Sesnández de Tábara, localidad perteneciente al municipio de Ferreruela, ha acogido la presentación de la obra «Al encuentro de la vida», de Antonino Rodríguez Fínez, un sesnandino de pura cepa nacido allá a la vera de la Sierra de la Culebra. El maestro estuvo acompañado del trabajador social Toribio Blanco Ferrero y del maestro Ángel Ferrero Rodríguez.

Un encuentro literario para compartir las reflexiones certeras del maestro serreño que llaman al voluntariado y a la fe en uno mismo y en los demás, porque la esperanza es y debe de ser lo último que se pierde, y qué mejor ejemplo de aquellos padres y abuelos, madres y abuelas que se mataron a trabajar para sacar a sus hijos y nietos adelante, a veces, incluso, en plena posguerra, cuando casi no había ni para comer, para poder mandar a su hijos al seminario o la universidad a labrase un digno futuro.

Nació en Sesnández el día 18 de mayo de 1954 y allí creció y se forjaron los cimientos de su existencia: en un ambiente de carencias «creo que excesivas» aprendió a convertir las necesidades en oportunidades, nunca en pretexto para el victimismo.

Asistentes a la presentación del libro Ch. S.


Un hijo ilustre y profeta de la tierra serreña y campesina convertida en pueblo el día 6 de abril de 1471 cuando en el lugar de Coomonte, el Escribano del Rey Sancho Saldaña, daba fe de la escritura pública de la fundación de Sesnández con la comparecencia de los primeros 20 sesnandinos y vasallos ante el Señor de Tábara Pedro Pimentel Vigil de Quiñones al que habría de pagar fuero perpetuo y de carneros.

Medina de Rioseco

Con solo trece años los religiosos claretianos del Corazón de María le ofrecieron a sus padres la oportunidad que hiciera el bachillerato en el Seminario de Mediana de Rioseco en Valladolid. Dicho y hecho. Cruzó el alto de la Carmona al encuentro de una nueva vida. Tras realizar allí el bachillerato se inició hasta completar la Filosofía y Teología en el teologado de Colmenar Viejo en Madrid.

Durante casi cuarenta años, admirado por su alumnos y padres, desarrolló su labor docente en el conocido colegio Jesús Nazareno de Getafe: «Junto a la tarea docente, ha sido la experiencia de la paternidad la que ha dinamizado mi existencia y me han conducido al actual estado de júbilo que me aporta la jubilación, siguiendo manteniendo la opción del voluntariado como un componente imprescindible».

El contacto con la naturaleza, el cultivo del campo, sin apenas medios técnicos y la colaboración en la elaboración del pan a base de harina de trigo, levadura, agua y trabajo personal, desarrolla el arte más humanizante que se puede aprender en la universidad de la excelencia según Antonino: «Por supuesto, gradúa en la cultura del encuentro y de la gratuidad; reconozco, con mucha satisfacción, que mis padres eran capaces de dar incluso lo que ellos necesitaban. Sin duda alguna ellos fueron mis mejores profesores. Con pobres medios materiales, nunca se olvidaron de que sólo la ternura, el trabajo, el esfuerzo y el amor gestan personas libres y felices».

Presentación del libro en Sesnández Ch. S.


Antonio Rodríguez Fínez, emocionado, arropado y querido por su paisanos, aprovechó la visita a su patria chica para recordar y rememorar viejos tiempos qué, por lejanos, nunca serán olvidados: «Nuestros ancestros, padres y abuelos, han andado errantes por los campos de la Sierra de la Culebra y por los inhóspitos pedregales del término de Sesnández. Andaban muy escasos de recursos para criar a su hijos y construyeron sus casas a golpe de pico y pala, con arena recogida en las laderas de los caminos y con adobes elaborados de barro en momentos estacionales propios para besa tarea. Y lo convirtieron en su hogar, con una mente y un corazón que educaba con el amor que no se vende en ningún supermercado».

Hay quienes, hoy, nos comunican su experiencia altamente gratificante de colaborar en proyectos de voluntariado y de desarrollo de la cultura de la gratuidad. Y dicen, además que da un resultado increíblemente satisfactorio. Realmente «es una manera maravillosa de canalizar la alegría de vivir que experimentamos los jóvenes y la conciencia utópica que nos mueve cuando salimos al encuentro de la vida y dejamos de lado otras cosas que nos entretienen, pero nos dejan muy insatisfechos: hay que desarrollar lo que no tiene fecha de caducidad: de esta forma no nos asustarán los problemas, se pueden convertir en magníficas oportunidades, al encuentro de la vida le hacen falta jóvenes con espíritu crítico y ciudadanos con corazón».

Mayor Zaragoza

El ilustre Federico Mayor Zaragoza (presidente de la Fundación Cultura La Paz), profesor, farmacéutico, ex-ministro de Educación con la UCD y Director General de la Unesco entre 1987 y 1999, ha sido el encargado de prologar la magnífica obra: «En muy pocos años, menos de treinta, el mundo ha experimentado cambios de hondo calado, sin que se hayan adoptado las medidas que correspondían. Lo más relevante es que la mayoría de los ciudadanos ha dejado de ser invisibles. Hasta hace unas décadas el 90% nacían, vivían y morían en muy pocos kilómetros cuadrados. La gobernanza estaba en manos de unos cuantos hombres que disponían sobre el resto de la ciudadanía que era, lógicamente, sumisa, silenciosa y temerosa. La discriminación era la regla común: por razón de género, sensibilidad sexual, etnia, creencia e ideología» y sentencia «el fundamento de los derechos humanos que es la igual dignidad, brillaba por su ausencia».

Sentencia Mayor Zaragoza que «la mujer, piedra angular de la nueva era, será la que permita, junto a la juventud, está transición histórica. Sí, ahora estamos más preparados para salir al encuentro de la vida». Las reflexiones del profesor Antonino Rodríguez Fínez son especialmente oportunas.

Al encuentro con la vida alerta a los que buscan dejar huellas en la vida a no aceptar vivir de cualquier manera, cultivando una imprescindible condición: aceptar la existencia de la enorme complejidad que implica este regalo; más aún, cambiar la aptitud fácil de «esperar que me puede dar la vida por lo que yo le puedo ofrecer». Un buen y certero primer paso es «nacer en una familia que ha dejado en mi huellas indelebles».

La obra nos enseña que, como si fueran cuatro puntos cardenales, la conciencia, la libertad, la responsabilidad y la educación se constituyen en garantía de futuro: movilizan para que todos los seres humanos cuenten y hagan improcedente descartar a alguien.

Llama la atención el capítulo sobre el «resplandor de la espiritualidad» como «auténtico motor de progreso» ya que la vida es un ciencia exacta: «Se parece más a la música que a las matemáticas. Exige aprender e interpretar una melodía».