Vuelve el covid porque nunca se fue y en estos primeros días de septiembre los reencuentros, además de con el típico saludo de cómo ha ido el verano, se completan con: «Me llamó Marisa, tiene covid», «Eva no vendrá. Tiene covid», y así en los casos en los que los enfermos se han hecho las pruebas, porque muchos otros te dicen que están acatarrados, con algo de dolor de garganta y eso. Y en ese «eso» caben todas las posibilidades.
Es extraño intentar volver a aquellos días de marzo de 2020 cuando el mundo se puso patas arriba y el miedo nos congelaba en nuestras casas abrazados a nuestras propias soledades, para intentar salvarnos de aquello que mataba y hacía sufrir y que nos había pillado desprevenidos, porque quizá nunca se esté prevenido para algo así. Y es extraño porque del miedo apenas queda nada, como nada queda del silencio en las calles o de esos aplausos que llenaban los balcones a las ocho de la tarde para dar fuerza a unos sanitarios que lucharon como verdaderos soldados en una guerra a cuyo enemigo solo podía vencerlo la ciencia.
Y todavía es más extraño intentar volver, porque parece como si nunca hubiéramos vivido esa realidad y fuera algo que pasó en una pantalla que visualizamos, pero no sufrimos, y en este septiembre seguimos a cuestas con el tema de Cataluña, que resulta algo así como esos años sin descanso ni relajación y acerca del cual todo sirve para prevenir a unos, increpar a otros y levantar a las masas que advierten que por ser anticatalanista se es mucho más español, todo ello en un contexto en el que los políticos pasan del análisis para centrarse en frases explosivas que derraman mensajes que buscan la crispación inmediata y el escupitajo por despecho.
También en septiembre nos estrecha la guerra de Ucrania y el terremoto en Marruecos nos hace algo más humanos, que no es poco, mientras Libia se inunda y una niña de ocho años en Afganistán duerme tranquila, porque no sabe que sus papás la han vendido para que con 12 años contraiga matrimonio con un hombre de 53 años y nada quedará de su infancia, ni de sus sueños y menos de su risa.
Siempre es septiembre un mes de batallas perdidas, porque tiene esa cadencia que anuncia el otoño para despedir al verano y porque septiembre es título de película y de un Allende herido y de los versos más hermosos pintados sobre el mar.
Vuelve el covid porque nunca se fue; también lo hace septiembre.