Han pasado casi treinta años desde que Elvira Lindo creó a su personaje Manolito Gafotas, con el que desembarcó en el mundo de la literatura infantil. El personaje ya forma parte del pasado de la autora, que en 1998 dio el salto a la literatura para adultos para hacerse un hueco hasta posicionarse entre las escritoras más reconocidas del panorama nacional. Con su última novela, En la boca del lobo, Lindo introduce al lector en la historia de Julieta, que a sus once años llega a una aldea donde encuentra el lugar perfecto para escapar de un trauma al que no sabe poner nombre.
¿Tuvo claro desde el principio que quería contar esta historia?
La novela nació pensando en el paisaje, muy familiar para mí. Es el paisaje de mi infancia, el de la tierra de mi madre, una aldea del rural con pocos habitantes. Empecé a pensar en una novela de misterio. Todos dejamos un fantasma de nuestra infancia y juventud en un sitio que ha sido importante y la primera idea fue que ese fantasma fuera yo misma, pero estoy muy saturada de la literatura de autoficción.
Y decidió crear el personaje de Julieta. ¿De dónde nace?
Este personaje está creado de mil conversaciones que he tenido con mujeres que habían sufrido abusos de niñas. Escribí esta historia por pura humanidad y amistad.
Son muchas las personas que han sufrido abusos en la infancia. ¿Se habla lo suficiente?
Ahora hay una tendencia a mostrarlo todo. Si yo hubiese contado lo escabroso del asunto, el abuso en sí, incluso habría podido promocionar mucho mejor el libro. Pero para mí lo importante era saber qué es lo que ocurre con el trauma del abuso a lo largo de los años, poner voz al pensamiento de alguien que lo ha padecido y no lo sabe expresar.
¿Se puede curar la herida del abuso?
No es curarla. Todos somos como somos en base a nuestra experiencia y nadie se cura de nada. Pero vivir con eso en tu pasado es absolutamente posible y que además debe decirse así, porque si no estamos condenando a las personas a ser siempre víctimas. Quienes han sufrido abusos tratan de llevar una vida normal y satisfactoria, pero esta herida de pronto se abre y causa mucha angustia. Tener a personas con las que verbalizarlo y que no lo estigmaticen es lo más difícil.
Esta niña habla con otras mujeres que cobran protagonismo en la novela. Entre ellas Emma, una mujer libre.
Era un personaje muy importante para mí. Era muy distinto que la niña se encontrara con una mujer maternal a que se encuentre con otra completamente distinta, que cree en el amor libre, en una pedagogía radical, muy avanzada y rompedora… de esas que tanto se dieron en la cultura de los años ochenta. Pero no sabe calibrar muy bien sus acciones. Viene de una ciudad y se mete en una población de once personas y no sabe cómo hacer compatibles sus deseos de libertad con una sociedad tan pequeña.
Y es en ese rural donde se dan las conversaciones intergeneracionales más interesantes.
En la novela hay muchas conversaciones muy confesionales. Emma le cuenta su historia y la niña la escucha, pero no la comprende porque le han hecho daño. Es interesante que hablen cada una desde su experiencia, su edad, desde una época tan diferente. A veces lo que nos hace falta es simplemente escuchar.
¿A los niños se les escucha?
Se les escucha de una forma muy particular. Cuando un niño es muy sensible o muy fantasioso tiende a tener pensamientos que pueden parecer profundos, pero enseguida capta que si los expresa los adultos lo van a recibir entre risas. Inmediatamente se reprime, porque no estaba buscando hacer gracia. Los adultos perdemos la sensibilidad de saber cómo hemos sido nosotros de niños y hay que recordar cómo uno deseaba ser escuchado. Condicionamos mucho el futuro de la infancia con una escucha equivocada.
La madre de la niña tampoco es una madre al uso, que se desentiende de su hija, ¿no?
Lo que cuento en el libro se da con relativa frecuencia. Parece que la figura de la madre es la que escucha y ampara, pero en ciertos casos es la persona que multiplica el trauma. Si un niño no encuentra el apoyo en quien debería, eso hace que persista el trauma y lo aumenta exponencialmente.
A día de hoy hay madres que confiesan que en realidad no querrían haber tenido a sus hijos. ¿Es un tema tabú?
Creo que hay que tener cuidado. Yo vengo de una generación donde las madres decían muchas barbaridades. Pero si las generaciones de ahora no han escuchado estas cosas es porque han sido hijos de personas que hablábamos con cierta contención porque pensábamos que al niño le podía afectar . El sentimiento de decir «esto me supera» era una potestad que tenían las madres de queja, pero se ha hecho un ejercicio de contención para no crear traumas.
¿Y ahora no se hace ese ejercicio de contención?
Ahora no estamos en una época de contención. Parece que todo el mundo tiene que decir inmediatamente lo que piensa. Hay que tener cuidado con eso porque la vida es más larga y y puedes no estar a gusto con aquello que dijiste.