábamos siempre borrachos, y él se metía coca y yo fumaba porros, no había forma de comunicarnos. Aquello se había roto. (William)