Cuando el pensamiento solo busca la forma menos dolorosa de morir es que la esperanza ya ha desaparecido y el único deseo con el que se sueña es terminar de una vez por todas con el insufrible dolor físico, que ha convertido sus últimos 30 años de vida en un infierno. Así se describe la vida que sufre Damiana Alemany, una mujer de 60 años que ha visto cómo se le ha denegado su derecho a recibir la eutanasia. «Llevaba años soñando con la muerte asistida porque he decidido que ya basta de sufrir más dolor y no quiero convertirme en una carga para nadie». Según los últimos datos proporcionados por la conselleria de Salud, que datan del pasado mes de junio, seis personas recibieron la eutanasia en Baleaes a lo largo de 2022. Ese mismo año se presentaron un total de 25 solicitudes. Damiana también la pidió.

A día de hoy vive sola en el pueblo de Ariany. La corta distancia entre la sala de estar y la puerta ya le supone un suplicio. Apenas puede dar unos pasos seguidos porque pierde el aliento y el dolor es tan fuerte que no le deja apenas moverse. Pero pese a que su cara refleja un dolor que es difícil de imaginar, lo compensa con una sonrisa. Porque siempre busca una buena razón para estar de buen humor y eso que ha decidido que no seguirá viviendo mucho tiempo. «Aunque no me concedan la eutanasia hay otros muchos métodos para morir. Llevo tiempo planificando mi muerte y no estaré mucho tiempo viviendo».

Pese a este terrible anuncio, Damiana afirma sin pestañear: «Me gusta la vida. Estoy enamorada de ella, pero de esta forma no puedo seguir. Sufro tanto dolor que ya no puedo más. No me ha gustado nunca el suicidio, por eso reclamé la eutanasia. Pero creo que ha llegado el momento de irme de esta vida porque no siento más que dolor y así no se puede vivir».

Damiana Alemany, la mujer de Mallorca a quien se le ha denegado la eutanasia. Manu Mielniezuk


Enfermó a los 26 años

Esta mujer empezó a sentirse enferma cuando cumplió los 26 años. Era un caso muy raro. Le diagnosticaron una enfermedad neurológica incurable. Primero empezó con algunas molestias, pero ahora la situación ya es insoportable. «Es difícil que quien no me conozca pueda entender lo que me está pasando. Es como si un taladro me atravesara todo el cerebro. Y es este el dolor que sufro todos los días».

Aunque tuvo seis hijos, Damiana está sola. No ha podido criar a ninguno de sus hijos y es que no ha tenido una vida precisamente fácil. A la enfermedad hay que sumarle una situación familiar muy complicada. Su marido alcohólico la maltrataba y el ambiente que se vivía en su casa no era el más adecuado para criar a unos niños. Por eso las autoridades se los quitaron y desde entonces ha vivido apartados de ellos, aunque conocen cuál es su situación y el dolor que padece.

Sin embargo, Damiana afirma que no es la soledad la razón por la que quiere morir, «sino que es el intenso dolor que sufro y que nunca cesa». Este sufrimiento no le concede la más mínima tregua. «Cada vez estoy peor y no hay ningún medicamento que me alivie el dolor tan fuerte que sufro. Aún tengo un poco de dignidad y no quiero morir postrada en una cama sin poder moverme. Antes de que esto pase prefiero terminar con todo este tormento».

La mujer habla sentada en una silla de ruedas. Delante tiene una mesa y sobre ella el montón de medicamentos que tiene que tomar. No sabe ni cuántas pastillas toma al día, pero si no lo hiciera el dolor aún sería peor.

Su pasión ha sido siempre la lectura y ha sido capaz de escribir unos relatos cortos que se han publicado en un libro. En su narrativa crea un personaje al que llama Frana, una mujer a la que algún día soñó poder parecerse, pero que el dolor la ha ido distanciando cada vez más de ella.

Damiana Alemany muestra su libro de relatos. MANU MIELNIEZUK


«Mi esperanza de curarme ha desaparecido»

Aunque anuncia que «no tardaré mucho en tomar la decisión de morir», su relato es muy coherente. Sus palabras están llenas de razones que explican que su día a día es un tormento y que el dolor intenso que sufre no le permite disfrutar de la vida. La mujer solo tiene recuerdos de cariño de los médicos que desde que cayó enferma han intentado ayudarla, pese a que no pueden hacer nada para curarla. Como también recuerda con cariño a los enfermos que ha conocido en los largos meses que ha pasado ingresada en el hospital. Su enfermedad neurológica le ha ido provocando otros problemas de salud, como por ejemplo diabetes o una dolencia pulmonar que apenas le deja respirar.

