El proyecto saudí de eco-ciudad futurista The Line (la línea) saltó a los medios y las redes de medio mundo hace unos meses. El vídeo de la recreación por ordenador que se hizo viral mostraba un enclave en medio del desierto en el que se levantaban dos enormes muros de espejo enfrentados de 500 metros de alto y 170 kilómetros de longitud. Dentro se veía una ciudad con bloques de apartamentos, taxis aéreos, y mucha vegetación a la sombra de los espejos, además de una línea de tren que conectaba de lado a lado la construcción faraónica.
Se trata de un plan real (ya hay excavadoras y arquitectos y constructores desarrollándolo en la provincia de Tabuk, al noroeste de Arabia Saudí), aunque su futuro es incierto. The Line forma parte de uno de los cinco megaproyectos dentro del plan Visión 2030, un conjunto de iniciativas económicas y de inversión con el que Arabia Saudí quiere dar un salto de gigante, alejarse del petróleo y convertirse en una de las economías más boyantes de la región.
The Line simboliza al mismo tiempo las esperanzas y las vilezas del país del golfo. Primero, muestra la megalomanía de su jefe de Gobierno de facto, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán (popularmente conocido como MBS). También expone su abundancia en recursos financieros, los petrodólares provenientes del oro negro. Fue la economía del mundo que más creció el año pasado, muy por encima de India o China: su PIB subió un 8,7%, hasta los 1,52 billones de euros (el de España es de 1,33 billones).
Pero el faraónico proyecto es reflejo al mismo tiempo de la represión del sistema totalitario que gobierna el país, monarquía absoluta con una violación sistemática de los derechos humanos. A algunos críticos con los planes de MBS los detuvieron y encerraron. El famoso arquitecto Norman Foster tuvo que dejar el proyecto The Line, después del asesinato del periodista crítico saudí Jamal Khashoggi, que fue despedazado en el consulado saudí de Estambul por agentes del gobierno saudí enviados por el príncipe Mohamed bin Salmán.
“Arabia Saudí está inmersa en una estrategia de modernización y diversificación de su economía que va pareja a una cierta modernización y apertura de la sociedad, que se viene realizando desde que MBS se convirtió en el príncipe heredero y comenzó a asesorarse con grandes consultoras internacionales”, explica Eduard Soler, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador sénior asociado de CIDOB. “Hay una voluntad real de sacudir una estructura económica que consideran que no es sostenible: a nivel global hay un proceso en marcha de descarbonización, y además son muy vulnerables a las subidas y bajadas de precios”.
Visión 2030 es la iniciativa estrella con la que MBS quiere conseguirlo. Entre sus principales objetivos está el de diversificar una economía que depende casi por completo de los ingresos del petróleo. Pretenden elevar las exportaciones de productos no petrolíferos desde el 16% actual hasta el 50% en los próximos siete años. Han liberalizado algunos sectores de una economía profundamente estatalizada y controlada desde Palacio. Quieren, incluso, atraer turismo e inversiones; que se instalen grandes corporaciones en el país desértico. Y llevar la contribución del sector privado hasta el 65% del PIB antes de 2030. Se estima que sus reservas de petróleo durarán unos 90 años más. Y luego, ¿de qué vivirán sus 35 millones de habitantes?
Es en este contexto en el que se ha producido la compra del 9,9% de las acciones de Telefónica, por valor de 2.100 millones de euros, por parte de Saudi Telecom (STC Group), la mayor operadora de telecomunicaciones de Arabia Saudí. Saudi Telecom está controlada por la familia real y es propiedad en un 64% del Fondo Público de Inversión saudí (PIF en sus siglas en inglés). PIF es, a su vez, el principal vehículo inversor del príncipe heredero para ejecutar su plan Visión 2030: uno de los más grandes del mundo, con 730.000 millones de euros en activos.
Arabia Saudí quiere comerse el mundo, comprándolo. El régimen ha tirado de chequera para adquirir a grandes del mundo del fútbol: desde Cristiano Ronaldo a Roberto Mancini, pasando por la compra del Newcastle o los acuerdos con la Liga y la RFEF española.
No todo va como se esperaba para el régimen saudí. La pandemia de Covid-19 y la caída en la demanda de combustible fue un aviso. Pero no el único. El desempleo juvenil subió entonces a dos dígitos (15%), y parte de la población formada empezó a realizar trabajos manuales que anteriormente estaban reservados a inmigrantes extranjeros. Este año, las previsiones de crecimiento para la economía están cayendo. El Fondo Monetario Internacional ha rebajado su pronóstico por debajo 1,9% de subida del PIB, según los datos de este mismo miércoles.
Modernización sí, democratización no
En la arena geopolítica, Arabia Saudí compite regionalmente de forma pacífica con la pujanza de los Emiratos Árabes Unidos. Pero, sobre todo, es un país en guerra en la vecina Yemen, un conflicto que ha causado casi medio millón de muertos, según Naciones Unidas. Allí, los hutíes derrocaron al gobierno respaldado por Riad. Los hutíes -de la rama chií del Islam, opuesta a los suníes saudíes- estaban apoyados por Irán, que es a todos los efectos la némesis en la zona de Arabia Saudí. La guerra total ha generado una de las peores crisis humanitarias del momento. Pero, en marzo de este año, tras la mediación por sorpresa de China, Riad y Teherán decidieron restablecer relaciones diplomáticas.
En este contexto bélico, el Gobierno de Pedro Sánchez comprometió, en noviembre del año pasado, la venta de otros cinco buques de combate de Navantia a Arabia Saudí por un total estimado de unos 2.000 millones de euros. De completarse la entrega, criticada por los activistas de derechos humanos, serían ya diez los buques de combate vendidos a la monarquía absolutista del golfo por el grupo estatal.
Internamente, hay una apertura sustancial respecto a las décadas anteriores. “Arabia Saudí está cambiando de forma muy rápida, pero no se está democratizando. El permiso de conducción para las mujeres, las salas de cine, los conciertos o el turismo buscan responder a las inquietudes de una parte importante de la población, sobre todo jóvenes y mujeres”, explica Soler.
Pero sigue siendo una monarquía absoluta con todo el poder concentrado en la familia real, con los partidos políticos prohibidos, sin libertad de asociación y con la libertad de prensa muy limitada.
El principal cambio político reciente es que se ha roto la tradición ancestral del país árabe, en el que el poder pasaba de hermanos a hermanos. Eso, en un lugar con poligamia activa, provocaba que, cuando le tocaba el turno a uno de los hermanos, este fuera mayor y su perspectiva de Gobierno fuera limitada en el tiempo. explica Soler. El rey Salmán bin Abdulaziz ha decidido romper ese esquema, y cederá todo el poder a su hijo MBS, que tiene 38 años. Tendrá, por tanto, varias décadas de reinado por delante para reconvertir al país y sacarlo de la dependencia total y absoluta del petróleo.