Viendo el desparpajo con el que discurrió la entrevista de Rodrigo Cuevas con Marc Giró en LateXou me vinieron a la mente flashes de mi primera estancia en el Festival de Gijón, hace treinta años, que entonces se celebraba en verano y dirigía Juan José Plans. Aquella semana en la que compartí los desayunos con Antonio Gasset.
Cada día invitaban a escribir una columna en el diario del Festival a un acreditado. En la mía destaqué pequeñas maravillas cotidianas, como que del grifo saliese un agua tan fría como la que yo quisiera en casa en diciembre. Pero callé otros asuntos que hoy no me hubiese importado relatar. Por ejemplo, el contraste entre la capital, Oviedo, y Gijón. Mientras la Vetusta de La regenta, sede de los premios Princesa de Asturias, representaba lo rancio, Gijón, que ya empezaba a querer ser Xixón, simbolizaba la libertad, en su sentido más subversivo, el uderground. Hoy, un gran polo cultural junto a Mieres.
Ese año el Festival concedió el premio honorífico al actor Nacho Martínez, nacido en Mieres (excelente en Matador). Celebrando su noche lo encontré en un local de ambiente. Todos lo conocían y todos le querían. Diez años mayor que yo, a mí siempre me pareció el Jeremy Irons patrio. Un maldito cáncer de pulmón nos lo arrebató con 44 años. Después el Festival instituyó un premio que llevaba su nombre.
Viendo a Rodrigo Cuevas, icono del transformismo rural y un montón de cosas más, recordé mis estancias en Gijón, y las enormes diferencias con nuestro Alicante. En apariencia tan libre y abierta, cuando sin verdadera cultura no hay libertad que valga. Sinceramente, no veo a los Rodrigos Cuevas de aquí.