Levantarse a primera hora de la mañana, subirse al primer avión a Ibiza y saltar al autobús para poder entrar puntual a su lugar de trabajo. Hacer lo mismo de regreso al terminar la jornada laboral. Las prisas marcan la rutina de los docentes que residen en Mallorca y a quienes les han asignado una plaza en Ibiza. Los altísimos precios de los alquileres hacen que les sea más rentable volar a diario.
Para ir y volver cada día del trabajo, la maestra de primaria Karla Andrade realiza al mes un total de 6.732 kilómetros —calculando 22 días laborales por mes—. Una distancia con la que podría ir hasta New York y todavía le sobrarían 500 kilómetros. En un mes laboral, Andrade tiene que subirse a 44 aviones, que consumirán un total de cientos de litros de combustible en este trayecto.
En un momento en el que todo el mundo se llena la boca con conceptos como ‘economía verde’, ‘sostenibilidad’ o ‘circularidad’, esta situación es una auténtica aberración. Pero al margen del sinsentido económico y ambiental, una rutina cotidiana de este estilo también afecta, inevitablemente, al estado de ánimo y la salud de quien la sufre.
Karla Andrade lo conoce de primera mano. Ella es mallorquina, maestra de Primaria, vive en Palma, y en las oposiciones que se celebraron el año pasado ganó una plaza. Su destino: el CEIP Cas Serres. Su rutina es la siguiente: se levanta a las 5 de la mañana. Sale de casa a las 6 para ir al aeropuerto, donde toma el primer vuelo del día a Eivissa. Aterriza media hora más tarde y, sin permitirse un segundo de distracción, se sube al autobús L10 que la deja a dos manzanas del CEIP Cas Serres, donde entra a las 8 de la mañana.
El regreso es igual de frenético. Sale de su centro de trabajo a toda prisa para no perder el autobús. En el aeropuerto, mientras espera el momento del embarque, come lo que se ha traído en el túper y despega de regreso a Mallorca. Karla, además, tiene dos hijos, de tres y un año y medio.
«Y antes era peor —explica esta docente— porque mi anterior destino era en Santa Eulària», y cuando llegaba al aeropuerto aún le quedaba, como mínimo, media hora de autobús. «Ahora todavía estoy cerca del aeropuerto».
¿Cómo se soporta esto? «La verdad es que es una vida muy estresante —comenta Andrade— y si hay algún imprevisto o la guardia se alarga, tengo que volver en el siguiente avión y termina el día y casi no he visto a mis hijos».
Un trabajo que convierte la conciliación familiar en una quimera y que sobrelleva gracias a la colaboración de los abuelos de los niños, que se encargan de turnarse y hacer los relevos para que los pequeños estén atendidos siempre: «Si no fuera por la ayuda de la familia, no sería posible».
Alquileres imposibles
La docente admite que no se plantea la posibilidad de lograr un alquiler en Eivissa: «No puedo estar pagando una hipoteca en Mallorca y, a la vez, pagar los 1.200 euros que te piden por un alquiler aquí», y que tampoco se plantea traerse a su pareja y a sus hijos aquí: «No puedo trastocar la vida de mi familia así». Por tanto, no hay otro remedio que sacrificarse.
Económicamente, incluso, pagar 44 vuelos le sale más a cuenta que pagar un alquiler en la isla: «Ahora, en aviones, me gasto unos 600-700 euros al mes». La mitad de lo que le costaría un alquiler.
La noticia de que debía continuar en Eivissa a pesar de aprobar la oposición le cayó como un jarro de agua fría. «En 2022 estaba embaraza, trabajando en Santa Eulària, y me presenté a la oposición. Cuando aprobé, en 2023, respiré aliviada y me dije ‘supongo que ahora sí que podré estar cerca de casa’. Pero cuando en agosto me comunicaron el destino, se me cayó el mundo encima», admite.
«Nuestra oposición ha coincidido con que le han dado plazas a los estabilizados que tenían más antigüedad, y los de la oposición hemos escogido después de ellos y, claro, las plazas de Palma ya estaban cogidas», relata la docente.
Pese a que ya ha solicitado el traslado, todavía le queda este curso y dos más en Eivissa, con lo que hasta 2026, por lo menos, continuará sintiéndose como una pelota de pinball que rebota de un lado para otro, siempre con prisas, siempre con miedo a perder el avión o el bus y llegar tarde.
«Tengo la gran suerte de que el equipo directivo del centro me apoya y que son un amor. Lo cierto es que Cas Serres es una escuela genial y, a pesar de todo este trajín, me entienden y hacen todo lo que pueden para ayudarme», explica Karla Andrade.
El compañerismo ayuda, pero ella tiene claro que, a la que pueda, intentará regresar a Mallorca: «Al final una se acostumbra a todo, pero esto te deja exhausta».
Suscríbete para seguir leyendo