«¡Por fin, una plaza que es mía!». Acababa de cumplir los 59 años y la buena noticia se la tomó primero como una broma, «¡anda ya!», le contestó a la persona que acababa de ver el nombre de Ana María Rodríguez de Lera en las listas de aprobados para ocupar un puesto de Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE) en el Sacyl. «Si es que, cuando me senté y vi el examen, empecé «pá, pá, pá», y me dije, «Ana no revises, entrégalo», y así lo hice».
Ese era el último cartucho para esta zamorana que rozaba su sexta década de vida, con su hijo y su hija encaminados, ya universitarios, a los que dio carrera limpiando casas, planchando, cuidando a personas durante el día y por las noches «para poder reunir mil euros al mes, tenía la ayuda de 400 euros y con ese dinero tenía pagado el alquiler». A esos «trabajos en negro», como tantas mujeres se ven obligadas a hacer, sumó las sustituciones como TCAE, contratos por vacaciones y por bajas de pequeña duración que, a fuerza de darlo todo, fueron siendo cada vez por mayor tiempo y le permitieron ir dejando alguna casa y quedarse solo con los cuidados a Maruja.
Ana lleva en su mochila personal una vida de sacrificio más común de lo que creemos entre las mujeres, madres, cuidadoras, grandes trabajadoras para sacar adelante a su prole. Esta mujer que ha logrado ser personal estatutario echa la vista atrás y «no sé cómo fui capaz. Ahora creo que no podría».
Pero esta madre peleona se llevó por delante horas de sueño y de descanso; las prisas de un trabajo a otro, los minutos exprimidos al máximo para llegar su casa y cuidar de sus dos debilidades que la convirtieron en una leona. Nacho y Ana han sido su bastión, por los que ha tomado impulso cada vez que la vida que emprendieron los tres solos en 2004 le devolvía otro revés.
Como una hormiguita, «guardando un poco de aquí y de allá», haciendo auténticas virguerías con los escasos ingresos que llevaba a casa, sin tocar los ahorros que sus hijos tenían desde niños para labrarse una carrera. Ana priorizó, sobre sus propias metas, sacar adelante a sus hijos, comenta con esa mirada que deja traslucir la emoción por las heridas pasadas y su épica hazaña.
Agradecida, mira al cielo. «Ese año, en febrero de 2018, mi madre acababa de fallecer, y yo quise dejar la oposición. Fui a la academia el sábado siguiente al funeral y le dije a Carmen que lo dejaba». Pero la tristeza que casi vence a esta veterana opositora fue transformadora, el mismo motor que la empujó a continuar cuando la profesora, Carmen, sin vacilar, «me dijo, siéntate ahí. ¡De eso nada, tú sigues!».
La persistencia
Aunque pensaba que ese sería su último día de preparación, volvió puntual a esa cita de los sábados de nueve a una de la tarde, cumplió rigurosamente con esas horas que bien le salían del cuerpo, después de continuar su trabajo en el Hospital Virgen de la Concha o tras concluirlo.
El poco tiempo libre de que disponía para estudiar en tres oposiciones anteriores le había dejado en puestos nada despreciables, muy cerca de la nota de corte, «siempre por décimas», recuerda.
Su hija y su hijo, como siempre, estuvieron para animar, para empujar, nunca para presionar. Ella supo reconducir su pesar, sacar fuerzas de donde no las tenía, como siempre. Continuó cuidando a su Maruja, aunque los contratos temporales en Sanidad llegaban por más tiempo. Y se cumplió el presagio que tenía su preparadora y amiga, Carmen: aprobó el 4 de julio de 2019 con un puesto tan holgado que la situó por encima de la mitad de las personas con derecho a plaza.
Pero hasta la pandemia del COVID-19 quiso echarle la zancadilla «y no pudimos firmar la plaza hasta el 17 noviembre de 2021. Pero ya era mía», se sonríe con esa satisfacción que aún hoy raya la incredulidad. Se expresa con la «tranquilidad de saber que el puesto era mío para siempre». Y es que, como ella misma se repite al relatar una vida difícil con dos menores de edad a su cargo y sin empleos fijos hasta 2021, «quien la sigue, la consigue». Esta máxima resume a la perfección el sacrificado camino que ha tenido que recorrer esta zamorana.
Aquella joven estudiante de Artes Plásticas en Salamanca, puericultora después, halló su vocación de la mano del título de TCAE que consiguió en 1988, en el Instituto Politécnico de Zamora, treinta y tres años después cruza cada día la puerta del Hospital con la satisfacción de haber cumplido uno de sus grandes retos, sacar adelante a sus hijos, «es de lo que más orgullosa me siento, disfruto de ellos y de las pequeñas cosas de la vida. Ahora estoy tranquila».
Sin duda, este éxito personal le ha servido para ganar confianza en sí misma, para valorarse y disfrutar de cada instante, con el único deseo de ser feliz junto a sus dos tesoros.
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