Este libro cuenta una historia manida, por repetirse tanto: la del hombre que, alcanzado el éxito, considera que su ascenso social pasa por abandonar a su mujer por otra menos baqueteada, por la edad y sobre todo por librarse de las penurias que pasó mientras le acompañaba hacia el triunfo. Es el caso de Mileva Marić, mucho más que la primera esposa de Albert Einstein y madre de sus dos hijos, tres en realidad como explica ‘Mileva Einstein, teoría de la tristeza’ (Galaxia Gutenberg), la novela con que la croata Slavenka Drakulić reconstruye tan aciaga biografía.
Mileva Einstein (1875, Titel, actual Serbia) fue una de las primeras mujeres de Europa en estudiar Matemáticas y Física Teórica. Como científica trabajó codo con codo en la demostración matemática de las teorías de su marido cuando solo era un joven empleado de la Oficina de Patentes de Berna. Pero así como Pierre Curie se negó a recoger el Nobel de Física al saberse nominado en 1903 si el jurado no incluía a su esposa Marie, Albert Einstein solo reconoció en cartas privadas la aportación de Mileva a su trabajo, tan destacada que él mismo llegó a referirse en una que le enviaba en 1901 a “nuestra teoría del movimiento relativo”.
En plena separación, Einstein le pasó una lista de tareas domésticas con la exigencia de recibir tres comidas en su habitación, que le limpiara trajes, las sábanas y la ropa interior
La nutrida relación epistolar de un matrimonio que se quebró para siempre tras el enamoramiento del genio de su prima Elsa, con la que acabaría casándose en 1919, son los cimientos de ‘Mileva Einstein, teoría de la tristeza’. La novela arranca con una carta real –la mayoría que recoge lo son– que no tiene desperdicio. En julio de 1914, ya retozando con Elsa, Albert Einstein le hace llegar a Mileva a través de un amigo en común unas frías condiciones para seguir con su matrimonio, en esencia una lista de tareas domésticas (de recibir tres comidas en su habitación, a que le limpie trajes, sábanas y ropa interior) sin esperar a cambio ni que él pase tiempo en casa, ni que viajen juntos o mantengan cualquier tipo de intimidad.
Aturdida al verse tratada como una criada tras más de una década de matrimonio, Mileva Einstein se pregunta en la novela qué ha hecho ella para encontrarse sin trabajo, sin título y al final sin marido. Cuatro años mayor que Albert y con una cojera congénita, su relación siempre se había basado en la admiración intelectual mutua y solían hablarse de igual a igual. Además acababan de instalarse en Berlín: Albert Einstein había sido nombrado miembro de la Academia Prusiana de las Ciencias, profesor en la Universidad Humboldt y director del recién creado Instituto de Física del Emperador Guillermo. El físico quería reducirla a una sirvienta justo en el momento en que por fin tenía recursos para consagrarse a sus investigaciones.
Tras la separacion, hubo un último intento por parte de Albert Einstein de sacar a ella y a sus hijos del testamento, que Mileva cortó en seco con la amenaza de escribir sus memorias
Mileva Einstein no tragó y, separada, se mudó a Zúrich con sus dos hijos, Hans Albert y Eduard, de diez y cuatro años respectivamente. Su pecado original, concluye en la novela, fue haber renunciado a su hija, Lieserl, una niña que tuvo con Albert Einstein antes de que se casaran y que ocultaron en el pueblo de los abuelos para evitar que el escándalo perjudicara la carrera en ciernes de su esposo. La idea era regresar a por ella, pero Lieserl acabó muriendo antes de cumplir dos años por escarlatina. “¿Cómo puede estar registrada? Tenemos que tomar precauciones para que luego no haya problemas. Vuelve pronto conmigo. Ya han pasado tres semanas y una buena esposa no debe dejar más tiempo a su marido solo”, le escribió Albert Einstein en otra carta real mientras la niña estaba enferma, la última en que la menciona. Mileva Einstein amaba a su marido “de forma temible” y por él renunció a su primera hija y en última instancia a sí misma, concluye la novela. No llegó a obtener la licenciatura en sus estudios de Física y Matemáticas por afrontar los exámenes en unas condiciones emocionales pésimas.
Cuando Albert Einstein ganó el Premio Nobel de Física en 1921, Mileva por fin logró cierto desahogo económico, ya que dentro de las cláusulas de divorcio se estipulaba que, en caso de que algún día lo recibiera, ella se quedaría con la dotación económica. Por entonces era solo una promesa, pero quién mejor que Mileva para calibrar los logros del científico: “Hace poco hemos terminado un trabajo muy valioso que hará famoso a mi marido en todo el mundo”, le había escrito ya hacía años a una buena amiga sobre la teoría de la relatividad.
Mileva Einstein tuvo que afrontar en soledad la esquizofrenia de su hijo menor, Eduard
Hubo un último intento por parte de Albert Einstein de sacar a ella y a sus hijos del testamento, que cortó en seco con la amenaza de escribir sus memorias. “¿No has pensado que a nadie le importarían lo más mínimo tus garabatos si el hombre sobre quien escribes no hubiese logrado algo excepcional? Si alguien no es nada, no tiene más remedio que ser educado, humilde y callarse. Es el consejo que te doy”, le amenazó el científico en otra carta verdadera. Pero al final desistió de sus intenciones.
No obstante, Mileva Marić nunca encontró la paz de espíritu, cuenta Slavenka Drakulić, que debutó en 1984 con la recopilación de ensayos ‘Los pecados mortales del feminismo’, una de las primeras obras feministas de Europa del Este, y también noveló el horror de la violencia sexual en los Balcanes en ‘Como si yo no estuviera’. Mileva Einstein tuvo que afrontar en soledad la esquizofrenia de su hijo menor, Eduard, tanto más amenazante para su integridad física según crecía. Si alguna vez tuvo esperanza en que Albert Einstein acudiera a echarle una mano, ésta se disipó definitivamente cuando el científico judío, ante la amenaza de los nazis, abandonó Berlín para instalarse en Estados Unidos en 1932. Eduard Einstein pasó largas temporadas en la clínica psiquiátrica Burghölzli en Zúrich, donde acabó muriendo a los 55 años. Diecisiete años antes había fallecido su madre, quien nunca le abandonó.
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