Se levanta a las 6 de la mañana y termina de trabajar a las 11 de la noche. «Pero hago lo que me gusta». Miguel Garrido tiene 36 años, estudió Magisterio y Pedagogía y tiene 4 trabajos, «porque los autónomos idiotas somos así». Por las mañanas es ascensorista, luego ejerce de juez de paz en Salvaterra do Miño (Pontevedra), y por las tardes trabaja como profesor en un colegio para niños con necesidades educativas especiales en esa misma localidad gallega que linda con Portugal.
Esos mismos niños son los que también Miguel lleva, dentro del programa docente, a su granja familiar de cabras para que interactúen con los animales. Su cuarto trabajo es el de granjero, que ejerce en la práctica entre hueco y hueco de los otros tres. Los suyos son animales muy caros y prácticamente desconocidos en España: las cabras raza bóer, oriundas de Sudáfrica. Por ellas se llegan a pagar 800 euros… y eso lo que le ha impulsado a importar semen de Australia para inseminar a sus animales y mejorar la raza genéticamente.
«Cuando yo era pequeño me gustaban mucho las cabras. Entonces vivía en Vigo y hasta las pedía por Reyes. Me las pusieron en la granja de mis abuelos y cuando iba, las cuidaba yo», recuerda Miguel. Con el tiempo, regresó al pueblo y allí se asentó. La granja Gandería Garrido Rajo, familiar, la explota él en la aldea. Dada su inquietud, se ha decantado por una raza de cabra que en primer término tuvo que traer de Francia.
[La obra de Xabi Paz: ha comprado una cebra por 10.000 € para cruzarla con yeguas y crear el cebrallo]
Se ha convertido además en el primer ganadero que ha reproducido en Europa embriones de cabra bóer, que se caracterizan por tener el cuerpo blanco y cabeza marrón. También es el único español con la única ganadería de raza pura bóer de España. Su explotación es, además, pequeña: tiene 19 cabras reproductoras y 4 machos. Su objetivo en principio no es comercializar la carne: son de cría. Su granja, en el argot, es una granja de vida.
¿Y cómo dio Enrique con esta raza? Además de por su amor a este animal que lleva arraigado desde la infancia, por los números. Una cabrita bóer de entre 6 y 7 meses cuesta 800 euros. Un cabrito, 700. Así que hizo cuentas y sabiendo que una cabra de esta raza come lo mismo que una de raza normal y que ésta se vende muy barata y la otra no, se lanzó de lleno a la aventura.
«Si te metes en milanuncios verás que una cabra de esta raza bóer se vende por 400 euros, pero no son puras y no tienen pedigrí. De tenerlo, obviamente no se venden a ese precio. Así que me compré en Lugo un macho espectacular y en Asturias compré dos hembras, pero no eran boer, boer«. Al poco se hizo con 20 cabras. Su inquietud le llevó hasta Portugal, donde pidió ingresar en la Associação Portuguesa de Caprinicultores da Raça Boer, la única en la Península Ibérica.
[La granja única de los Cantero: crían gallos y gallinas ‘pata negra’ que ‘vuelan’ en Navidades]
«Le hice análisis de sangre a las 20 cabras, para genotiparlas. Para que sean puras deben tener un 93,5% de pureza. Solo pasaron el corte cuatro cabras». Así, las inscribió en el libro genealógico de Portugal. De aquello hace 8 o 10 años, pero sigue siendo el único español miembro de la entidad portuguesa, en tener una de las mejores granjas de toda la Península y además, acaba de lograr una increíble hazaña biogenética. De ahí que se haya convertido en un referente en calidad morfológica de estos animales en toda Europa.
Semen en nitrógeno
Miguel continuó comprando ejemplares, ya con pedigrí, en Holanda, Portugal y Francia. «Fui profundizando, profundizando…». Para mejorar la raza, llegó un momento que fue necesario importar semen. Aunque la cabra sea sudafricana, no es posible importarlo desde allí de manera directa, así que hasta el Brexit, se hacía en Australia vía Reino Unido.
Tras hacerse efectiva la salida de este país de la UE, hubo que importarlo desde Australia directamente. Miguel lo ha hecho en dos ocasiones, optimizando los costes haciendo pedidos compartidos con otros ganaderos europeos. Solo el tanque de nitrógeno desde Australia a Reino Unido cuesta 5.000 euros. Casa dosis seminal, congelada, unos 80 euros.
El año pasado probó la primera inseminación por laparoscopia a una de sus cabras, realizada por una veterinaria de Pontevedra. «Compré yo todo el material. El resultado fue desalentador». Su labor e inquietud ha contado incluso con el asesoramiento de la Facultad de Veterinaria de Vigo, dependiente de la de Santiago.
Este año ha confiado en Ovigen, especialista en inseminación artificial, biotecnológica, mediante laparoscopia. Mediante esta técnica la tasa de éxito ronda el 80% frente a la fecundación vaginal, que se sitúa en el 60%. Fecundaron a dos de sus cabras, que recibieron tratamiento previo para que supraovularan. «Un protocolo. Había que ponerles inyecciones a determinadas horas y días, dentro de un proceso largo».
El pasado noviembre realizaron la transferencia de embriones. En una de ellas, no arraigó ninguno. En la otra, la friolera de 32 embriones. «Lo normal es que salgan entre 4 y 3, no 32. Los criadores que conozco han alucinado».
-¿Cómo se llama la cabra?
-Todas tienen nombre. Se llama Champion (campeona, en inglés).
Los embriones ya se le han extraído e implantado en sus cabras, tanto las de pura raza como otras que no llegan al grado de pureza de las otras. «A Champion se los hemos quitado todos, por seguridad para al animal. Porque puedes tener la tentación de dejarle alguno, pero siempre queda la posibilidad de que le quede algo. Y ese algo puede ser perfectamente 8, con lo que se pone en peligro la vida del animal», explica Miguel a El ESPAÑOL. Esos 32 embriones, futuras cabras y cabritos, los usará para renovar su ganado, y otros, cuando nazcan las crías, las exportará.
Sanitariamente, puede vender sus animales de raza pura fuera de España porque cuenta con la certificación de la Xunta de Galicia. En este cuarto año desde que la obtuvo, y puede exportar «a granjas pequeñas, como la mía, o inferiores». No le viene mal porque «son el 99% de las que existen».
Miguel Garrido tiene además a gala de que en noviembre de 2023 le nombraron vicepresidente de la Associação Portuguesa de Caprinicultores da Raça Boer, lo que demuestra que «no importa de dónde seas, sino la calidad y la manera de trabajar». Mantiene además reuniones periódicas con otros criadores de Europa. El año pasado fue en Francia, organizado por la asociación gala de criadores de cabra bóer, donde se marca el rumbo de esta raza caprina en Europa.
«Fue como el chiste: un alemán, un francés y un español que…» cuenta riendo, aunque matiza que «aprendí muchísimo», sobre todo, en cuanto a qué uso se le da a la carne de esta cabra, que es «muy suave, con grasa infiltrada, y muy sabrosa. En Alemania hacen hasta salchichones». Su siguiente inquietud es continuar investigando y encontrar un lugar donde comercializar su carne, incluso poniendo en marcha él mismo… ¿su quinto trabajo?: «Un restaurante premium».
Sigue los temas que te interesan