De padres a hijos y de estos a sus futuros descendientes. El sentimiento deportivista que afloró en los noventa, fruto de los éxitos de un equipo de leyenda, es ahora la herencia que los más pequeños lucen con orgullo. Aunque no comprendan exactamente porqué. La locura por el blanco y el azul saltó fronteras con velocidad; un caso particular es el de Óscar Ballesteros, un seguidor granadino que se define como “incondicional”. Aprovecha las navidades para llevar a su hijo David, de cuatro años, a Abegondo. El pequeño también es andaluz y luce los colores de un club que, aunque en la práctica le queda lejano, en realidad significa “familia”.

Óscar es granadino, pero su madre es de Ferrol. Fue en su infancia cuando nació su amor al Deportivo en los veranos que pasaba en tierras gallegas. Él, junto a su hermano y primo, acudían al Teresa Herrera para ver al Súper Dépor. “La afición me viene un poco por mi tío, con 10 años me enamoré y ya decía que era del Dépor”. Riazor, las tardes de bocadillos en pretemporada y la afición coruñesa sirvió para tener un símbolo de identidad especial. “Toda la hinchada y lo que conllevaba familiar y sentimentalmente me vino como anillo al dedo, pertenecía a algo más allá del fútbol”.

Ahora recorre kilómetros desde el lado opuesto del país junto a la peña ‘Al Sur de Riazor’, una asidua en los desplazamientos. “El año pasado fue increíble, nos pillaba todo a mano; este, por el grupo nos coge un poco lejos”, explica sobre el esfuerzo que hace siempre que puede para ver al Dépor. Lo único que lamenta es “no poder ir a Riazor cada fin de semana” aunque se enorgullece de poner su “granito de arena” desde tan lejos.

Precisamente es desde Granada donde ha colocado la semilla del blanco y del azul en su pequeño retoño, David, quien aguarda en la grada junto a su tío abuelo, el culpable de todo. Viene por ver a su ídolo, Lucas Pérez. Vive en Cenes de la Vega, una localidad de unos 8.000 habitantes en la que, casualmente, convive día a día con otra pequeña hincha del Deportivo que también ha heredado la misma pasión. “Llegó una familia venezolana. Allí, en mitad del pueblo, en el parque, jugando, vi a una mujer y una niña que llevaba el escudo en una camiseta de entrenamiento y resulta que tenían familia gallega. La niña se llama Lía y va en su misma clase. Cuando ves a otro del Dépor ya eres su amigo”, cuenta Óscar.

Su historia es la de muchos deportivistas que crecieron en la mejor época. Tiene en su armario la mítica camiseta dorada, firmada por todos los jugadores de la plantilla después del 4-0 al Milán. “Solo me faltaron Fran y Tristán”. Aquello lo recuerda como una experiencia “increíble”. Tras el Centenariazo, aprovechó que su padre trabajaba en un quiosco para llevarse los periódicos del día a clase. “Siempre he fardado un poco”, recuerda.

Su hijo, al igual que muchos de los descendientes de aquella generación, todavía no han visto ganar a su equipo. “Es difícil si no hay alegrías ni celebraciones, pero el Dépor une también a la familia al estar lejos”, explica emocionado. Para el pequeño David el próximo objetivo pasa por “llevarle a Riazor” a ver un partido en directo. Solo pide que en el futuro el linaje continúe: “Espero que mi nieto también sea del Dépor”.