Quienes están al tanto de la política y de las actuaciones que se impulsan desde las instituciones han hecho común aquella frase de «yo no lo veré» al referirse a un proyecto tan lógico como la prolongación del ferrocarril entre Gandia y Dénia, incluso hasta Alicante por la costa. Esa es, efectivamente, una de las obras que tampoco se verán a lo largo de todo este recién estrenado año, pero hay otras muchas que están durmiendo desde hace décadas y que pocos entienden las razones que han imposibilitado su ejecución.
No se concibe, por ejemplo, cómo todas las administraciones han apostado por la construcción de corredores verdes y carriles bici a lo largo y ancho de la Comunitat Valenciana y de España y que siga durmiendo el proyecto del Serpis, entre Gandia, Villalonga y l’Orxa, que figura entre los más bellos y significativos del territorio valenciano. No se ha hecho ni siquiera a sabiendas de que supondría un atractivo turístico para tres comarcas, la Safor, el Comtat y l’Alcoià, y que contribuiría a dinamizar la economía de municipios que languidecen desde hace años, especialmente los de la comarca del Comtat, en claro riesgo de depoblación. La vía verde del Serpis, cuyo trazado se sigue deteriorando en cada lluvia intensa que se produce, dio avances muy significativos en la pasada legislatura, pero en los primeros presupuestos de la Generalitat del PP-Vox el dinero se ha «aplazado» al menos hasta 2025.
Desidia es la palabra que define también la causa de por qué Bellreguard, Palmera y l’Alqueria de la Comtessa tendrán que seguir sufriendo durante todo este año la travesía de la N-332. Ruido, gases contaminantes y un mayor riesgo de accidentes es la factura que pagan los vecinos de los tres municipios, que vieron cómo en la década de los 90 del siglo pasado Gandia solucionó el problema por su cuenta y cómo en este 2023 lo ha logrado Oliva con su propio proyecto. El Ministerio de Transportes ni siquiera tiene sobre la mesa un plan para la variante de Bellreguard, Palmera y l’Alqueria porque esa obra ha sido «cedida» a la Generalitat en lo que será la prolongación de la autovía CV-60 en la Safor. El caso es que tampoco en 2024 esa obra verá la luz. La Generalitat va con retraso en el trámite para la redacción del proyecto, que costará más de sesenta millones de euros y que no tiene fecha de presentación.
Tampoco se entiende cómo es posible que se construyan puentes en apenas unos meses de tramitación y de obras y que sigan sin hacer lo propio para conectar las playas de la Safor salvando pequeños barrancos o cauces de poca magnitud. La prueba es Oliva, que ya no sabe cuántas veces ha pedido a la Diputació de València que ejecute el paso para unir su playa con la de Piles, lo que evitaría un considerable rodeo a los usuarios, especialmente en la época veraniega. Y tampoco hay ni acuerdo, ni negociación abierta ni nada que se le parezca para salvar, entre Oliva y Dénia, el cauce del Molinell con un puente que conectaría la carretera de les Marines y que duerme en el baúl de las ideas.
Resulta difícil explicar que hace casi treinta años la Mancomunitat de la Safor concibiera y construyera un sistema para suministrar agua baja en nitratos a 13 pueblos y que ese proyecto siga inconcluso. Aún falta electrificar las bombas de los dos pozos, situados en Villalonga, y construir un depósito regulador del caudal con capacidad para dos mil metros cúbicos. Ambas actuaciones asegurarían el suministro en caso de averías y, además, abaratarían costes, lo que significa ahorro para miles de ciudadanos que beben de ese acuífero. El caso es que los planos están desde hace dos décadas y, cuando en este 2024 todo apuntaba a la construcción, la Generalitat ha decidido retrasar la partida económica al 2025.
En Gandia no hace tanto que se espera la construcción del nuevo Club Náutico, pero cierto es que el proyecto lleva camino de cumplir una década de trámites y de trabas, incluido enredo judicial al que está sometido el proceso. Pese al interés de la empresa y del ayuntamiento en disponer de ese complejo lúdico, comercial y turístico, tampoco estará acabado en el año recién estrenado.
Como no verá la luz la reforma para convertir el antiguo edificio de Correos de Gandia en un centro educativo, cultural y dinamizador de la economía. Ese inmueble, vacío y cerrado desde más de una década, sigue esperando, en estado de semirruina, la inversión que la Generalitat ha prometido y que sigue sin fecha.
«La administración es lenta», señalaban hace años responsables municipales del Real de Gandia al referirse a la larguísima espera que tuvieron que soportar para ver construida una simple rotonda en el acceso a la urbanización Monterrey. Al final la obra se hizo, y todo apunta a que las anteriormente citadas también se harán, pero a costa de soportar décadas de trabas administrativas, recortes económicos y, casi siempre, desidia por parte de quienes tienen la obligación de impulsarlas.