Las temperaturas en los meses de verano son cada vez más abrasadoras. Y en las ciudades, más aún. Tanto que pueden ser fatales. Un estudio realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y publicado en The Lancet estima que cuatro de cada cien muertes que se producen en las urbes en temporada estival son consecuencia del efecto ‘isla de calor’. Asimismo, sostiene que un tercio se podría evitar cubriendo el 30% del espacio urbano con árboles. Esa sensación de bochorno se intensifica por las noches cuando, pese a que el sol no brilla, el termómetro no baja. Ni en la calle ni dentro de los hogares.
El suelo exhala todos los grados que ha acumulado durante el día. Los expertos recuerdan constantemente la urgencia de adoptar medidas para paliar esta sensación de ahogo. Limitar la circulación de vehículos y aumentar la superficie verde son las más repetidas. Y, entre tanto, habilitar refugios climáticos. Pero ¿qué son exactamente?
«Son lugares pensados para proporcionar protección a la ciudadanía durante eventos extremos, como olas de calor», explica Mariona Ferrandiz, doctora en Ecología de Poblaciones, miembro del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y cocreadora del proyecto Replantegem. Pueden ser interiores o exteriores, pero todos deben tener una característica común: «Tienen que estar ubicados en sitios de fácil acceso para que toda la población pueda pasar tiempo en ellos. También las personas vulnerables», recalca. Aunque en España se asocian al verano, también sirven para protegerse del frío o de fenómenos como huracanes o inundaciones.
En los refugios que se encuentran al aire libre, los árboles y plantas deben ocupar la mayor extensión posible
Aparte de eso, esta bióloga destaca que en los refugios que se encuentran al aire libre los árboles y plantas deben ocupar la mayor extensión posible. También es imprescindible encontrar espacios con agua y materiales que reflejen la luz solar. «Todo lo contrario que el asfalto o el pavimento, que aumentan la temperatura de la zona», añade. En los interiores prima el diseño de construcción, que debe regirse por criterios de sostenibilidad. «Lo ideal es que tengan un sistema de climatización que conlleve poco gasto de electricidad. Y, si no, aire acondicionado básico», puntualiza. Las bibliotecas públicas son un buen ejemplo.
El problema es que los horarios en julio y agosto chocan frontalmente con las necesidades de los ciudadanos. Lo explica Isabelle Anguelovski, directora del Barcelona Lab for Urban Environmental Justice and Sustainability de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB): «¿Qué puedes hacer cuando no hay actividades culturales, cuando las bibliotecas cierran temprano…? Estos refugios tendrían que estar más tiempo abiertos, no menos, que es lo que suele pasar», asevera.
Un problema de clase
Una de las cuestiones que ocupa más horas de trabajo de Anguelovski es la justicia social. Porque el cambio climático -y el calor- afecta de forma distinta en función del poder adquisitivo. «Hay que reconocer el impacto de la pobreza energética. Esto se mide no solo porque alguien invierta el 30% de sus ingresos en energía, sino porque, por no poder gastar, resida en un espacio con un confort térmico muy deficiente», recuerda, y pide prestar especial atención a las condiciones de los barrios con tasas más altas de personas mayores que viven solas o población migrante.
Pese a que nadie duda de sus virtudes, los expertos recuerdan que la adaptación de las ciudades al calentamiento global va mucho más allá de estos ‘oasis’ donde resguardarse del sol. «Han demostrado que pueden tener un impacto positivo, pero como medida puntual, de emergencia. Seguimos teniendo plazas durísimas de asfalto sin una sombra. En Madrid llevamos con piscinas cerradas cinco años. Hay que hacer ciudades habitables, con zonas verdes, no para los coches. Ciudades por las que se pueda caminar sin achicharrarse”, denuncia Julio Díaz Jiménez, codirector de la unidad de referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III.
No es el único asunto por el que alza la voz. Pide atender a la evidencia científica y reivindica la necesidad de hacer estudios locales: «El efecto isla térmica no se da en las temperaturas máximas diarias, sino en las mínimas. Estamos viendo que, en la inmensa mayoría de las ciudades, las máximas son las que se relacionan con la mortalidad». Es decir, la isla de calor no explicaría los fallecimientos que se registran en las grandes urbes en verano, pero sí es la causa de una gran pérdida de confort general. «Otra cosa que pocas veces se dice es que las temperaturas más altas están creciendo más rápido en las zonas no urbanas, las que no deberían verse tan afectadas por esto», puntualiza.
Más allá de los parques
«Hay muchísimo que hacer, pero hay que basarse en lo que dice la ciencia. Sabemos que el principal factor que hace que un barrio sea más vulnerable es la pobreza. No se trata de tener aire acondicionado, sino de poder encenderlo», añade Julio Díaz Jiménez. Y es que, pese a que reconoce que aumentar la superficie verde conlleva beneficios, rechaza simplificar así todo el problema. Y, menos aún, las soluciones. «No estoy en contra de que las ciudades tengan parques. Ni muchísimo menos. Tienen una serie de beneficios para la salud indiscutibles. Pero parece que todo se reduce a eso», apunta. «Los refugios climáticos no deberían en ningún caso sustituir la urgencia de adaptar las ciudades a las altas temperaturas», añade.
