«¡Es una victoria para todas las mujeres!». Imane Khelif, bañada en lágrimas, rodeada por un enjambre de no menos de 200 periodistas ávidos de escucharla, arriaba la bandera del feminismo mientras sus entrenadores y auxiliares le sujetaban la euforia y hasta su propio cuerpo, tembloroso por las emociones vividas en un combate que era mucho más que un pasaporte para las semifinales del torneo olímpico de boxeo. «Después del combate, se le ha venido todo encima», decía después a este periódico, su entrenador Mohammed Chaoua.

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