El planteamiento daría para mil historias de ficción. Ante la muerte repentina de un hombre, su pareja decide resucitarle gracias a la inteligencia artificial (IA). La historia podría derivar hacia un drama romántico en el que el amor triunfaría y ella se sentiría acompañada de por vida. O una tragicomedia en la que la protagonista se enfrentara a la decisión de matar a su pareja virtual ante la aparición de un nuevo amor real. O una auténtica pesadilla si la criatura potenciara algunos rasgos machistas del difunto y se convirtiera en un controlador omnipresente, implacable. Sí, una infinidad de relatos podría surgir de la fantasía de establecer relaciones entre humanos y (re)creaciones de personas gracias a la IA. Solo que, para Alicia Framis, la historia ya no es una ficción.
Framis (Mataró, Barcelona, 1967) no es una viuda desconsolada. Ni está poseída por la tecnología. Ni, aún menos, es una extravagante con ganas de llamar la atención. Formada entre Barcelona, París y Ámsterdam, es una artista multidisciplinar de reconocimiento internacional. Vive y trabaja en Ámsterdam.
En su trabajo conviven diferentes disciplinas, desde la arquitectura, el diseño, la moda y, especialmente, la performance. Framis busca un diálogo entre la obra y el espectador, convirtiendo al público en parte activa de la experiencia. Se alimenta de la actualidad, de los dilemas sociales que nos incumben y los eleva a obras que, desde la originalidad, nos invitan a la reflexión. La soledad en la sociedad urbana contemporánea y cómo el arte puede ayudar a paliarla es un eje que vertebra buena parte de su obra.
La artista se convirtió en «guardiana de sueños» durante 40 días, ofreciéndose a personas que desearan compañía mientras dormían (1998). Creó un MiniBar en la Bienal de Berlín (2008) donde invitaba a mujeres a conocer a un «confortador»: un hombre que les ofrecía conversación, cócteles y ternura. Ha organizado salidas en avión a lugares imposibles o elaborado buzones para cartas que nunca serán enviadas o vestidos antibalas. En Framis hay una voluntad de democratizar el arte, de acercarlo a la sociedad, de utilizarlo para provocar experiencias y, también, para aportar unas gotas de utopía. «La utopía como posibilidad, y además con toda su imperfección. Una utopía domesticada, a modo de microutopías», afirmaba Framis en 2014, a raíz de una retrospectiva de media carrera que, en su gira internacional, recaló en el Musac de León.
«¿Qué haríamos sin el arte, el cine o las novelas? El arte es el único reducto de libertad que nos queda», apunta Framis. Y, desde esa libertad, desde sus reflexiones sobre la soledad, desde la provocación y la invitación al diálogo, llega su última e impactante propuesta: casarse con un holograma. La celebración tendrá lugar el verano próximo en el museo Boijmans van Beuningen de Róterdam e incluirá un banquete molecular apto para humanos y humanoides. Pronunciará el sí quiero a AILex, una entidad de IA creada con holografía, esa técnica que produce imágenes en tres dimensiones.
¿Quién es AILex? ¿O deberíamos decir qué es? Ya en el nombramiento empieza el debate. La artista ha integrado en él los perfiles de amigos y conocidos, también información sobre sus vivencias. Mientras los primeros robots sexuales ya son una realidad, Framis plantea profundizar en las relaciones emocionales. Una pareja virtual diseñada para la compañía, para compartir vida y emociones. En el vídeo que ilustra la propuesta, se ve a la artista y al holograma en la cocina. Ella prepara café, él limpia los platos mientras le pregunta cómo le ha ido el día. La conversación no está exenta de humor: «Si no estás, te echo mucho de menos y, cuando estás, con frecuencia me irritas. Es muy conflictivo», apunta AILex.
Los dilemas éticos y las dudas que genera el proyecto de Framis son infinitos. Pero, si por un momento, aparcamos los (muchísimos) aspectos negativos y nos centramos en las posibilidades, ¿hasta dónde podría llevarse la propuesta? ¿Podría servir para combatir la soledad forzada que sufren tantas personas mayores? ¿Podría un holograma ser la proyección de una persona con discapacidad física severa o, quizá, ser su compañía? ¿Podría utilizarse como fines terapéuticos para, por ejemplo, personas que han sufrido agresiones y tienen problemas para entablar relaciones? Y sí, también, ¿podría llenar el vacío de una persona viuda? Debidamente programada, eso sí.