«Los refugios climáticos no deberían en ningún caso sustituir la urgencia de adaptar las ciudades a las altas temperaturas»
Y hay otro factor determinante, muy relacionado con el problema de los bajos recursos: las viviendas situadas cercas de zonas verdes suben de precio. «Renaturalizar es esencial, hay que quitar el hormigón. Pero luego se ponen de moda y te puedes olvidar de la calle. El comercio local se va. Hay que encontrar la manera de ‘reverder’ nuestras ciudades sin crear una gentrificación que genera muchos conflictos de uso y que, a medio o largo plazo, hace que los vecinos se tengan que ir», indica Isabelle Anguelovski.
Si hay una ciudad en España que ha hecho los deberes en lo que se refiere a refugios climáticos es Barcelona. Aunque no es la única -Vitoria, Bilbao o Sevilla también han dado pasos en esta dirección- que ha apostado por políticas encaminadas a mejorar las rutinas en verano, la ciudad condal ofrece más de 200 lugares donde cobijarse cuando el termómetro se acerca a su límite. «La posición de la UE es muy clara y hay consenso científico sobre que las ciudades sostenibles pasan por la renaturalización y las infraestructuras verdes. No solo para la mitigación del cambio climático, sino para buscar el bienestar y la mejora de la salud», subraya Mariona Ferrandiz.
Con esto en mente, la investigadora del CREAF sacó adelante el proyecto Replantegem. «El objetivo es transformar espacios con soluciones basadas en la naturaleza y ver cómo la gente interactúa con ellos», cuenta. Estos refugios son una parte del plan. «Buscamos que sean más saludables, ambientalmente más resilientes y económicamente más eficientes. Lo hacemos con un eje transversal de formación y empoderamiento y con un método de codiseño: hablamos con las personas que viven allí para saber sus necesidades», concluye.
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ENTREVISTA. Isabel Ruiz Mallén, investigadora climática
«Los colegios tienen menos de un 30% de superficie verde»
Además de docente, Isabel Ruiz Mallén es investigadora sénior en el Laboratorio de Transformaciones Urbanas y Cambio Climático de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Como tal, coordina el proyecto Coolschools, orientado a los centros educativos, y se muestra convencida de que las escuelas se pueden convertir en un lugar ideal para huir del calor. Pero, eso sí, primero hay que ‘pintarlas’ de verde.
-¿En qué consiste el proyecto Coolschools?
-Es un proyecto de investigación aplicada que empezó en marzo de 2022 y tiene financiación de la Unión Europea para tres años. El objetivo es analizar los beneficios múltiples de implementar soluciones basadas en la naturaleza en entornos escolares para la adaptación climática. Hay informes que afirman que conlleva otras mejoras asociadas al bienestar de los niños, del resto de la comunidad educativa y del barrio. Son cuestiones de equidad social, de acceso al verde, de mejora del aprendizaje… Es lo que estamos evaluando. La UOC coordina un consorcio de 16 instituciones entre las que están los cuatro Ayuntamientos de los casos de estudio: Barcelona, Rotterdam, París y Bruselas.
-¿A qué conclusiones han llegado?
-Los centros escolares gozan de menos de un 30 por ciento de superficie verde (y azul, en Rotterdam). Y en barrios con condiciones económicas menos ventajosas, menos aún. Hay excepciones, como París, cuyo centro es muy gris y el nivel adquisitivo, de los más altos, y el acceso a lo natural está en la periferia. En Barcelona pasa un poco lo mismo. Además, en los patios renaturalizados encontramos una cantidad de especies de plantas y artrópodos muy similar a la de los parques urbanos cercanos, aunque el tamaño es menor, y aportan a la conectividad ecológica de la ciudad. También hemos documentado que los conflictos disminuyen.
-Esta renaturalización tiene más valor en los meses de calor
-El momento en que se realizan los talleres participativos es clave. En Barcelona se hacen en otoño o invierno y los docentes, las familias y los mismos niños se han olvidado del calor que pasaron en el verano y ponen más atención en otros elementos, como los juegos.
-¿Están pensadas para usarse fuera del horario lectivo?
-El Ayuntamiento de Barcelona tiene un programa que se llama patios abiertos. A lo largo de días y horarios concretos los abren para que el resto del vecindario pueda usarlos como refugios climáticos. Están intentando incluir algún tipo de actividad educativa, aprovechar para realizar concienciación o educación ambiental, por ejemplo.
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Contacto de la sección de Medio Ambiente: [email protected]