Douala, ciudad de Camerún, su cuna, le queda lejos en kilómetros y años, pero no tan lejos como para olvidarla. «Sabíamos a qué hora pasaban menos coches y cortábamos la carretera y nos poníamos a jugar ahí. Cuando veíamos que iba a pasar el alcalde nos escondíamos y dejábamos que pasara porque si nos cogía el balón lo pinchaba», dice Fabrice Olinga (1996), exniño prodigio, desde Rumanía con un teléfono con prefijo portugués. Era el jugador más joven de la historia de Primera hasta que Lamine Yamal también dinamitó su récord. Era el pequeño de nueve hermanos. «El Barça era como el equipo nacional», pero matiza: «Yo no era del Barça, sino de Etoo». Luce el 45: cuatro más cinco son 9, el dorsal de Etoo. Aunque nunca tuvo su camiseta: prefería escribir su historia.
En Camerún lo captó la Fundación Samuel Etoo y poco después fichó por el Real Mallorca, en 2009. Se torció el tobillo en el partido de prueba, pero la primera media hora le bastó para cambiar su vida para siempre. Tenía 12 años. Recuerda bien la primera vez en España: «Cuando estás acostumbrado a ver africanos y llegas a un sitio donde solo ves europeos flipas. Todo es diferente, raro, pero no fue un problema para mí porque nunca tuve tiempo de pensar. Yo no pensaba en nada. Iba todo tan rápido que no me daba tiempo de pensar». Sigue, volviendo a los dos años vividos de preadolescente en Palma: «Fueron los mejores años de mi vida. Me tocó la mejor familia de acogida y fue genial».
En 2011 recibió el interés del Liverpool y el Madrid, pero no se concretó y recaló en Málaga. «Lo único que me preocupaba era jugar». Claro: tenía 15 años. Un año después, el 18 de agosto de 2012, debutó en Primera y marcó el gol de la victoria en Balaídos. Aún no tenía barba: tenía 16 años y 98 días y superó a Iker Muniain como goleador más joven de Primera. «Estaba en el momento adecuado en el sitio adecuado», enfatiza encogiéndose. Le resta importancia, como enfadado con ese gol por haberle perseguido tantos años.
¿Cómo se enteró de que había logrado el récord?
Yo no sabía nada. Cuando acabó el partido estaba contento por la victoria, por el gol. Volvimos a Málaga y el día siguiente mis compañeros llegaron corriendo a mi habitación de la residencia: ¡Fabrice, pon Deportes Cuatro! Estás saliendo en la tele! Encendí la tele y flipé.
Lamine Yamal se lo birló el pasado 8 de octubre en Granada por 11 días. ¿Sintió tristeza?
No. Los récords están ahí para que llegue otro y lo haga mejor. Si él no hubiera hecho el gol nadie hubiera hablado de mí. Estoy contento por él. Lo tiene todo para tener una carrera mejor. No he sentido ni pena, ni rabia, ni tristeza en ningún momento. A cada uno le toca un momento. Y a mí me tocó diez años.
¿Qué le diría si le tuviera sentado delante?
Yo me tuve que buscar la vida solo. Él tiene su entorno, su gente que le va a ayudar. Solo tiene que seguir haciendo las cosas como hasta ahora, seguir siendo el mismo y disfrutar del fútbol sin pensar en los récords. Los récords no son nada: cifras, algo que queda en la historia. Solo son récords. No es lo que a nosotros nos mueve. Cuando Messi comenzó a jugar no iba a por los récords, sino por la pasión. Ahora los récords le persiguen a él.
Con 16 años debutó, también, en la Liga de Campeones y con la selección de Camerún, con un gol de la victoria en el minuto 90 a pase de Etoo. Todo era perfecto.
Etoo tenía el récord del debut y el gol más joven de Camerún y llegué yo y se lo quité [Ríe]. Pero me quedo con los momentos. Los recuerdos nadie me los puede quitar. Los récords sí, pero los recuerdos no. Recuerdo esos momentos, tan bonitos. Yo fui a por mis sueños y conseguí lo que quería. Luego todo fue a peor. Así es el fútbol.
Ya no volvió a marcar con el Málaga y en noviembre de 2011 con 17 años y medio jugó su décimo y último partido en la Liga española, la última bala.
Se acabó muy rápido. Demasiado. El camino se complicó mucho [Chipre, Bélgica, Italia, Rumanía, Bélgica, Portugal y Rumanía]. El fútbol me ha dado muy, muy malos recuerdos. Hoy no puedes ser un niño en el mundo del fútbol: debes entender que hasta los 10 años juegas por pasión y a partir de ahí algo cambia y tienes que pensar, ser listo. Las cosas hay que decirlas como son: hay muchísima gente mala en el fútbol. No toda, pero creo que el 70% de la gente del fútbol es mala. No es una sensación, sino una realidad. Si yo me pongo a pensar tengo muchísimos más recuerdos malos que buenos por el fútbol. Por eso no me gusta pensar. A veces no queremos oír la verdad, pero tengo razón. No me gusta hablar, pero noto que es importante que cuente mi historia para que la gente conozca el lado oscuro del fútbol. Muchas veces se me quitaron las ganas de jugar porque es un mundo en el que las cosas pasan sin que entiendas por qué, sin tener palabra. Te engañan hoy y te engañan mañana. Piensas que tal no te va a engañar y te engaña más que el otro.
Si genera tanto dolor, ¿por qué seguir?
Por la alegría que me da. Yo juego porque me gusta, para vivir historias, no para ganar dinero. Si vine a Rumanía no fue por dinero, porque aquí no se gana nada. Yo vivo para esto: me sigue haciendo feliz. Cuando acabe quiero poder contarles muchas historias a mis hijos.