Samu Omorodion marcó a los 19 segundos en Montjuïc. No fue un aviso, sino un síntoma. Los avisos se atienden, los síntomas se repiten. A punto estuvo el Barça de recrearse en la ridiculez de conceder otro gol antes del primer minuto, un suceso, más que una anécdota, que ha pasado tres veces. Antes que Omorodion lo logró Bryan Zaragoza para el Granada, y después de Omorodion lo anotó Guruzeta, en San Mamés, hace diez días, a los 36 segundos. Omorodion marcó, pero antes lo hizo Lewandowski y luego lo cantó Gündogan.
Sacó de centro el Alavés (en Montjuïc abrió el Barça) y a los 14 segundos Alex Sola fue derribado en el área por Pau Cubarsí. No fue penalti porque el extremo del Alavés había arrancado en fuera de juego. Recién cumplido el primer minuto, Sola se plantó de nuevo en el área -de nuevo mediante un balón que sobrevoló la cabeza de João Cancelo- y el centro que esta vez sí pudo completar no llegó a Omorodion por la anticipación de Araujo. Por suerte estaba Araujo de central y no Koundé, como sucedió en la primera vuelta. El cero en la portería solo lo aguantó Iñaki Peña hasta el minuto 50, dos después de que Gündogan hubiera anotado el 0-2 y pareciera que el Barça iba a disfrutar de un final cómodo.
Tormenta de balones al área
De nada había servido que el Barça hubiera comparecido con un perfil más defensivo, ni eso fue óbice para que Lewandowski abriera el marcador en una aparición mágica. Por única, por aislada, aunque la resolución de la jugada, con el control y el remate de vaselina sobre la salida de Sivera, tuviera la finura de un artista del remate. Teñido con un perfil más conservador y precavido, el equipo no se ahorró los agobios ni impidió una tormenta de balones colgados al área.
No cambio el dibujo ni la idea ni el sistema del Barça, avisaba Xavi, pero Andreas Christensen fue el mediocentro del Barça en Mendizorroza. Una novedad relevante que no debería serlo, visto el desfile de futbolistas por esa posición, duplicada, compartida ahora por dos jugadores que, a menudo, no hacen el mismo trabajo que desempeñaba Sergio Busquets. Dos por el precio de uno, en el fútbol, es un mal negocio. Al Barça le falta un elemento para crear juego más adelante y participar en la ronda de pases en el área ajena.
Empezó Romeu la temporada, acompañado por De Jong, también por Gündogan, y luego desapareció, engullido por Gavi, más tarde por Pedri, incluso Sergi Roberto usurpó esa función.
El séptimo mediocentro
Christensen fue el séptimo mediocentro que prueba Xavi en el reino de Busquets. El Barça no supo procrear a su relevo en el último lustro, a partir de que Busi cumplió 30 años (se marchó con 34) y se encontró durante el verano buscando un sustituto. Fallaron todos los que quería Xavi y llegó Oriol Romeu, que quedó sentenciado en Vitoria, si no lo estaba ya, con la apuesta por Christensen.
Empezó Romeu la temporada, acompañado por De Jong, también por Gündogan, y luego desapareció, engullido por Gavi, más tarde por Pedri, incluso Sergi Roberto usurpó esa función hasta el alumbramiento de Christensen. Pero Xavi echó mano de Romeu, creyéndole más fiable en los últimos minutos cuando había que defender con diez tras la increíble expulsión de Vitor Roque, un episodio que permitirá alimentar, y con razón, la polémica arbitral que agita al Barça y al Madrid, azuzada el viernes.
Cae el más resistente
Incrustar a Christensen en el eje del campo, acompañado por Frenkie de Jong, permitió a Xavi disponer de Gündogan para tareas más valiosas. Donde se han de dar pases dañinos y no insustanciales.
El centrocampista alemán dio la novena asistencia de la temporada lo que refuerza su liderazgo en el equipo. Además de superar su registro particular en pases de gol (nueve) desde que es profesional, marcó el quinto gol en la Liga, lo que le convierte en el tercer realizador del equipo después de Lewandowski y Ferran. Vitor Roque va rápido para intentar cazarles. El futbolista más resistente del equipo -ha participado en todos los partidos de la temporada- acabó sucumbiendo al marcharse del campo quejándose de dolor en la espalda.