Después de largas negociaciones, el escultor Richard Serra consigue en 1981 instalar su Tilted Arc (Arco inclinado) en la Federal Plaza de Manhattan. Se trata de un amplio espacio de Foley Square situado justo enfrente del Jacob K. Javits Federal Building, uno de los edificios estatales de oficinas más grandes y emblemáticos de Nueva York. La GSA (United States General Services Administration) había encargado la obra en 1979 dentro de una reglamentación federal que obligaba a que un 0,5% de los costos relativos a la construcción de edificios públicos fuera invertido en la adquisición o producción de obras de arte, algo parecido a nuestro 1% cultural.
Lo que hizo Richard Serra en este caso fue un enorme muro de acero suavemente curvado de tres metros y medio de altura que partía literalmente la plaza en dos mitades. Para sorpresa de muchos la polémica no tardó en llegar, y en ella participaron con gran entusiasmo personas que nunca habían demostrado el más mínimo interés por el arte, ni en espacios públicos ni en espacios privados. Lejos, desde luego, de cualquier idea tradicional de monumento o escultura conmemorativa, el Tilted Arc se plantaba en mitad de la plaza con un lenguaje abstracto algo inestable, un lenguaje que hasta ese momento sólo había estado destinado a los circuitos más elitistas del arte, allí donde Richard Serra había empezado buscando su lugar.
Serra era un estadounidense de segunda generación, de padre español y madre ucraniana, que había nacido en San Francisco y había estudiado Literatura en Berkeley y Arte en Yale. Pronto entra en los circuitos del arte y sus primeros trabajos no parecen acercarse mucho al por entonces todopoderoso Arte Minimal. De hecho, él fue uno de los componentes del grupo Anti-Forma de la Costa Oeste junto con Robert Morris, Keith Sonnier y Bruce Naumann y, en ese contexto, comenzó su carrera con propuestas de plomo fundido lanzado contra la pared de un estudio o de una sala de exposiciones (Splash Piece), como las que albergaron muestras de la importancia de Primary Structures o When Attitudes Become Forms en 1971. Sin embargo, parece que pronto empezó a entender que al Arte Minimal se le puede rebatir de otras maneras, de maneras más contundentes y enérgicas de lo que Robert Morris o Carl André podrían haber sospechado. Contra todo pronóstico, el final de los años setenta y el principio de los ochenta ya no fueron buenos tiempos para los “grandes” escultores minimal, ahora contestados incluso por las propuestas de sus propias mujeres. Pero esa es otra historia.
En 1979, cuando a Richard Serra se le encarga la pieza para la plaza en Manhattan, no duda en darle una vuelta al siempre tan limpio lenguaje minimal. La pieza es un enorme y primario muro. Lejos, ya lo hemos dicho, de cualquier idea tradicional de arte público. Y, sin embargo, ese no era el auténtico motivo de la airada controversia que provocó, que terminó en juicio y a la que el historiador y crítico Douglas Crimp dedicó un texto entero (La redefinición de la especificidad espacial). Se dijo muy claramente en el juicio: el Tilted Arc perturbaba el funcionamiento de la plaza federal, es decir, complicaba su circulación, complicaba la productividad y lo hacía adrede porque estaba específicamente pensado para ese lugar y sólo para ese lugar, tal y como repetidas veces defendió el escultor. Alegaron problemas de seguridad, incluso se atrevieron con argumentos estéticos, hasta que consiguieron que se mandara retirar la pieza, pero el motivo subyacente siempre fue la pérdida de tiempo en la rutina productiva diaria de una de las plazas financieras más importantes de Estados Unidos. Ya lo sabemos: el tiempo es oro.
Con esta pieza Richard Serra se convirtió en uno de los escultores más interesantes y más potentes del siglo XX. Luego vendrían otras muchas, todas ellas impresionantes, albergadas en espacios públicos y en los más importantes museos del mundo. Algunas volverían a poner sobre la mesa polémicas tan fundamentales como cuál es el lugar de eso que ahora llaman la arquitectura escultórica. En la presentación de su trabajo en 1999 en el Museo Guggenheim de Bilbao, Serra no duda en echar un pulso a Frank Ghery, entendiendo que para competir con el arquitecto tiene que utilizar sus mismas armas. Otra apuesta política al fin. Porque el legado que deja Richard Serra al siglo XXI es exactamente ése: la posibilidad de un arte público y político desde un lenguaje todavía muy anclado en el mundo moderno. Incluso desde el lenguaje de la abstracción, la escultura puede hablar de los hombres, del modo en que habitamos los espacios públicos, del modo en que nos relacionamos con espacios que son nuestros, y que son políticos precisamente porque el dinero impregna cada una de las piedras con que se construyen.
* Yayo Aznar es Catedrática en Historia del Arte, Decana de la Facultad de Geografía e Historia de la UNED