Siempre fue un travieso gentil. Fuerte como una roca. Mal estudiante. Fue expulsado de Maristas y del instituto Jorge Juan por gamberro. Se las apañó. Fue un destacado lanzador de martillo en su época. Estuvo en la élite del atletismo, en la residencia Joaquín Blume, sólo apta para grandes deportistas. Estudió enfermería. Montado en una Vespa asistía a sus pacientes a mediados de los años ochenta de casa en casa. Con su familia se instaló en Castalla como enfermero. Y abrieron un restaurante camino del Xorret de Catí. Escribe poesía en ratos libres.
Kike Soriano Mora (Alicante, 1956) es el tercero de seis hermanos, cinco chicos y una chica, Verónica, la menor de la familia. Su padre, Manuel Soriano Antón, farmacéutico, tenía la botica en el barrio de La Florida y fue concejal en el Ayuntamiento de Alicante a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con Agatángelo Soler como alcalde. La madre, María Teresa, falleció a los 45 años. Kike tenía 15 años. Siempre fue Era el más travieso de la saga y el menos aplicado. Creció en un cuarto piso de un edificio sin ascensor en la Plaza de los Luceros. Estudió en Maristas hasta que, tras varias amonestaciones, fue expulsado: «Estaba harto de los curas», dice. Fue a parar a las aulas del instituto Jorge Juan para finalizar el bachiller elemental, pero por su comportamiento, entre continuos «novillos» y muchas bromas, acabó en la formación nocturna, con intermitentes ausencias por su afición al billar, que practicaba a diario en un salón llamado Lemans.
Practicó deportes de fuerza, tal vez por que su cuerpo no se prestaba para disciplinas como la gimnasia artística, comenta Kike entre risas. Entrenaba casi a diario en la vieja Ciudad Deportiva con nombre de dictador. Empezó en lanzamiento de peso, pero dice que tenía las manos demasiado pequeñas para disparar las bolas. Se pasó a enviar a tomar viento una bala esférica unida a una empuñadura por cable de acero: el martillo, casi inédito en esta tierra. Carecía de técnica. Pero disponía de enormes facultades físicas. Aprendió esa especialidad en un librito de tapas azules que adquirió en una librería. Estudiaba en otro instituto, esta vez en el polígono de San Blas. «Siempre me ha gustado hacer el burro», dice.
A los 14 años participó en Elche en los campeonatos provinciales de 1970. Tres años después participó en una competición juvenil de lanzamiento de martillo en el estadio Joan Serrahima, en Barcelona. Quedó en tercera posición. Feliz, regresó a Alicante. Por orientación del padre, inició estudios de Enfermería en una academia reglada que los Maristas tenían anexa al centro. Su hermano mayor, Manolo ya era practicante.
Seguía con el deporte, siempre martillo en mano en descampados y estadios. Y se apuntó al ring, al boxeo. Algo aprendió de José Legrá, «El puma de Baracoa», que regentaba un gimnasio en las calle Castaños; también hizo de sparring en el cuadrilátero del Club Deportivo Betis Florida. Repartía en las pistas martillazos a diestro y siniestro, pero con la técnica que intuyó de aquel manual. Una mañana de 1974 recibió la llamada de un dirigente de la Federación Española de Atletismo para ofrecerle un plaza en la Residencia Joaquín Blume, en Madrid, un centro de alto rendimiento para deportistas de élite. Ahí fue a parar Kike con sus 115 kilos en el cuerpo. A las órdenes de José Luis Martínez Jarque, entrenó en aquellas pistas con un pelotón de atletas del máximo nivel, como Francisco Javier Arques, Sánchez Paraíso, Mariano Haro, Isabel Mozún, Javier Moracho, Alberto Solanas, José Luis González, Morillas, Gonzalo Morcillo y Ricardo Castillo, entre muchos. Era el más gordo del vestuario. José Alcántara tenía el récord de España en su especialidad con 66,94 metros. Kike llegó a lanzar la bala a 56,84 metros de sus pies.
Se casó con la alicantina Lucrecia de Rojas, Cuca. Compaginó el atletismo con la diplomatura de Enfermería en la Universidad Complutense. Kike fue finalista en varios campeonatos de España, siempre entre los ocho atletas mejores en su prueba. En la Blume estuvo tres años martillo en mano hasta que finalizó los estudios. Pese a varias convocatorias, los técnicos de la federación no lo seleccionaron para los campeonatos mundiales de 1982. Se cabreó. De vuelta a Alicante. Su primer trabajo como enfermero fue en la Casa del Mar. Pinchaba a domicilio a portuarios y demás familia. También anduvo como educador en el Tribunal Tutelar de Menores. Cambió de deporte: el powerlifting o levantamiento de potencia.
Se trata de un deporte de fuerza que consiste en la realización de tres ejercicios de levantamiento de peso: la sentadilla, el press de banca y el peso muerto. Mientras, la familia crecía: Erika y Ainhoa ya nacidas. Años más tarde llegó al mundo Oeste, el tercer hijo de la pareja.
Una tarde de cañas de enero de 1988, Kike leyó en las páginas de anuncios por palabras de este periódico algo interesante: se vendía una finca en el camino que dirige al paraje de Xorret de Catí de 5 áreas (5.000 metros cuadrados) por 1,5 millones de las antiguas pesetas. La compró. La caseta disponía de algo más de 50 metros cuadrados y un aljibe. Continuó su actividad como enfermero en el centro de salud de Castalla. Fue coordinador. La familia residía en Alicante. Ahí fueron a parar los Soriano de Rojas. Y crearon La Cuina de Kike y Cuca, un restaurante amable y singular que ahora sólo abre sábados, domingos y festivos. Cuca y Kike trabajaron y disfrutaron de lo lindo. Él seguía en el deporte, como entrenador de sus hijas en el Club Esportiu Colivenc, cerca de casa, en Onil. Y atento a las importantes acciones de Oeste en el judo, con dos grandes maestros: Miriam Blasco y José Antonio Valverde. El chaval tiene una colección de medallas.
Estamos en 2007. El protagonista de esta historia decidió pedir excedencia como enfermero al Servicio Valenciano de Salud. De lunes a jueves asentaron su residencia en el camping Marjal, en Guardamar del Segura. Viernes, sábado y domingo regresaban a casa, a su restaurante, para atender a los comensales. Cuatro años después, Kike volvió al ámbito sanitario. Se jubiló hace un par de navidades, casi neutralizada la pandemia. Sigue con sus sueños. Ha cruzado el Atlántico con un velero, desde Rota a Cuba. Tiene grandes amigos, de la vida y del deporte. Se ha metido en algunos líos por su grandeza. Es poeta. Le dedicó unas palabras a su mujer antes de conocerla: «Estoy en un mercado todos los días, donde se venden los corazones, se compran las ilusiones y te roban las esperanzas. Quiero estar en un puerto una mañana donde embarcar nuestros corazones…».
La bella historia de esta pareja se traslada ahora a Benidorm. Tiempo de descanso, de calma. Llevan 45 años juntos. Y mucha vida. Oeste se queda al frente del negocio. La Cuina de Kike y Cuca sólo abre sábados, domingos y festivos desde la nochevieja del primer años del nuevo milenio.