San Antonio de Padua como protector de los animales domésticos ha sido durante diez siglos una de las fiestas con más arraigo religioso, social y devocional de las antiguas Vicarias de Aliste y Alba desde el siglo XIII hasta 1888 pertenecientes al Arzobispado de Compostela y antes de ello a la Archidiócesis de Braga.

El Responso a San Antonio era una de las primeras enseñanzas de las abuelas a nietos y nietas, –desde la más tierna infancia zagalas y pastores, reveceros y vaqueras–, una joya guardada en la memoria en el corazón para buscar la ansiada protección divina cuando llegaba la necesidad y amenazaba la desgracia: «Si buscas milagros, mira / muerte y error desterrados, / miseria y demonios huidos, / leprosos y enfermos sanos».

Entre raposas y perros bardinos Chany Sebastián


Las familias alistanas tenían como medio de vida la agricultura y la ganadería con lo cual la mayor parte del día, desde la anochecida amanecer, lo pasaban en el campo donde los peligros y las desgracias acechaban a su hacienda: vacas, cabras, burras, perros y ovejas a expensas de los caminos de rodera y herradura y también de la temida fauna salvaje: el perro bardino (lobo ibérico) y la raposa (zorra), un adversidad contra la que el principal remedio era echar el Responso a San Antonio.

Si se perdía alguna res o corrían peligro de muerte, normalmente la abuela, se ponía de rodillas y con una vela María en la mano, un ramo de laurel del Domingo de Ramos y agua bendita lanzaba sus plegarias a Santo Antonio: «Te rogamos Señor del glorioso San Antonio Abad, nos encomiende que lo que por nuestros merecimientos no podemos, por su amparo los alcancemos».

Entre raposas y perros bardinos Chany Sebastián


En Aliste, dada su pertenecía a Compostela, se utilizaba el responso gallego: «Para las cosas perdidas y para que las fieras no dañen los averíos que se quedan en los montes y para que aparezcan si se pierden».

María Francisca Gago Lorenzo, nacida el 29 de octubre de 1910 en Domez, huérfana desde los dos años, ya fallecida, fue una de las últimas grandes devotas de San Antonio. Cuando cumplió los cien años entre las cosas de las que más orgullosa se sentía era de su devoción a San Antonio contando su ofrendas y gracias recibidas a las que llamaba milagros: «Una vez venía llamando delante las vacas con el carro cargado de hierba, un carracil que decíamos, las vacas se tiraron a beber agua al arroyo La Avellanal y “La Guinda” se cayó al pozo, el agua la cubría. Vi la desgracia cerca y mirando al cielo dije San Antonio Bendito, las vacas tiraron y salieron del agua. Hay que creer. Aquel día si se trastorna (vuelca) el carro, se me ahogan las dos vacas. Pero San Antonio estaba allí y me ayudó».

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Para los alistanos y las alistanas de antaño era el monje y ermitaño San Antonio Abad un allegado más de cada familia y desde el más tierno infante al más anciano abuelo se sabían de memoria la vida, obra y milagros de santo nacido el 12 de enero del 251 en Heracleópolis Magna (Egipto), en tiempos del imperio romano, y fallecido el 17 de enero del 356 en Monte Colzim (Tebaida), como Protector de los Animales y Santo de las Causas perdidas y se decía «aliado para los solteros que le pedían encontrar pareja para poder casaras», por lo cual los mozos se «pegaban» por procesionar al santo.

San Antonio tiene su propio Mayordomo (marido y mujer) encargados de su decoro todo el año y de organizar la función cada 17 de enero. Por la mañana se celebraba la misa y ya por la tarde el responso donde era sacado al Sagrao (puerta de la iglesia) iban pasando frente a el para recibir la bendición todas las familias con los animales domestico: las vacas, la burra y el perro, algo no exento de peligro pues durante la posguerra en la mayoría de los pueblos había más de 400 reses de vacuno: «Adiós, san Antón, adiós, / hasta la vuelta de otro año, / que te venga a visitar (con este mismo ganado» recitaba el ganadero. Los tiempos cambian, «casi siempre para peor» sentencia el abuelo Juan, y en la mayoría de los pueblos hoy ya no queda ni una sola vaca o burra.

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Tras la bendición el cura nombra al nuevo mayordomo que recibe la Vara de San Antonio como señal de mando.

Cada familia hace sus ofrendas, antaño viandas propias de la matanza (longanizas, orejas, barbadas y tocino) o frutas (manzanas o naranjas) que eran subastadas y lo ingresado para la cofradía del monje eremita.

En Abejera de Tábara es San Antonio la segunda fiesta más importante del pueblo (tras la Virgen de la Natividad) y antaño se invitaba a las familias y allegados residían en otros pueblos como Riofrío, Gallegos y Valer.

No faltan las sentencias del refranero alistano: «San Antón frío y tristón, barrea las nieblas a un rincón» (días más fríos del año), «En llegando San Antón, pocos cerdos ven el sol» (terminan las matanzas) o «Por San Antón en enero, la mitad del pajar y la mitad del granero» (las reservas comienzan a menguar).

En el arciprestazgo de Aliste y Alba la escasez de curas y el traslado por falta de gente a sábado y domingo traerá consigo que muchos pueblos hayan retrasado la fiesta a este fin de semana: Domez de Alba, Puercas, Lober, Alcañices y San Vitero.

Serán un sábado y un domingo donde los grandes protagonistas Serán con sus procesiones, subastas y responsos «Los Mártires» (Fabián y Sebastián) a excepción de Tolilla donde el pequeño pueblo venerara hoya a las 12 horas a su protectora Santa Inés.