Coinciden en la profusa cartelera madrileña un puñado de obras notables, compendio de la buena dramaturgia contemporánea; historias donde la palabra se alza sobre el formato, toma volumen y se sublima al tratar cuestiones que nos interpelan como seres sociables. El último texto de Alberto Conejero (En mitad de tanto fuego) es también su primer estreno tras ser fulminado como director del Festival de Otoño. Un monólogo a pulmón –despojado de artificios escénicos, donde se miman las frases, las sílabas– que nos habla de la guerra y el amor (¿acaso no son lo mismo?). En un original giro de óptica, aquí es un secundario el que mira al espectador. Patroclo narra las batallas, la del alma y la de Troya, y su desquicio por Aquiles. La muerte está presente como reverso de la vida intensa, en las muecas del protagonista –excelente Rubén Eguía dirigido por Xavier Albertí– en la penumbra de un escenario vacío (esas luces…) en un ritmo equilibrado que convierten la hora y pico de función en un goce con ecos fuertes del presente –Gaza, Ucrania y tantos conflictos–.