Aquella mañana del 1 de agosto de 1980 no habían bajado a desayunar. El servicio se preocupó y subió a buscarlos y lo que se encontró conmocionaría a un país entero durante años. Los cuerpos María Lourdes de Urquijo y Morenés y Manuel de la Sierra y Torres, uno de los banqueros más importantes del momento (Banco Urquijo), ambos marqueses de Urquijo, yacían con heridas de bala en uno de los dormitorios de la planta de arriba.

Se trataba de una de las familias más conocidas de la aristocracia española y lo que en un momento se pensó que podría haber sido la consecuencia de un robo acabó generando un caso complicadísimo y lleno de morbo para los medios de comunicación que aún hoy alberga dudas sobre cómo fue resuelto.

«La marquesa de Urquijo falleció a causa de dos disparos, uno en lo nuca y otro en el cuello; su esposo murió de un tiro en la nuca efectuado con la misma arma»

Así lo contó el diario ABC en su edición del 2 de agosto de 1980. «A primeras horas de la mañana de ayer aparecieron asesinados en su casa de Somosaguas (Madrid) doña María Lourdes Urquijo y Morenés y don Manuel de la Sierra y Torres, marqueses de Urquijo. Por el momento el móvil del doble homicidio es un enigma, aunque parece descartarse la posibilidad de un robo. La marquesa de Urquijo falleció a causa de dos disparos, uno en la nuca y otro en el cuello; su esposo murió de un tiro en la nuca efectuado con la misma arma, una pistola del calibre 22».

Porque aunque aquella mañana no había mucho más que contar que su muerte, poco a poco fueron apareciendo preguntas que eran muy difíciles de contestar. Fue el grupo IX de Homicidios, con el inspector Luis Aguirre al frente, el que se encargó del caso. Fueron ellos los que encontraron los cuatro casquillos de bala en el dormitorio de Manuel de la Sierra, los marqueses dormían separados, y los que se dieron cuenta de que el arma que habían utilizado no era un modelo fácil de encontrar sino una Star, calibre 22 Long Rifle, que no era demasiado común.

También los que confirmaron que la caja fuerte estaba intacta y que los objetos de valor de los marqueses no se habían movido de su sitio. Además, la persona o las personas que habían cometido los asesinatos parecían conocer bien la mansión de los marqueses porque tras acceder por una de las puertas del jardín, que abrieron con un soplete, fueron directos a los dormitorios.

Así que los primeros en aparecer en la cabeza de los investigadores fueron el mayordomo, el chófer, la asistenta o la cocinera pero las sospechas no tardaron en desaparecer. Pronto se les puso enfrente otro nombre que parecía cobrar más sentido: el de Rafael Escobedo, ‘Rafi’. Porque los marqueses de Urquijo tenían dos hijos: Juan y Myriam de la Sierra Urquijo y esta última acababa de pedirle el divorcio a Rafi tras apenas seis meses de matrimonio y él culpaba de este fracaso a su suegro.

Pero volvamos al lugar del crimen, porque en este caso nada ocurrió como debía haber ocurrido. Resulta que, la misma mañana que se encontraron los cuerpos, el administrador de los marqueses, Diego Martínez Herrera, pidió que se laven los cadáveres antes de que se realizara la autopsia dejando sin demasiado con lo que trabajar a los forenses. Además, quemó documentos en el jardín y nadie puso el foco en la fusión que el marqués de Urquijo estaba paralizando entre el Banco Urquijo y el Hispano Americano que, una vez muerto, sus hijos llevaron a buen puerto.

«Toda la investigación del caso es un escándalo, un despropósito absoluto que tal vez no tenga parangón en España»

Al parecer lo que más pesó fue la mala relación de Rafi Escobedo con su suegro así que tras encontrar munición similar a la utilizada por el arma del crimen en la finca de su padre, le detuvieron el 8 de abril de 1981. Él acabó admitiendo los asesinatos aunque luego aseguró que había sido bajo tortura y su carta de confesión acabó desapareciendo de los archivos policiales.

Como asegura el periodista Melchor Miralles, que en 2017 publicó El hombre que no fui, en una entrevista a El Mundo, «toda la investigación del caso es un escándalo, un despropósito absoluto que tal vez no tenga parangón en España». Porque en julio de 1983, tras haber pasado esos años en la cárcel de Carabanchel, se le condenó por asesinato «solo o en compañía de otros» a la pena de 26 años, 8 meses y un día de reclusión mayor por cada uno de los delitos y a pagar 20 millones de indemnización a los hijos. Algo de lo que, según Miralles, duda hasta la propia Myriam de la Sierra en su libro sobre el caso.

Pero, si había otros, ¿quiénes eran? Sus nombres eran Javier Anastasio y Mauricio López-Roberts, V marqués de la Torrehermosa. El primer fue inculpado como coautor, al confesar que había llevado a Escobedo hasta la mansión de los Urquijo en Somosaguas y luego se había deshecho del arma; el segundo, como encubridor, al saberse que había sido el encargo de comprar el silenciador de la pistola y de le había prestado 25.000 pesetas a Anastasio para, supuestamente, huir del país. Porque el supuesto coautor pasó tres años en prisión pero en 1987 se fue a Brasil, país con el que España no tenía tratado de extradición, y volvió cuando el caso ya había prescrito.

Fue Rafi Escobedo el que no volvió a ver la luz. Aunque durante el juicio negó su implicación, volvió a hablar de que había confesado bajo tortura y llegó a señalar al administrador de los marqueses de Urquijo, Diego Herrera, y a los hijos de estos como coautores del crimen; entró rápidamente en la cárcel.​ Lo hizo en la El Dueso, en Cantabria, donde ingresó el 6 de febrero de 1985.

Allí siguió asegurando que era inocente, empezó una huelga de hambre y llegó al punto de intentar suicidarse dos veces, una en marzo de 1987 y otra en julio de 1988. Fue el periodista Jesús Quintero quién le entrevistó para su programa Perro verde en un capítulo en el que aseguró que ya no le quedaba ánimo para seguir. Aquella entrevista se emitió a mediados de julio de 1988 y Rafi apareció ahorcado en su celda el día  27 de ese mismo mes y, tras realizar la autopsia, se descubrieron restos de cianuro en los pulmones.

Fue su abogado Marcos García Montes, que siempre creyó que era inocente y que llevó la vía legal hasta al final, el que aseguró posteriormente en el programa Mejor Contigo que la confesión de Rafi estuvo forzada por presiones policiales y que tenía claro que había muerto envenenado.  «Los médicos forenses dijeron que las personas que mataron a los marqueses tenían ánimo frío, calculador y profesionalizado, y eso no se correspondía con la personalidad de Escobedo», añadió.

Algo con lo que la hija de Mauricio López-Roberts, que en 2022 publicó el libro Honor junto a la periodista Angie Calero, está de acuerdo. En una entrevista a El Debate, ambas aseguraron que no creían que Rafi hubiese matado a los marqueses aunque sí que estuviera en el lugar de los hechos cuando ocurrieron los asesinatos. «Seguimos pensando que Rafi no lo hizo, que Javier Anastasio seguramente estuvo más implicado de lo que siempre ha contado y que la investigación fue un auténtico desastre y la condena fue absolutamente desmesurada», aseguraban.

También, cómo la mayoría que ha decidido investigar estos años sobre el crimen de los marqueses, que cuatro décadas después ya es muy difícil que la verdad salga a la luz.

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