Así encabezó sus noticias este diario durante buena parte de la tarde del miércoles. Mientras en el Congreso de los Diputados se debatía el futuro inmediato de España, la web de Mediterráneo encabezaba de esta guisa su edición vespertina. Para desgracia de quienes amamos la ironía por encima de muchas otras cosas, diré que al seguir leyendo se caía de inmediato en la cuenta de que la noticia tenía que ver con el robo en una joyería de un centro comercial de Castellón. ¡Qué desilusión! Mi gozo en un pozo. Por un instante llegué a pensar que los cinco pistoleros encapuchados podían ser la mismísima Armengol y sus secuaces, vestidos cual ladrones de bancos, prohibiendo a los representantes de los partidos constitucionalistas manifestarse en libertad en la cámara baja. O el todopoderoso Sánchez, quien, cual jinete negro de El señor de los anillos, acompañado por sus nuevos ministrables, amedrentaba a Abascal, convertido en un simple hobbit, al susurrarle maledicencias al oído. Pero no. Nada de eso. Fiel a su rigor, este medio hablaba del incidente del que todo Castellón se hizo eco en apenas unas horas. Como les digo, mi gozo en un pozo. Porque, siendo justos, el debate de investidura fue una película de terror en sí mismo. Ni siquiera Pennywise, el payaso bailarín más aterrador del cine y la literatura, ha conseguido acojonar al respetable como lo hace este Gobierno.
Siendo yo un niño, en TVE emitieron Grupo salvaje, de Sam Peckinpah. La balacera inicial hizo honor al título, reconozco que se me pusieron los cataplines por bandera y decidí dejar de ver la tele. Pues bien, ni siquiera el recuerdo tan vívido que guardo de aquellos minutos de metraje me acongoja tanto como lo hizo el citado debate.
Escritor