«Nos dijeron que en casa no podía estar», arranca Ana, la hija pequeña de José. «No era seguro para él… Hablamos con los médicos y con la asistenta social y decidimos que lo mejor era que mi padre ingresara en una residencia». Se llama José Molina, pero todos lo conocen como el ‘señor José’. Jubilado, amante del campo, con la vida tranquila, dedicó la mayor parte de su vida al servicio público de autobuses de Barcelona. Los despistes se agravaron, el diagnóstico llegó: demencia senil.

«De un tiempo a esa parte, mi padre tenía tendencia a irse, a salir», revive su hija ante CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica. «Tras una de sus salidas, nos recomendaron la residencia. Los últimos diez años mi padre vivía conmigo, desde que mi madre murió, pero ante sus huídas yo no lo podía controlar y la única opción para que no saliera era tenerle atado si yo no estaba en casa… No lo iba a atar. Para que estuviera protegido, para que no se perdiera… asumimos que internarlo era lo mejor». José ingresó en el centro un miércoles. El jueves desapareció. Ana lleva doce años buscando respuestas. Buscando a su padre. No llegan, no está.

Imagen de José Molina, utilizada en los carteles de búsqueda. A la derecha, Ana junto a su padre. CASO ABIERTO


«El 18 de octubre de 2011, miércoles, a la una del mediodía, trasladamos a mi padre en ambulancia a la residencia». El centro: Llar Sant Jordi, en Gélida (Barcelona), en plena montaña, rodeado de vegetación. «Solo quedaba una plaza y nos la dieron«, recuerda la mujer. El primer mes abonarían 1.600 euros, luego se transformaría en plaza pública. «Eran unos 20 minutos en coche desde casa», en Sant Esteve Sesrovires, cerca de Martorell (Barcelona). «Era la más cercana, por geolocalización, la mejor».

«Ese miércoles, tras ingresarlo, estuvimos toda la tarde con él», revive Ana, «y quedamos en regresar al día siguiente para terminar el papeleo».

José se instaló, ajeno a todo. «Tenía 85 años y un diagnóstico de demencia senil. Con el tiempo, mi padre se fue deteriorando y su obsesión era irse de casa. En su mente, él creía que se iba a trabajar, a recoger olivas… No era consciente de la realidad». Ana, su hija, la asistenta social y el informe médico, dieron cuenta de sus escapadas a la directora del centro. Necesitaba control. «Les hicimos mucho hincapié. Nos dijeron que estaría muy bien».

«La última vez que vi a mi padre fue en un camino de piedra, cerca de la residencia. Estaba con una chica que lo llevaba a pasear»

Ana Molina, hija de José

El jueves, 19 de octubre, Ana y su marido regresaron al centro. José había pasado la noche bien. «La última vez que vi a mi padre fue en un camino de piedra, cerca de la residencia. Estaba con una chica que lo llevaba a pasear. Me fui a hablar con la directora y cuando acabé ya era la hora de la comida, poco antes de las dos. Como tenía que volver por la tarde, pensé que era mejor no molestarlo. Pensé: luego estaré con él». No lo volvió a ver.

«Tu padre se ha ido, no está»

«A las cinco de la tarde, justo cuando estaba saliendo para regresar allí, me llamó la directora. Me dijo que mi padre se había ido, que no estaba». Transmitieron cierta tranquilidad, pese al mensaje. «Pensé: bueno, habrá intentado irse, como hacía últimamente». Ana colgó y fue hacia allí. «Cuando llegué ya estaban los bomberos, los mossos y lo estaban buscando. Al parecer, me avisaron a las cinco, pero mi padre desapareció a las tres».

