CREDIBILIDAD es, según la Real Academia Española, la cualidad de ser creído; y no está necesariamente relacionada con la veracidad del mensaje, sino más bien con la confianza que genera o no quien lo transmite. Esta semana ha seguido acaparando protagonismo el caso Rubiales o, más bien, el innegable machismo que impregna el mundo del fútbol; no sólo el español. La verdad subyacente es que el fútbol se consideraba una cosa de hombres, impregnada de testosterona. De hecho, futbolistas, árbitros, técnicos y directivos acaparaban poder, puestos y protagonismo. Esto era sobradamente conocido, y tácitamente asumido. También se sabía que las mujeres tenían más difícil formarse en el mundo del fútbol, o convertirse en futbolistas profesionales. Incluso su labor como árbitras era mirada con lupa en el mejor de los casos; y se convertía en objeto de chanzas en el peor. Pero nadie decía ni hacía nada, o casi nada.

Las futbolistas también sufrían más a la hora de reclamar y recibir retribuciones apropiadas y equiparables a las de sus compañeros; y ya no digamos en relación a la presencia femenina en puestos de decisión de organismos y comités de dirección. El problema es que esto lo sabíamos todos; incluidas, obviamente, nuestras ministras de trabajo y de igualdad “en funciones”. De hecho, tuvieron cuatro años para cambiar un sistema viciado. Pero nadie decía ni hacía nada al respecto. Incluso cuando un grupo de jugadoras se rebeló contra el seleccionador nacional, se seleccionó un equipo alternativo para participar en el Mundial; y todos y todas huyeron hacia delante. Sin duda, las jugadoras cumplieron su cometido, ganando el título. Pero eso no parece suficiente; y ahora se les pide que, además de ganar la competición, asuman la responsabilidad de limpiar el machismo que ha reinado en el mundo del fútbol.

No sé si las jugadoras creerán a quienes ahora les dicen que las apoyan, porque esos presidentes, directivos, seleccionadores y palmeros que aplaudieron a Rubiales en la asamblea de la RFEF, y al día siguiente criticaron su actitud y su comportamiento, han perdido credibilidad. Tampoco son creíbles nuestras y nuestros representantes políticos, pues permanecieron indiferentes, mirando hacia otro lado, ante la corrupción de la cúpula del fútbol que saltaba a la prensa cada cierto tiempo, el incumplimiento de las condiciones de paridad que ahora denuncian y que era su deber corregir, o las evasivas, cuando no ninguneo, de sus reclamaciones. Incluso empiezan a desempolvarse noticias sobre pasados desencuentros entre el Sindicato de Futbolistas Profesionales (FUTPRO) y la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) por presuntas coacciones o mala praxis. Llegados a este extremo de pérdida de credibilidad por parte de unos y otras, quizá sólo lograremos conocer la verdad en los tribunales.