Es difícil creer en las conjuras. Si las comidas del cuerpo técnico y sus jugadores fueran sinónimo de victorias, el Valencia y todos los clubes de LaLiga las organizarían a diario. Mesa, mantel y a ganar partidos. Así de fácil. La historia dice que las comidas de equipo pocas veces sirven de revulsivo. No hay que creer en ellas, pero sí en Baraja. Y en todas y cada una de las teclas que está tocando en el vestuario durante los últimos días para cambiar el rumbo de la temporada después de los malos resultados del arranque liguero y las secuelas del ‘caso Rafa Mir’. La comida solo es un intento más de cambiar el chip del grupo y reforzar la idea de equipo. Su mensaje de responsabilidad, compromiso, solidaridad entre compañeros, autocrítica y exigencia tiene que calar. Y va a calar en forma de reacción tarde o temprano. Seguro. Porque Rubén se equivoca. Como todos los entrenadores del mundo, pero si hay alguien capacitado para sacar del pozo a este Valencia es el Pipo. Nadie más que él conoce a los chicos y a Mestalla. Poner el foco en su persona como algunos se atrevieron a hacer después del Metropoliano es echarle leña al fuego del incendio que Peter Lim decidió que fuera el Valencia hace cinco años. El máximo accionista estaba avisado de la dureza del calendario y del riesgo anímico que tenía arrancarla temporada mal en una plantilla tan joven como la del Valencia. Le dio igual. El Valencia-Girona del sábado es su Liga. Y su vida. Igualito que el de Singapur. 

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