Siempre que Barack o Michelle Obama se ponen frente a un micrófono conviene estar atento. Este martes por la noche, cuando ambos lo hicieron como las estrellas en la convención demócrata en Chicago, quedó claro por qué.
La exprimera dama primero y luego el expresidente ofrecieron dos discursos que electrizaron y mantuvieron arrebatados a los más de 4.000 delegados. Y ese éxtasis colectivo se explica por dos obras maestras de oratoria en las que los Obama, dos de las figuras más carismáticas de la política de EEUU, elevaron la causa para una presidencia de Kamala Harris y, a la vez, realizaron dos ejercicios implacables y contundentes de demolición de Donald Trump.
“La esperanza está de vuelta”, dijo en una de sus primeras frases Michelle Obama. Reflejaba con esas palabras el entusiasmo que ha despertado en los demócratas la nominación de Harris, que al recoger el testigo de Joe Biden ha inyectado visible vigor a una campaña que, cuando el mandatario de 81 buscaba la reelección, languidecía.
Michelle, sin guantes
Lo que hizo la exprimera dama después y a lo largo de 20 minutos explicaba por qué es una de las figuras demócratas más populares y por qué tantos estadounidenses siempre han albergado el sueño, que ella echa por tierra una y otra vez, de que un día sea candidata.
Fue tejiendo una historia personal y emocionante sobre los valores que aprendió de su madre, recientemente fallecida, enlazándolos con los que representa y encarna también Kamala Harris. Y todo lo fue entrelazando en un ejercicio de contrastes con Trump que acabó siendo un asalto aniquilador al expresidente y candidato republicano.
Incluso sin citarlo inicialmente no había duda de a quién se refería cuando hablaba de “escupir rabia y amargura” o de “beneficiarse de la discriminación positiva de la riqueza generacional”. Lo señalaba como «quejica» y «tramposo», alguien que “cambia las reglas para ganar siempre”.
Ni mucho menos huyó de acusarle directamente y por nombre. Y lo hizo cuando recordó cómo Trump durante años usó el racismo para desatar el miedo contra ella y su marido. “Su visión limitada y estrecha del mundo le hizo sentirse amenazado por la existencia de dos personas exitosas, con gran nivel de educación y trabajadores duros que resulta que son negros”, dijo.
A continuación dio uno de los golpes que hicieron las delicias de los delegados, que en la pista del United Center estaban entregados. “¿Quién le va a decir que el trabajo que busca ahora puede ser uno de esos “trabajos negros?”, dijo, una referencia a una polémica expresión que Trump usó en julio para acusar a los inmigrantes de quitar empleos a los negros.
La exprimera dama no cejó. Acusó a Trump de usar “mentiras horribles, racistas y misóginas como sustitución de ideas y soluciones de verdad”. Y conforme seguía con sus denuncias planteaba por qué se normaliza un tipo de “liderazgo retrógrado”.
También advirtió de que una candidata como Harris va enfrentar duros ataques, críticas, mentiras, racismo y misoginia. Alertó contra la complacencia y recordó que “va a ser una dura batalla”. “No podemos ser nuestros peores enemigos”, declaró, llamando a una fuerte implicación en la campaña y en las elecciones. “Depende de todos nosotros ser el antídoto a la oscuridad y la división”.
El expresidente
Llegó luego el turno del expresidente, con la difícil misión de seguir al memorable discurso de su esposa. Pero superó la prueba con otra intervención también recibida con entusiasmo en Chicago y que igualmente combinó el mensaje político de esperanza y la defensa de Harris con otro asolador retrato de Trump.
Obama abrió alabando a Biden, su personalidad y su presidencia, y su decisión de “poner su propia ambición de lado por el bien del país”. Pero inmediatamente señaló que “se ha pasado el testigo”. Y, como Michelle antes, planteó las elecciones como un duelo entre dos visiones opuestas de la política, alabó a Harris y entró en más detalles de propuestas políticas y, también, siguió golpeando a Trump.
Al republicano le definió como “un milmillonario de 78 años que no ha dejado de quejarse sobre sus problemas desde que bajó hace nueve años la escalera dorada” de la Torre Trump. Advirtió que sus lamentos “han empeorado ahora que tiene miedo de perder frente a Kamala”. Habló de los “apodos infantiles” con que suele denostar a sus rivales, de “locas teorías conspirativas” y de “la rara obsesión con el tamaño de las audiencias” que acuden a actos electorales (momento que aprovechó para hacer un gesto con las manos que dejaba caer que la verdadera preocupación del republicano es por el tamaño de un elemento de la anatomía masculina).
“No necesitamos cuatro años más de fanfarronadas y caos. Hemos visto esa película y todos sabemos que las secuelas suelen ser peores”, dijo Obama, que como había hecho su esposa también advirtió contra confiarse y auguró unas elecciones muy disputadas y difíciles. “Los EEUU están listos para un nuevo capítulo, para una historia mejor. Estamos listos para una presidenta Kamala Harris”, declaró.
Los delegados, entregados, adaptaron entonces una de las proclamas que acompañaron a la campaña y la presidencia de Obama: El “Sí se puede” se transformó en “Sí, ella puede”. Y poco después Obama abandonaba el escenario, mientras por los altavoces lo llenaba todo Bruce Springsteen y su “Land of Hopes and Dreams”, tierra de esperanzas y sueños.