En este domingo 31 de diciembre, último día de 2023, se le ha dado oficialidad a lo que ya era un hecho. José María del Nido Carrasco, que ya era el presidente in pectore del Sevilla, pese a que de cara a la galería José Castro ejercía como máximo mandatario de la entidad, asume la vara de mando en el Sánchez Pizjuán.
Ahora sí es oficial su paso al lado en virtud del pacto que rige la gobernabilidad del club. Castro pasa a ser vicepresidente y con ello deja el sillón presidencial un mandatario que ha hecho tanta historia como poco reconocimiento ha recibido. Lo de Castro siempre ha sido un problema de carisma. Pese a que lo intentó, nunca la tuvo. Pese a su talante conciliador, no convenció al sevillismo, que no olvida que lideró un proceso de venta, al final interrumpido, que trajo de la mano al socio americano y que metió dentro del club junto a otras grandes familias como Alés, Carrión y Guijarro al caballo de troya que después se le volvió en contra, al aliarse con su mayor enemigo, José María del Nido Benavente, al que sucedió en 2013 cuando éste tuvo que dimitir para entrar en prisión por su vinculación con el caso Minutas del Ayuntamiento de Marbella.
Diez años después de aquel obligado relevo que él consiguió que no fuera traumático, Castro deja en el Sevilla nada menos que 5 títulos de Europa League: Turín 2014, Varsovia 2015, Basilea 2016, Colonia 2020 y Budapest 2023. Además de 7 clasificaciones para la Champions, unos cuartos de final de la Champions (perdidos ante el Bayern Múnich en 2018), y dos finales de la Copa del Rey (2016 y 2018, ambas perdidas contra el Barcelona).
Pero como todos los grandes ciclos, su gestión tuvo altibajos. Heredó una máquina de ganar que con Unai Emery llevó a las vitrinas plata a espuertas. Tres títulos europeos de una tacada, pero tuvo sus puntos más bajos coincidiendo con dos salidas del club de Monchi. Una en 2017, cuando, cansado, se fue a la Roma. No acertó con su sustituto, Óscar Arias, destituido tras el ridículo de la final de Copa de 2018 (5-0 ante el Barcelona). Tuvo que recurrir a Caparrós, primero en los despachos cuando él mismo ha reconocido que estaba perdido en una labor que no conocía, y luego en el banquillo. Y ya arreciaban fuerte las críticas sobre su figura.
El golpe de efecto lo encontró con la vuelta de Monchi en 2019. El gaditano, en un verano, lo reconstruyó todo trayendo un entrenador que había caído en desgracia como Lopetegui por su salida abrupta de la selección antes del Mundial y su fracaso en el Madrid, pero con una serie de fichajes que hicieron otra vez reflotar la ilusión de un proyecto: Koundé, Diego Carlos, Fernando, Bono, Ocampos, Luuk de Jong, Suso… Ganó la Europa League posterior a la pandemia y logró tres cuartos puestos en la Liga.
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Pero el oro fue cubriéndolo todo cuando lo que había de debajo no era consistente. Desde la cúpula del club creyeron en un invierno que de verdad podían pelearle la Liga al Real Madrid y al Barcelona. No sólo era la llegada de Tecatito y Martial, sino no vender a Koundé al City con una oferta de cerca de 60 millones. Ahí empezó a erosionarse la relación con Monchi. Cierto es que el gaditano protagonizó dos planificaciones nefastas, con dispendios en jugadores como Rony Lopes, aún hoy el mayor fichaje de la historia (25 millones de euros). El proyecto se fue a pique, en contra de la opinión de Monchi, Castro destituyó a Lopetegui, en contra de la opinión de Monchi, Castro trajo a Sampaoli y en contra de la opinión de Monchi, tras tocar de nuevo la gloria con Mendilibar, Castro renovó al vasco ante la presión popular.
Y es que la figura de su gran enemigo, Del Nido Benavente, siempre estaba presente en sus últimas decisiones. Monchi se volvió a cansar y su marcha erosionó más la figura de un presidente siempre discutido que se ha agarrado a la letra pequeña de los vericuetos judiciales para seguir en el cargo ante la mayor propiedad de acciones de su oponente. El resultado es una sociedad a la deriva, que ha aumentado su deuda neta a los 226 millones de euros y que tendrá que pedir un gran crédito para seguir adelante. La elección de Víctor Orta tras un sonrojante casting en el que varios candidatos dijeron que no (Braulio Vázquez, David Cobeño…) también fue una decisión hasta el momento errónea. La apuesta de Diego Alonso añadió más a un crédito muy tocado.
Su despedida en el Metropolitano en la derrota ante el Atlético fue triste, pero más la de su último partido como presidente en el Sánchez Pizjuán, en la que un 0-3 ante el Getafe encendió todas las iras de una afición que se acostumbró a ganar y que, definitivamente, le perdió el respeto a su presidente. Un, por los títulos ganados en la mano, buen presidente.