Miles de palestinos llevan meses sentados en sus casas sin nada que hacer. Desde el pasado 7 de octubre, están, muy a su pesar, con las manos en los bolsillos. Sus cuentas corrientes disminuyen a la vez que aumenta su agonía ante la inactividad. Los estómagos de sus hijos empiezan a rugir. Y cada amanecer es la constatación de una promesa incumplida, aumentando la angustia y la frustración. “Estas personas no sólo han acabado sin ingresos sino que empiezan a pasar hambre mientras conducen hermosos maseratis y viven en mansiones de dos pisos”, constata Raja Khalidi, director general del Instituto Palestino de Investigaciones de Políticas Económicas, conocido por sus siglas MAS. A lo largo y ancho de la Cisjordania ocupada, los 150.000 palestinos que trabajaban en Israel antes de la masacre de Hamás se hunden en la miseria y la desesperación