Varón, 85 años. Altura: 1,58, calvo y algo de pelo canoso. Sufre demencial senil. Ocho unidades de los Bombers junto con los Mossos d’Esquadra se desplegaron durante días por la zona. «Esta residencia está en medio de un bosque. Estuvieron buscando por el monte, por el pueblo…». Nada llevaba a él. «No lo podía creer. Eran las tres de la tarde cuando, presuntamente, mi padre sale y nadie lo había visto…«, explica su hija. Sin rastro. Sin pistas. «Estuvieron una semana en el terreno. Al final dieron por finalizada la búsqueda y hasta ahora. No ha habido nada más».

La puerta abierta

Se iniciaron las pesquisas. Cuándo, cómo, porqué. A la par, se sucedían las batidas. «La policía preguntó que si había salido alguien a esa hora. Se supo que había salido la peluquera en su coche, nadie más».

El acceso o salida del centro, por aquel entonces, funcionaba siempre igual: «la puerta era de estas antiguas con timbre y un interfono, sin cámara. Pulsas y desde dentro te abren la puerta. Dices: ‘Familia de tal…’, ellos ni te ven ni tu lo ves a ellos. Te abren la puerta y tu pasas… Cuando la peluquera salió del centro, imagino que mi padre aprovechó y salió detrás«.  

La alerta, deduce Ana por motivos obvios, saltó tarde. «Mi padre andaba muy despacito. No corría. Ese camino de tierra, al salir, una persona normal lo hará en unos diez minutos, mi padre tardaría más… Y luego llegas a una carretera que va al pueblo». Cuando salieron a buscarlo, no había rastro de él.

«Estoy casi segura de que a mi padre no lo vigilaron bien», lamenta Ana. «Hay poco personal en la residencia. Los mayores, después de comer, salen a un patio que no hay ninguna vigilancia y los dejan solos. La cosa de mi padre era irse… lo avisamos, pues se fue».

Senderistas y boletaires

Nadie en la zona, visitada con frencuencia por senderistas y boletaires -buscadores de setas- ha hallado nunca nada que lleve a José. «Ni ropa, ni rastro ni nada». Los carteles, con los que empapelaron rincones cercanos, tampoco han facilitado su localización.

«Recuerdo que pusimos muchos. Por allí pasa la RENFE, colocamos por todas las estaciones, por Barcelona, por el pueblo, por los pueblos más cercanos….». Solo una mujer contactó con la policía, «fue en esa primera semana. Decía que había visto a mi padre o a una persona que se parecía». Los mossos fueron a comprobarlo. No era él. «Fue la única llamada. No hemos recibido más». 

La residencia se desvinculó del todo, denuncia Ana: «la verdad es que en ningún momento ayudaron. Ni se ofrecieron a nada ni preguntaron cómo estaba… al mes de desaparecer me llamaron para decirme que la plaza de mi padre iba a ser ocupada, ya que no estaba él. No me han vuelto a llamar. A estas alturas, con el tiempo que ha pasado, no espero nada ya».

Descripción y alerta difundida por el ayuntamiento de Gélida tras la desaparición de José Molina.


Afincado en Barcelona, malagueño de origen, José vivió prácticamente toda su vida en Cataluña. Su afición era el campo. «Tenía una casa con terreno, y su mayor alegría era su huerto». Linda, un podenco andaluz, era su compañera inseparable. «Llevamos a la perrita para ver si conseguíamos localizarlo. Se puso nerviosa con su olor, pero no fue más allá de su habitación».

La búsqueda terminó bajando en intensidad, pero sigue viva. «Cada seis meses me llama una mossa, que es psicóloga. Me pregunta cómo me encuentro, me habla de la investigación. No hay ninguna novedad, pero sigue abierta. Yo sé que mi padre vivo no está, pero encontrar algun resto me consolaría. Vivo sé que no lo voy a tener…».

Lo llamaban señor José. Sociable, muy querido, conversador, su cambio fue gradual. Primero fueron despistes, cambios de horarios, luego llegaron las pérdidas, la desorientación. «Y esa», lamenta Ana, «es la historia… la triste historia de mi padre», cierra su hija. «Lo llevamos a la residencia para que no se perdiera y a las 24 horas desapareció».