Ayer Mallorca fue un poco más de los mallorquines. Desde el parque de las Estacions hasta el Born riadas de manifestantes mostraban sus pancartas y cantaban contra la saturación turística con el sonido de las xeremies de fondo. «Es un buen día para sacarlas. Es un símbolo de mallorquinidad», expresa el conocido xeremier Pep Toni Rubio, tamborino en mano. De la espalda de Alfons Vera, al lado de Rubio, cuelga una xeremia. Durante todo el recorrido encabezaron la manifestación hasta llegar al punto final.
Antes del inicio de la manifestación Rubio y Vera calientan motores y admiten que se han encontrado «casualmente». Rubio, de Calvià, lamenta que la vivienda esté a «precio de guiri». En este sentido, muestra preocupación por las cuestiones relativas a la vivienda: «¿Qué van a hacer mis hijas?». Ambos debaten sobre cómo empezó todo. El instante en el que todo se torció. Cuando Balears pasó de ser una de las regiones más prósperas de Europa a una comunidad inhabitable para muchos mallorquines. «Yo lo vi hace unos diez años», sostiene Rubio. «Cuando conducía por la Vía de Cintura o el túnel de Gènova y me quedaba completamente parado», describe. Por su parte, Vera, de Ciutat, admite que salir a pasear por Palma a según que horas «da asco». Asienten que la saturación turística «nos está sobrepasando y empezando a dominar» a la vez que resaltan el carácter templado y pausado de los mallorquines. «Ya no podemos ir tira a tira como siempre hemos hecho aquí», afirman.
Movilizar a un mallorquín es tan difícil como sacar una ligera sonrisa a Clint Eastwood y hacerlo en pleno verano es un hito. Pero cuando uno se siente extranjero en su propio hogar debe alzar la voz. Así lo hicieron un nutrido grupo de artanencs que denunciaban el crecimiento exponencial de la vivienda en su municipio. «Muchos jóvenes de Artà han tenido que irse del pueblo», lamenta Pau Morey. Explica que el pasado miércoles quedaron en un local para impulsar un taller de carteles. ‘Artà is overrated, don’t visit it’, uno de los que lucían. «No es que no queramos turismo, pero tenemos que repensar el modelo», matiza Morey. Es pesismista y considera que las instituciones no van a mover pieza alguna para solventar un problema que está ahogando a los locales: «No sé si nos van a escuchar, pero es importante que tomemos consciencia», declara.
Hubo actitudes de todos los colores. Pancartas y cánticos contundentes como ‘Cobdícia infinita per a una illa finita’ y actuaciones que sacaban una carcajada a los manifestantes. Rafa Pizarro era de los segundos. Este vecino de la calle del Oms se disfrazó de propietario de un yate y un jet privado de los que no se despegaba en ningún momento. «Estoy esperando a mi mujer», bromea. Vestido de negro con un sombrero de copa, un colgante con el símbolo del dólar y sujetando un bolso de la marca Louis Vuitton fue una de las principales atracciones de la tarde. «Hay que meter caña a las instituciones», arguye. Pizarro es duro y sostiene que «los turistas son los nuevos conquistadores» a la vez que desarrolla la casuística similar a la de Balears que viven las Islas Canarias o Venecia.
La otra cara
A medida que la manifestación iba dejando atrás el parque de las Estacions y las Avenidas para adentrarse a la siempre concurrida calle Sant Miquel, algunos turistas aplaudían y se animaban pese a desconocer el motivo por el que más de veinte mil manifestantes se movilizaban. Eric y Narney Roby sí estaban al tanto. Esta pareja de ingleses lleva 22 años viviendo en aquí. «Llegamos cuando nadie quería vivir en Palma», declaran. Desde una acera del Born observan la clausura de la concentración mientras muestran su admiración por la capacidad organizativa de la manifestación: «Es fantástico ver a tantísima gente manifestándose, tiene mucho mérito», aseguran. Muestran una actitud muy comprometida con los problemas que acarrea la masificación turística y expresan que compraron su casa en Palma por 13 millones de pesetas. Así, lamentan el encarecimiento sin frenos de la vivienda en Balears. Sus dos hijos residen en Londres y desean que «haya una movilización como esta para que allí la situación pueda cambiar».
Entre la comprensión y la estupefacción se mostraba Najeeb Saleh, de Kuwait, «no culpo a los manifestantes, les entiendo». En este sentido, sostiene que «no se debe matar el turismo», sino que se «tienen que potenciar otros sectores económicos como la industria o la agricultura». Fue, sobre todo, en el Born donde la mescolanza entre turistas y manifestantes se vio de forma más evidente. Incluso los comensales de los restaurantes se levantaban para observar y esclarecer lo que decían algunos mensajes de las pancartas. Muchísimos escritos en inglés: ‘You enjoy, we suffer’ o ‘Your luxury, our misery’.
Martin Schlander contempla a uno de los portavoces de la plataforma Menys Turisme, Més Vida que hace balance de la jornada rodeado por decenas de medios de comunicación estatales e internacionales desde lo alto de un escenario. Varias televisiones europeas se desplazaron hasta Mallorca para cubrir una movilización que ha cumplido con las expectativas sin llegar a oler la masiva concentración contra el TIL más de diez años atrás.
Schlander, junto a su pareja y a sus dos hijas, revela que es la primera vez que viaja a Mallorca y se muestra sorprendido al observar tanta gente concentrada en el paseo del Born. «Es fascinante ver miles de personas movilizadas unidas por un mismo motivo», declara. Asimismo, entiende que los locales protesten contra la masificación turística, aunque explica que «el turismo es bueno para la economía». Explica que también ha visto imágenes de las recientes manifestaciones celebradas en Málaga y Barcelona.
Al final, el noruego concluye que «la manifestación no debe ir contra los turistas, sino que debería centrarse en exigir responsabilidades a los políticos». La reflexión del nórdico, a unos metros del Consolat de Mar, hace hincapié en la clase política que durante años ha recogido los huevos de la gallina de oro hasta hacerla reventar. ‘Ja no estic de puta mare d’ençà que és en s’estiu’, mostraba uno de los manifestantes. La saturación turística condena y ata de manos a toda una isla.