Ya todo le da igual: «Mi esperanza de curarme ha desaparecido», pero se queja sobre todo de que no recibe ningún tipo de ayuda social. «Nadie viene a casa. Soy una persona dependiente, pero no recibo ninguna asistencia social. Como no puedo moverme mi casa está sucia y esta suciedad me está provocando muchas infecciones. Pero no tengo a nadie que me las cure, porque no quieren venir a casa y cada vez estoy peor».

Damiana afirma que el médico de Ariany tampoco va a su domicilio a visitarla. «Me dice que puedo andar hasta la consulta, pero no sabe el dolor que me supone este trayecto».

Esta mujer nació en Palma, pero se siente muy a gusto en la localidad donde vive. Y sobre todo agradece cómo se portan con ella la farmacéutica, que le acerca los medicamentos a su casa, y las trabajadoras del supermercado, que cada vez que necesita algún producto urgente también se lo llevan. «Vivo de la caridad, pero estoy muy agradecida a estas personas que son conscientes de que me encuentro muy mal».

«Me despedí de las pocas amigas que aún me quedan»

Damiana Alemany estaba segura de que las autoridades médicas la aceptarían para entrar en el protocolo de eutanasia. Estaba tan convencida que incluso «me despedí de las pocas amigas que aún me quedan». La paciente contaba con el apoyo de los dos médicos que más conocen su dolencia, que aprobaron su propuesta de someterse a la muerte asistida. Sin embargo, el Comité de Garantías que estudia cada propuesta de eutanasia encargó una revisión a otro médico y a un jurista, y la conclusión fue que no merecía esta asistencia. «Un médico que no me ha visto en mi vida y que nunca ha hablado conmigo dice que como los medicamentos pueden ayudarme a quitarme el dolor no tengo derecho a la eutanasia. Sin embargo, los médicos que me conocen desde hace años creen que lo mejor para mí sería morir porque mi futuro es estar postrada de por vida en una cama, sin poder moverme. Sufro mucho, pero aún me queda algo de dignidad y tengo muy claro que lo que no quiero es quedarme el resto de mi vida postrada en la cama».

Mientras detalla esta dura narrativa de lo que ha sido su vida en los últimos 30 años, Damiana intenta explicarlo poniendo buena cara y siempre con una sonrisa en los labios. Para que se guarde un buen recuerdo de ella, ha preparado una pequeña merienda para sus visitantes. Antes de que llegaran, se ha pintado los labios para salir mucho mejor en la fotos. Quiere despedirse de esta vida dando una buena impresión. «Llorando no se me va a ir el dolor y por eso busco cualquier excusa para sonreír. Es lo poco que me queda, porque no quiero dar pena, quiero que se me recuerde con una sonrisa».

Damiana Alemany, la mujer a la que han denegado su derecho a la eutanasia: «Me gusta mucho la vida, pero con tanto dolor ya no puedo más». MANU MIELNIEZUK


Piensa en su perra

Si no ha intentado quitarse antes la vida es porque piensa más en su perra que en ella, confiesa. «Si ahora me muero tardarán muchos días en encontrar mi cadáver y no quiero que mi perra muera de hambre». Está buscando una solución, que pasa por enviar a su perra a Galicia. Allí hay una persona que está dispuesta a quedársela.

Como hace tanto tiempo que piensa más en la muerte que en seguir viviendo, Damiana ya ha dejado escrito su testamento vital. En este relato detalla las razones por las que ha tomado la decisión de terminar con su vida, «una decisión consciente y en plena facultades mentales». Además, anuncia su deseo de dejar su cuerpo a la ciencia y que se utilice para estudiar su enfermedad. Y también pide que no se comunique su muerte a ningún familiar, porque quiere marcharse sola, al igual que ha vivido en los últimos años, es decir, sin la compañía de nadie. «Me iré de este mundo con una sonrisa y con una copa de vino, aunque yo no beba, pero creo que me lo merezco por lo mucho que he sufrido».