El disgusto fue enorme. El dueño de la cartera se registró los bolsillos y buscó y buscó y no encontró su cartera. La había perdido. En seguida piensas lo peor: que va a caer en manos de un aprovechado que con las tarjetas de crédito hará un estropicio en la cuenta corriente y que va a coger sin escrúpulo el dinero en efectivo. Pero no. En este caso, la cartera la encontró una persona honrada, un buen ciudadano.

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