En el Líbano, los grupos de amigos se embarcan en conversaciones sobre precios. Comparan cuánto costaba la entrada a una playa el verano pasado en comparación con ahora. La diferencia es abismal. Recuerdan aquel restaurante al que ya es imposible ir a no ser que se trate de una ocasión especial. Confiesan pasar un buen rato en el supermercado comparando precios de los productos más básicos. Y lamentan las renuncias. Beirut es la sexta ciudad más cara del mundo árabe, de acuerdo al índice Numbeo. Sólo la superan urbes ultramodernas del Golfo, como las emiratís Dubai, Abu Dhabi, la qatarí Doha o las saudís Riad y Yeda. Pero la distancia en el ránking no implica que la capital libanesa también comparta los fascinantes rascacielos y el lujoso modo de vida de la población local de esos lugares. Beirut, en cambio, sigue relegada al puesto 171 de 178 en calidad de vida alrededor del mundo.
Un paseo por la ciudad es prueba de ello. Aceras levantadas, contenedores desbordados, pasos de cebra inexistentes, coches en contradirección, niños descalzos pidiendo por las calles, un calor insoportable sin espacio verde alguno para resguardarse. Y el mal olor que impregna cualquier caminata. Pasear por Beirut, entre palacetes abandonados con vistas al mar Mediterráneo, es un recordatorio de todos los males del Líbano. El país de los cedros lleva casi cinco años enfrascado en una de las peores crisis económicas del mundo desde el siglo XIX, tal y como la clasificó el Banco Mundial. También ha logrado batir récords en los niveles de inflación y en la depreciación de la libra libanesa, que ya supera el 95%. En medio de un país con tres cuartas partes de la población por debajo del umbral de la pobreza, los precios aumentan a la par que las desigualdades.
“En el Líbano, uno de los factores más importantes que afectan el coste de vida es el precio de los servicios públicos, las escuelas y la educación, y principalmente los alimentos, todos establecidos en monedas extranjeras”, explica la economista libanesa Layal Mansour Ichrakieh a El Periódico de Cataluña, de Prensa Ibérica. Pese a vivir en esta debacle financiera, las autoridades libanesas, podridas de corrupción y clientelismo, han probado, de nuevo, ser incapaces de mejorar las condiciones de vida de su población a la vez que tratan de superar sus propios problemas de liquidez.
Dólar, «moneda local de facto»
Según el Fondo Monetario Internacional, la deuda pública con respecto al producto interior bruto (PIB) del país en 2022 representaba el 283,2% del PIB. Desde ese año, las autoridades libanesas han aumentado gradualmente los impuestos, las tasas y los aranceles aduaneros en un país que depende en gran medida de las importaciones. Pero nada de eso repercute en la población. Más bien, al contrario. Ante la ausencia de servicios públicos, el pueblo libanés –aquel que se lo puede permitir– se ve obligado a dejarse su salario en pagar costosos servicios privados. En materia de electricidad, por ejemplo, la compañía pública solo provee de cuatro horas diarias, forzando a los hogares a invertir en generadores privados, dominados por una mafia abusadora que actúa fuera de la ley.
“Cada ciudadano carga con el costo de los ‘servicios privados’, pagando cifras exorbitantes a un sector privado no regulado por un acceso limitado a la electricidad y comprando agua cada dos días para cubrir las necesidades básicas de higiene”, denuncia Mansour Ichrakieh. Tras la constante devaluación de la libra libanesa –la peor moneda del mundo desde principios de año en términos de rendimiento, según Bloomberg–, los precios ya se han adaptado al cambio del dólar. En prácticamente todos los establecimientos, las tarifas se presentan en esta divisa supuestamente extranjera y se puede pagar con ambas monedas. “El dólar se ha convertido efectivamente en la moneda local de facto en el Líbano”, explica esta macroeconomista especializada en países dolarizados y en desarrollo.
Salarios en libras
Aunque muchas compañías han empezado a pagar a sus trabajadores en dólares, esa no ha sido la realidad para la mayoría. En el ámbito de la administración, por ejemplo, los salarios se han multiplicado por nueve comparado con los niveles anteriores a la crisis. En este mismo tiempo, los tipos de cambio se han multiplicado por 16. Una parte mayoritaria de la población depende de las remesas que sus familiares mandan desde el extranjero. De acuerdo al Banco Mundial, las remesas ascendieron hasta el 29% del PIB en el 2023, una de las tasas más altas de la región de Oriente Próximo y el norte de África. “Cuando los salarios están en libras libanesas y los precios también, ajustándose diariamente para igualar el precio importado en dólares, la vida diaria requiere conversiones constantes entre libras y dólares, creando una importante fuente de ansiedad e inestabilidad económica para los libaneses”, añade.
Sin ningún tipo de acción por parte de las autoridades, las desigualdades sólo pueden dispararse. “Cuando los gobiernos fracasan, solo las personas ricas, bien conectadas y políticamente influyentes tienden a prosperar”, constata Mansour Ichrakieh. “Mientras tanto, los segmentos más débiles de la sociedad se quedan aún más atrás, lo que exacerba la desigualdad y erosiona la clase media, llevando a disparidades cada vez más extremas entre ciudades y estilos de vida”, afirma. “Esta marcada división subraya la creciente polarización socioeconómica en el Líbano, donde las comunidades marginadas experimentan un empeoramiento de las condiciones de vida y oportunidades limitadas de avance”, subraya la economista. Con este desastroso panorama económico, Beirut vuelve a ser ejemplo de ciudad prohibitiva para una calidad de vida pésima.
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