Las normas y limitaciones son más que necesarias para una convivencia en paz y armonía, lo que no está reñido con el hecho de que gocemos de libertad en nuestras decisiones y actuaciones. Eso sí, asumiendo que todos y cada uno de nuestros comportamientos acarrean unas consecuencias.
Dicho esto, quiero aclarar que me chirría cada vez que se propone una prohibición, sea la que sea, puesto que atenta directamente contra esa preciada libertad que tanto nos ha costado conseguir.
El Gobierno regional acaba de anunciar la prohibición del uso de los teléfonos móviles en los colegios e institutos, salvo contadas excepciones. Como he dicho, no soy partidario de prohibir nada, sino más bien de establecer las normas necesarias en cada momento. En este caso, considero que si se impusiera el sentido común, los móviles, tablets y otros dispositivos electrónicos solo deberían utilizarse en las aulas en el caso de que los profesores requirieran de ellos para sus explicaciones. El resto del tiempo deberían estar bien guardados en las mochilas o, incluso, no tendrían que atravesar la puerta del centro. Pueden considerarme anticuado, pero no observo ningún ejercicio de libertad en que un niño de 12 años, ya en el instituto, maneje su smartphone mientras sus profesores le explican cómo se resuelve una ecuación, cómo se conjuga un verbo o cómo se traduce un texto al inglés. Lo veo más como una falta de respeto, cuando no un desprecio, hacia los educadores. Y la consecuencia inmediata, tendría que ser expulsarlo del aula o, al menos, darle un aviso.
Tampoco creo que sirva a los adolescentes para sentirse más libres grabarse bailando en el patio del cole o a escondidas para TikTok o para vete tú a saber qué. Dudo de que el centro escolar sea el escenario idóneo para desplegar los talentos en las redes sociales, sobre todo, porque en los vídeos o fotos que se hagan se pueden colar imágenes de menores sin su consentimiento ni el de sus padres y tutores, lo que puede conllevar consecuencias legales.
Eso por no hablar de la gran cantidad de problemas de bullying y conflictos que genera entre los chavales estar tan pegados a las pantallas. Pregunten a sus docentes.
A veces pienso que más que darnos libertad, los móviles nos esclavizan, aunque la realidad es que no son ni buenos ni malos por sí mismos, sino en función del uso que le damos, como ocurre con tantas otras cosas.
Por mojarme del todo en este tema, y a la vista de las graves consecuencias que está acarreando el uso de estos dispositivos en las clases y en los pasillos, me pregunto que igual que nos quitan los tapones de las botellas de agua para acceder a un campo de fútbol o a otros espectáculos, o igual que nos impiden pasar una botella de agua a la terminal de un aeropuerto, ¿por qué no dejamos los móviles a las puertas de los coles?
No obstante, considero que señalar a los niños y adolescentes por el mal uso de estos dispositivos supone escurrir el bulto de la responsabilidad que tenemos los adultos en esta cuestión. Dicen que los pequeños imitan lo que ven y, en cuestión de móviles, lo que ven es a sus padres asistir a conferencias, congresos y reuniones, prestando más atención a sus terminales que a los ponentes o conferenciantes. Incluso durante las comidas o cenas en familia se nos va la mano al móvil más que a los cubiertos y la atención que deberíamos prestarle a ellos se centra más en los Whatsapp o en los «Me gusta» que nos han dado en las redes sociales. No miran al de al lado. Ustedes y yo somos los primeros que caemos en esta trampa, porque si bien las nuevas tecnologías han contribuido sobremanera a mejorar la comunicación, aún nos queda mucho que mejorar para comunicarnos con respeto y, sobre todo, con educación.
Mientras lo conseguimos, podemos seguir opositando para lograr el título de seres civilizados.